¿Y si condenan al cucho?

¿Y si condenan al cucho? No es una pregunta retórica ni un ejercicio de ficción política. Es una posibilidad latente, orquestada con saña, aplaudida por quienes jamás le han perdonado a Álvaro Uribe Vélez haber derrotado el proyecto criminal de las Farc y haberle devuelto a Colombia una esperanza que en los años 90 y comienzos de los 2000 parecía imposible: vivir sin miedo.
¿Y si condenan al cucho? ¿Qué nos diría eso de nuestra justicia? ¿De este país? ¿De nosotros mismos?
Una condena contra Álvaro Uribe, sin pruebas, sería la estocada final a una democracia ya herida por la manipulación judicial, la narrativa torcida y el deseo feroz de venganza de quienes han hecho de la política un campo de exterminio moral. No sería justicia, sería linchamiento. No sería el triunfo de la ley, sería el abuso del poder judicial con fines políticos.
Uribe no está en juicio por delitos; está en juicio por lo que representa. Porque encarna un liderazgo firme, incómodo para las élites burocráticas, odiado por los camaradas del foro de São Paulo, y profundamente amado por millones de colombianos que le deben el haber recuperado la patria de las garras del terrorismo.
Los expedientes que buscan tumbarlo hacen agua por todos lados. No hay una sola prueba directa. Todo se basa en testimonios manipulados, versiones que se caen solas, testigos estrella que más parecen actores de una telenovela mal escrita. Si a Uribe lo condenan, no será porque encontraron la verdad, sino porque necesitan fabricar una culpabilidad que sirva como trofeo de guerra ideológica.
Y aquí está el verdadero peligro: si la justicia se usa como garrote para perseguir al adversario, entonces ningún ciudadano está a salvo. Hoy es Uribe, mañana será cualquier colombiano que se atreva a pensar distinto, a alzar la voz, a representar una amenaza para el poder de turno. Se judicializa la opinión, se criminaliza el liderazgo, se castiga el éxito político.
Uribe no es un santo, y él mismo lo ha dicho. Cometió errores, como cualquier gobernante. Pero de ahí a vestirlo de criminal por cuenta de un relato amañado hay un abismo que solo puede saltarse con la ayuda del odio y la cobardía.
Si condenan al cucho, condenan también la memoria de una Colombia que creyó posible la seguridad democrática, la inversión, el empleo, la dignidad. Condenan al campesino que pudo volver a su finca, al empresario que pudo generar empleo, al soldado que no volvió a la guerra con las manos atadas. Condenan la resistencia civil frente al chantaje armado y al populismo empobrecedor.
Esta no es la hora del silencio. Es la hora de la firmeza, del carácter, de la verdad. El país que condene a Álvaro Uribe sin pruebas no será más justo, será más cobarde. Y la historia —esa sí con pruebas— se encargará de señalar a los verdaderos responsables. Porque así como hoy se sienta él en el banquillo, mañana la historia sentará a quienes usaron las togas como lanzas y los estrados como trincheras.
¿Y si condenan al cucho? Entonces no será él el derrotado, será Colombia la que se arrodille ante su propia ingratitud.

Jesús Mora Diaz

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