A los Millennials se les dijo desde pequeños que si se esforzaban lograrían ser “alguien en la vida”, esta premisa ha sido muy deconstruida, pero en su momento -fuimos- muchos los que crecimos con esta idea impregnada.
La premisa tan mencionada a los niños y niñas por sus padres esconde trampas, porque deja de lado las desigualdades del sistema, la dificultad de ascender en la escala social, de tener un trabajo estable, condiciones dignas de vida, y decenas de factores más.
Pero, a ver, no sobra decir que en un mundo ideal sería algo mínimo y casi que lógico, creer que a cambio de esfuerzo, de ejecución, de inversión de tiempo, los objetivos previstos se van a cumplir.
Es como pensar que si se arroja una piedra a una quebrada esta va a caer allí, pero en la vida real las cosas distan mucho, y es ahí cuando la brecha entre lo esperado y lo real empieza a transformarse en un monstruo difícil de manejar.
Las personas que crecieron pensando que estudiar les ayudaría a cambiar su estatus social, o mejorar las condiciones de su familia al día de hoy en Colombia, y en general en América Latina, se enfrentan a problemas como las malas condiciones laborales, la demanda frecuente de lograr permanecer en empleos a toda costa, de seguir formándose, de tener vida social y hacer mil cosas al tiempo.
Hace poco en una columna de opinión del País de España titulada “Ser joven en 2025” leí algo que me llegó directamente, la autora escribió: “soy joven, pero no me puedo quejar porque diréis que soy de cristal. Me encanta ser joven, pero hoy representa precariedad, ansiedad, incertidumbre, y soledad”.
Y es que, siempre se ha escuchado que la juventud es vitalidad, ganas de cambiar el mundo, pero con panorama tan inestable ¿cómo querer cambiar un mundo que se resiste? ¿Cómo preservar la esperanza a viento y mareo cuando se está agotado por no poder ni siquiera conseguir un trabajo tras graduarse de la Universidad?, ¿Cómo ser una fuente de felicidad para los otros cuando se es consumido por la inestabilidad que implica ser esa generación que vio que no todo se logra con esfuerzo?
Para retratar esos sueños precarios con los que miles de jóvenes tienen que lidiar, vamos a revisar algunos datos: de acuerdo a registros de María Isabel Carrascal, gerente de Educación, Empleo y Fomento Empresarial en Compensar, de los quinientos mil estudiantes que se gradúan anualmente, apenas el 52% consigue trabajo en su campo de estudio durante el primer año.
Ahora, también hay jóvenes que con todo lo descrito y por falta de oportunidades no pueden ni estudiar ni trabajar, los llamados “Ni-ni” que de acuerdo al DANE desde noviembre de 2024 hasta enero de 2025 fueron 2.686 personas entre los 15 y los 28 años, agravado aún más en las mujeres.
Aunque, la ocupabilidad de los jóvenes aumentó de acuerdo a datos del DANE, 776.000 no tienen trabajo aún, lo que representa el 16,4% de esta población.
¿Qué será lo que hace falta para que los jóvenes en nuestro país cumplan sus sueños? Si es más que evidente que no basta con el talento, la preparación, el esfuerzo, o la actitud…
Por el momento, lo único que se percibe es esa sensación de perplejidad, casi que de estancamiento, en una juventud que no puede hacer nada para cambiar las condiciones preestablecidas, y que se ha visto obligada a dejar de lado ese espíritu rebelde que tanto se le exige para poder acoplarse a un sistema cada vez más precario.
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