Durante el mes de junio de 2025, la compañía Teatro Implicancia presentó en el Departamento de Teatro de la Universidad de Chile su “Trilogía de la Permanencia”[2], compuesta por los montajes Delirios (2022), Extinción (2023) y Cadáveres (2024). Tres obras que, en apariencia, podrían resumirse como historias de ciencia ficción: una misión de colonización a Marte, una tienda de videoclub a fines del siglo XX y una estación de metro sellada tras una nueva glaciación. Sin embargo, vistas desde las ciencias sociales, revelan una inquietante e intensa reflexión sobre el concepto de “permanecer” en contextos de colapso, pérdida y memoria.
Delirios: permanecer como destino
Delirios (presentada los días 5, 6 y 7 de junio) se sitúa en una nave espacial del futuro, donde un grupo de astronautas lucha por asegurar la permanencia de la humanidad y preservar su legado en el planeta Marte. El eje narrativo gira en torno a Galileo, un miembro de la tripulación que experimenta visiones “premonitorias” del porvenir y mantiene conversaciones con la perrita Laika. A través de este personaje, la obra nos invita a reflexionar sobre el estigma que históricamente pesa sobre quienes perciben realidades alternativas o anuncian lo que aún no ha sucedido. ¿En qué momento la figura del “loco” se transforma en la del vidente?
Este cuestionamiento resuena con múltiples episodios de la historia, como el de Galileo Galilei, cuyas contribuciones científicas fueron desacreditadas por la academia y la Iglesia del renacimiento. Igualmente, personajes como Nostradamus, Baba Vanga o Parravicini siguen siendo evocadas sus profecías ante fenómenos sociales contemporáneos, dando cuenta de una fascinación persistente por la anticipación del futuro. En el análisis de los personajes secundarios, destacan Bruno y Salvadora, quienes encarnan otra dimensión del delirio: la convicción de tener un propósito trascendental. Bruno cree que debe dejar una huella a nivel nacional, mientras que Salvadora persigue una misión que podría considerarse “altruista”. Ambos representan formas distintas de sentido de vida, fundadas en la idea de destino o llamado.
Desde una perspectiva de las ciencias sociales, la obra plantea interrogantes fundamentales sobre las motivaciones humanas: ¿qué nos impulsa a perpetuarnos?, ¿por qué anhelamos trascender, incluso a costa de sacrificios extremos? La narrativa evidencia el impulso antropológico de búsqueda de sentido frente a la finitud, el uso del delirio como catalizador simbólico, y la tendencia humana a externalizar la culpa. No hacemos un mea culpa de nuestra responsabilidad en la degradación del entorno, y en su lugar proyectamos la esperanza de redención en el futuro o directamente en otro planeta.
Extinción: el peso de la rutina y la “no permanencia”
Extinción (12, 13 y 14 de junio), debo decirlo, es mi obra favorita de la trilogía. Más allá de su narrativa y sus referencias a la cultura pop, nos transporta a un “blockbaster” del pasado, ambientado en una tienda de arriendos de videos en el año 1999, justo antes del cambio de siglo. Sus personajes enfrentan el temor colectivo al fin del mundo, una ansiedad que revela una dimensión más oscura del concepto de permanencia: ¿qué ocurre cuando ya no queremos permanecer? Donde nuestra única salida visible es el de poner fin a nuestra propia existencia.
A través de un bucle infinito, tal como señala Fernando, el protagonista —“Es como el Día de la Marmota”[3]— se repite una y otra vez el 31 de diciembre de 1999. Ni él ni sus compañeros de trabajo pueden avanzar, ni trascender; están atrapados en una existencia sin muerte y sin progreso. Esta situación plantea una pregunta inquietante: ¿y si nuestro trabajo fuera una forma de permanencia eterna? Desde una perspectiva marxista, esta representación remite directamente a la alienación laboral: el trabajo como rutina mecánica, carente de sentido, en la que el trabajador está despojado de la posibilidad de crecimiento personal o realización. Este loop inescapable convierte a los personajes en piezas desgastadas de una maquinaria inerte, donde la única salida —radical, desesperada— parece ser el deseo de desaparecer. La permanencia vital se vuelve entonces una condena.
En otro plano simbólico, la obra nos permite entender la permanencia de los dolores del pasado y cómo estos influyen en las decisiones del presente. Solo enfrentando y sanando esas heridas —emocionales, sociales, incluso históricas— se vislumbra la posibilidad de avanzar hacia el futuro. Así, esta obra no solo cuestiona las estructuras laborales contemporáneas, sino que nos interpela en lo íntimo: ¿quiénes éramos y qué anhelábamos cuando creíamos que el futuro era un umbral luminoso? Y para cerrar, estimado lector o lectora, te dejo una última pregunta que también puede ser una brújula: ¿Aún te gusta el mismo dinosaurio que amabas cuando eras niño o niña?
Cadáveres: la permanencia en el amor, la identidad y la maternidad
Cadáveres cierra magistralmente la trilogía, abordando el tema de la permanencia desde dimensiones profundamente humanas: el amor, la maternidad, la identidad, todo enmarcado en un mundo al borde de su extinción. La acción transcurre en una estación del metro de Santiago, convertida en refugio improvisado tras el advenimiento de una nueva era glacial. Entre los personajes encerrados, destaca una mujer embarazada cuya historia articula la búsqueda del hijo (que nunca la conoció) por su identidad y el deseo de reencontrarse con su madre, a través de realidades paralelas. Incluso para profundizar a los dos personajes principales, la mujer solo se llama Madre y su hijo se le conoce solo como viajero, que juega con el concepto de la identidad.
La obra evoca inevitablemente al videojuego BioShock Infinite[4], con su exploración de universos alternos y la plasticidad de la identidad según los contextos socioculturales. Este paralelismo no solo enriquece la trama, sino que subraya cómo nuestra existencia no es un absoluto, sino una construcción que varía según las condiciones históricas y afectivas de cada realidad posible.
Desde un enfoque de las ciencias sociales, Cadáveres plantea preguntas fundamentales: ¿por qué desear permanecer si todo está destinado a acabar?, ¿qué sentido tiene traer nueva vida a un mundo en ruinas? Estas interrogantes conectan con debates contemporáneos sobre el antropoceno, la crisis ecológica, y la ética reproductiva en tiempos de colapso. La maternidad aquí no es solo biológica, sino simbólica: un gesto de resistencia, de esperanza, o tal vez de negación frente al final inminente.
La obra se erige como un broche de oro, donde se evidencia la madurez estética y conceptual de la compañía. Cada elemento escénico, desde el espacio claustrofóbico hasta la tensión emocional, refleja una sensibilidad desarrollada y una capacidad reflexiva que trasciende lo teatral. Más que un cierre, Cadáveres es una pregunta abierta al público: si el mundo termina, ¿qué parte de nosotros merece permanecer?
La “Trilogía de la Permanencia” de Teatro Implicancia se configura como un dispositivo escénico que desborda la ciencia ficción para instalar una reflexión radical sobre la condición humana frente al colapso. No se trata meramente de sobrevivir al fin del mundo, sino de interrogar los fundamentos mismos de nuestro deseo de permanecer. A través de narrativas que cruzan el delirio visionario, la repetición estéril del trabajo y la potencia ambivalente de la maternidad, las tres obras tensionan los bordes entre lo individual y lo colectivo, entre la memoria y el porvenir, entre el cuerpo y el tiempo.
Desde una perspectiva de las ciencias sociales, la trilogía pone en escena una serie de síntomas contemporáneos: la fe en el progreso como redención, el desgaste subjetivo en sistemas laborales deshumanizantes, y la angustia frente a un futuro que ya no promete salvación, sino incertidumbre. En este sentido, permanecer no es aquí una pulsión vital incuestionada, sino una categoría frágil, cargada de dilemas éticos, políticos y afectivos. ¿Vale la pena dejar rastro en un mundo que se desvanece? ¿Es la permanencia una forma de resistencia o una prolongación del daño?
Con una madurez estética y conceptual notable, la compañía nos ofrece un tríptico que no busca respuestas, sino intensificar las preguntas. En tiempos donde se agotan los lenguajes para hablar del fin, Delirios, Extinción y Cadáveres componen un gesto de imaginación crítica: nos invitan a pensar el colapso no como el cierre de una historia, sino como un umbral desde el cual reconfigurar nuestras formas de habitar el mundo, de narrarnos, de cuidar y de recordar. En ese espacio incierto entre lo que desaparece y lo que aún late, tal vez encontremos la clave no de permanecer a toda costa, sino de persistir con sentido.
[1] Cientista Político UDP; Maestro de investigacion en Politica Comparada FLACSO Ecuador. Docente en la Universidad Alberto Hurtado y Universidad Mayor.
[2] Director Eduardo Fuenzalida.
[3] Harold Ramis, 1993.
[4] Irrational Games, 2013.
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