En Itagüí hemos visto de todo: campañas con canciones pegajosas, caravanas como si estuviéramos eligiendo un desfile, y discursos llenos de frases lindas pero vacías. La política se ha vuelto un espectáculo… y las ideas, lamentablemente, son el decorado de fondo.
Nos prometen metrocable, Metroplús y universidad como si fueran dulces de campaña. Pero no explican estudios técnicos, convenios reales, tiempos ni presupuestos. Se anuncian infraestructuras como quien promete fiestas, y la ciudadanía con justa ilusión, pero sin herramientas aplaude sin preguntar.
Algunos no construyen propuestas: arman libretos. No apelan al pensamiento, sino al aplauso fácil. Y así terminamos votando por quien más repitió su nombre, no por quien más respetó nuestra inteligencia.
Porque gobernar no es actuar. Gobernar es planear, gestionar, rendir cuentas y, sobre todo, tener autonomía y criterio para decidir lo que le conviene al municipio, no solo seguir instrucciones o repetir lo que dicta un padrino político.
Una promesa sin presupuesto, sin cronograma, sin sustento técnico, no es una propuesta: es un engaño decorado. Y lo más grave: muchas veces lo sabemos… pero igual votamos.
En nuestro municipio ya hemos visto campañas que ofrecieron transformar barrios enteros y no dejaron ni una mejora duradera. Otras juraron resolver el desempleo y solo ampliaron la nómina de amigos. Promesas que se olvidan el lunes después de elecciones… y se pagan durante cuatro años.
El problema no es solo de los candidatos: también es nuestro. Como electores, a veces nos conformamos con lo que suena bonito en lugar de exigir lo que es real. Preguntarnos si una obra es viable debería ser tan normal como preguntar el precio antes de comprar. Pero nos hemos acostumbrado a votar con el corazón en lugar de con la cabeza, y después nos quejamos cuando las promesas se evaporan.
Es hora de cambiar la conversación. Los verdaderos líderes no necesitan gritar para ser escuchados, ni prometer imposibles para convencer. Necesitan mostrar cómo van a hacer las cosas, con qué dinero, en cuánto tiempo y con qué equipo. Porque al final del día, no importa qué tan bonita sea la promesa si no hay forma de cumplirla.
Itagüí necesita propuestas que construyan, no frases que entretengan. Planes que incluyan el cómo, el cuándo y el con qué recursos. Porque prometer es fácil. Lo difícil, y verdaderamente transformador, es gobernar con cabeza, corazón, autonomía, criterio y dignidad, no con obediencia ciega.
Votemos por quien nos respete lo suficiente como para explicarnos la verdad, no por quien nos halague con mentiras bonitas. Porque al final, un alcalde que sabe decir “esto no se puede hacer ahora, pero aquí está lo que sí podemos lograr” vale más que mil que prometen el cielo sin escalera para llegar.
Porque un Itagüí en orden no se improvisa: se elige.
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