“Enfrentarse al liderazgo, entonces, no es solo pararse frente a un grupo, ni hablar desde una tarima. Es atreverse a mirarse con honestidad, reconocer los propios límites y tomar la decisión diaria de seguir avanzando.”
Hablar de liderazgo joven suele centrarse en el acceso a espacios de decisión, en la representación y en la participación como derecho. Sin embargo, pocas veces se profundiza en la raíz silenciosa de todo liderazgo auténtico: el dominio de uno mismo. Porque antes de influir en otros, todo líder (especialmente un joven) debe enfrentarse primero a sus propias dudas, temores y límites internos.
Esta reflexión nació a partir de una conversación con María Alejandra Montoya, politóloga y coordinadora del proyecto REFERENTES de la Secretaría de Juventud de Medellín. Durante nuestro diálogo, surgió una frase que aún resuena con fuerza: “El mayor reto de liderar siendo joven es aprender a creer en ti mismo, incluso cuando nadie más lo hace.”
Y es que liderar no es simplemente tomar decisiones; es saber gestionarse. Requiere reconocer las propias emociones, ser conscientes de nuestras reacciones y actuar con intención. En palabras de Daniel Goleman, el autoconocimiento es el fundamento de la inteligencia emocional, y sin él, no hay liderazgo sostenible. Estudios del Center for Creative Leadership lo confirman: más del 40% de los jóvenes líderes sienten que no están emocionalmente preparados para sus responsabilidades, no por falta de talento, sino por falta de herramientas internas.
Sin embargo, este desafío no ocurre en el vacío. A menudo, los jóvenes que asumen roles de liderazgo deben lidiar también con miradas adultas que, en lugar de acompañar, desconfían. Se encuentran con estructuras rígidas, con exigencias que no se les harían a otros, con comparaciones constantes. En algunos entornos, el liderazgo joven es visto como una amenaza más que como una oportunidad, y esa percepción erosiona no solo la motivación, sino la confianza misma en el proceso.
Pero hay otra cara de la moneda, y es justo reconocerla. Existen adultos que no temen al cambio generacional, que comprenden que la experiencia no siempre se mide en años, y que apuestan por guiar en lugar de frenar. Son esas personas las que, desde su sabiduría, acompañan con amor, corrigen sin aplastar y permiten que los liderazgos jóvenes florezcan con autenticidad.
Es ahí donde emerge la esencia del liderazgo: no como un título o un cargo, sino como una práctica cotidiana de conocerse, crecer y servir. El verdadero liderazgo de impacto comienza cuando se asume que no se trata de brillar en soledad, sino de encender luces en otros. Es comprender que uno también es falible, que no hay liderazgo perfecto, pero que la coherencia, la escucha y la autenticidad son los pilares de cualquier transformación duradera.
Enfrentarse al liderazgo, entonces, no es solo pararse frente a un grupo, ni hablar desde una tarima. Es atreverse a mirarse con honestidad, reconocer los propios límites y tomar la decisión diaria de seguir avanzando. Porque el enemigo más difícil a veces no está afuera, sino adentro. Y también por eso, el liderazgo más valiente es el que empieza en silencio: cuando decidimos liderarnos a nosotros mismos.
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