El Tradicionalismo como Control y Explotación de las Culturas

“Las culturas están vivas, mutan, se mezclan, y esa transformación es su verdadera fuerza. Defender la cultura no es atarse al pasado, sino permitir que los pueblos decidan su presente. Si no reconocemos esto, seguiremos permitiendo que bajo el nombre de la tradición se cometan abusos, se nieguen derechos y se robe el alma de las comunidades para satisfacer el consumo nostálgico de otros”.


Por mucho tiempo el tradicionalismo ha sido entendido como una fuerza estabilizadora de las culturas o una forma de preservar la identidad y resistir los embates del tiempo. Sin embargo, en un mundo globalizado como el de hoy, donde los símbolos culturales se comercializan y los significados se vacían, el tradicionalismo se convierte en una herramienta ambigua. Desde mi perspectiva, no siempre es un acto de resistencia, sino que puede ser una forma de manipulación y explotación de los pueblos, legitimando jerarquías, restringiendo el cambio social y convirtiendo la cultura en mercancía.

Los defensores del tradicionalismo suelen argumentar que la cultura debe mantenerse “pura” y fiel a sus raíces. Pero, ¿quiénes define esa pureza? O ¿Quiénes tienen el derecho de decidir qué es “auténtico”? Esta visión excluyente muchas veces impide a las comunidades reinterpretar sus propias tradiciones de acuerdo a sus necesidades contemporáneas. Como señala Néstor García Canclini (2021), “la tradición no es lo opuesto a la modernidad, sino una construcción moderna usada para legitimar ciertas formas de poder” (p. 47). Esto implica que lo “tradicional” puede ser instrumentalizado para mantener estructuras de dominación internas o externas, desde líderes locales que justifican prácticas opresivas hasta industrias turísticas que mercantilizan lo sagrado.

El problema se agrava cuando el tradicionalismo es explotado desde fuera; Multinacionales, gobiernos y hasta ONGs culturalmente intervencionistas han utilizado el discurso de la preservación para apropiarse de saberes y prácticas culturales. Esta es una forma de extractivismo simbólico: se extrae valor cultural sin compensación justa, tal como se extraen minerales o recursos naturales. Según Ziff y Rao (2020), “la apropiación cultural no se limita al uso estético de símbolos, sino que también implica la desposesión de los contextos comunitarios que les dan sentido” (p. 15). En este marco, el tradicionalismo sirve como un envoltorio ético para esconder la explotación.

La explotación cultural bajo el disfraz del respeto a las tradiciones también tiene un fuerte impacto en los jóvenes. Muchas veces se les exige que se mantengan fieles a roles tradicionales que no responden a sus realidades actuales. Se les impide hablar nuevas lenguas, migrar, estudiar o incluso amar libremente en nombre de una cultura “auténtica” que ni siquiera eligieron. Esta imposición es una forma de violencia simbólica. Bourdieu (1991) advertía que “las estructuras simbólicas, cuando se presentan como naturales, perpetúan desigualdades sociales” (p. 128). En otras palabras, el tradicionalismo puede convertirse en una cárcel identitaria disfrazada de orgullo cultural.

Personalmente, creo que el respeto por la diversidad cultural no puede basarse en la fosilización de las tradiciones. Las culturas están vivas, mutan, se mezclan, y esa transformación es su verdadera fuerza. Defender la cultura no es atarse al pasado, sino permitir que los pueblos decidan su presente. Si no reconocemos esto, seguiremos permitiendo que bajo el nombre de la tradición se cometan abusos, se nieguen derechos y se robe el alma de las comunidades para satisfacer el consumo nostálgico de otros.

Quiero concluir con esta leve crítica, de que el tradicionalismo no siempre es una forma de resistencia; también puede ser una forma de control. En tanto se imponga desde fuera o desde una élite que decide lo que es “auténtico”, seguirá funcionando como un agente de explotación cultural. Por eso, es urgente repensar nuestras relaciones con las tradiciones y poner en el centro la voz de los propios pueblos.

Referencias bibliográficas:

Bourdieu, Pierre. (1991). Lenguaje y poder simbólico. Harvard University Press.

García Canclini, Néstor. (2021). Culturas híbridas: Estrategias para entrar y salir de la modernidad (2.ª ed.). Paidós.

Ziff, Bruce, & Rao, Pratima V. (2020). Poder prestado: Ensayos sobre la apropiación cultural. Rutgers University Press.

Numar González Alvarado

Barranquilla (1990). Filósofo, Profesor de Filosofía y Teoría Económica e Instructor de Literatura en diferentes instituciones educativas de educación básica y media. Actualmente se desempeña como Profesor de tiempo completo y Emprendedor. Es columnista en varios medios de comunicación a nivel nacional e internacional. Es un pensador que se muestra como crítico del tradicionalismo, de la cultura postmoderna.

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