La feria de la carroña

Decía Marx, en una glosa a Hegel, que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia, y una segunda como comedia. La tragedia del narcoterrorismo, con magnicidios, de una pandilla mafiosa enfrentado al Estado, hace parte de la memoria finisecular de Colombia siglo XX. Quienes pretenden reeditar tales episodios hoy son figuras de zarzuela, pese a lo macabro de sus métodos.

El desafío de Pablo Escobar al gobierno tiene más nostálgicos de lo que conviene, algunos provenientes de esas huestes, y con la misma marca de origen del célebre Cartel; eso sí, sin las agallas de Pablo de Antioquia, sin su inteligencia, y sin tempo político. Y no es un fenómeno del gobierno de Gustavo Petro, desde la primera presidencia de Juan Manuel Santos ya se ensayaban bravatas y desacatos al mandatario nacional por esos anacrónicos, que han desempolvado aquellas tretas contra el Gobierno del Cambio.

Hace casi un siglo, hubo un procedimiento similar contra el programa reformista de la república liberal. Laureano Gómez sintetizó tal proceder en la consigna “hacer invivible la República”, que incitaba a generar zozobra, mediante la violencia, para evitar que, fuera del Partido Conservador, nadie pudiera gobernar a Colombia. Esa misma godarria, inspirada en Laureano, ahora se compincha con los emergentes de la escuela de Pablo de Antioquia en el empleo de métodos de mafia, generar violencia para vender seguridad, mientras aportan el recurso a “la acción intrépida y el atentado personal”, del laureanismo. El credo retardatario se puede resumir en que contra las reformas sociales cualquier exacción se valida, así haya que matar, más ahora, cuando arguyen que el país les pertenece, que es su finca.

En desarrollo de tales lemas el magnicidio es una opción, ya la aniquilación del contrario desató La Violencia de mediados del siglo XX, para exterminar al Partido Liberal; y ha desatado la guerra insurgente y contrainsurgente de las últimas décadas, así como el genocidio de un partido político, decenas de magnicidios, entre ellos el asesinato de seis candidatos presidenciales. En la misma serie están las masacres, los asesinatos de líderes sociales, y de firmantes de paz.

Contra el actual Gobierno del Cambio se reactivaron grupos de exterminio en Cauca, se ha pretendido volver a paramilitarizar el departamento de Antioquia, también han desatado fuerzas delincuenciales en algunas capitales, como Bogotá, Cali, Medellín, con motivo de elecciones regionales, lo que permitió a la derecha política hacerse con esas alcaldías, sin que pudieran desactivar la ola de inseguridad que les dio el triunfo.

Pese a ello, las derechas políticas no han logrado socavar el respaldo al gobierno del presidente Petro, ni lograr que rinda sus reformas bandera, a pesar del bloqueo institucional, tampoco le pueden arrebatar la base social al Pacto Histórico, lo cual vaticina una victoria electoral más contundente en 2026 para este movimiento, con la consiguiente debacle de la derecha. En este contexto surge el atentado al ultraderechista Miguel Uribe.

Tal precandidato fue abaleado en un pequeño mitin el sábado siete de junio, en Bogotá.  Contrario al tratamiento de la prensa corporativa, que informa como si estuviera muerto, y no hay muerto malo, Uribe Turbay es el más torpe de los candidatos de la derecha, desdeñado hasta por sus copartidarios, que hoy se rasgan las vestiduras y usan su desgracia para hacer proselitismo. Hasta para su propia familia parece ser despreciable, por la colaboración con el aprovechamiento politiquero del infortunio.

Dadas las escasas luces intelectuales del señor Miguel Uribe, fue utilizado por los más recalcitrantes reaccionarios para proferir barbaridades y justificar crímenes como la violación y muerte por empalamiento de Rosa Elvira Cely, en el Parque Nacional, de Bogotá, o el asesinato del Estudiante Dilan Cruz, por disparos de la Policía Nacional; en ambos casos culpó a las víctimas por su tragedia.

Tal proceder, usar personajes pobres de espíritu, se volvió una práctica común en las huestes uribistas, donde sus cuadros recién llegados a la sociedad, a la economía, y a la política, se han tratado de mimetizar reclutando a integrantes menos brillantes de las familias tradicionales, el torpe de la casa, como Pachito Santos, Iván Duque, o Miguel Uribe. Sin que sean los únicos, ya que tal agrupación se rige por el rasero de “la inteligencia superior”, que formulara un adulador, donde nadie puede hacerle sombra al caudillo. Por esa razón en el uribismo no hay intelectuales, por la misma razón no tienen un candidato de peso, y Uribe Turbay no tenía ninguna opción de ser presidente de la República, así haya expresidentes con las mismas taras.

La extrema derecha parecía preparada para capitalizar el atentado, con ropa de luto lista, una marcha “espontánea” organizada, y declaraciones bajo un mismo patrón. Los ultramontanos, concertados con la prensa corporativa, lograron meter varios billetes falsos: Que fue un crimen de intolerancia, como si estuviera demostrado que le dispararon contrarios políticos, cuando cada vez parece más que fueron sus relictos; que todos lo apreciaban mucho, cuando era el candidato que nadie quería en la derecha; finalmente llegaron al consenso, periodistas corporativos y caudillos políticos, que resulta igual el lenguaje fogoso que el atentado personal y, en consecuencia, hay que amordazar al presidente.

Parte del mismo consenso es que por lenguaje agresivo se entiende el del señor presidente, los insultos, calumnias, amenazas, jugarretas legislativas, no cuentan. “Plomo es lo que hay, y plomo es lo que viene”, resulta un estribillo reguetonero. Pretenden vender, con el atentado a Uribe Turbay, el relato de que impulsar reformas sociales es sembrar odio y polarizar a la sociedad.

Con la conjura intentaban aturdir a la sociedad, Colombia no les creyó: desde el momento de la noticia hubo duda de un montaje, o de un autoatentado. La valía del senador herido es en cuanto vida humana, no como dirigente, menos como filántropo, el acto se percibió como esfuerzo por desestabilizar el gobierno, y un eventual derrocamiento. Sí logró el uribismo volver a sacar gente a las calles, las que tenía perdidas, lo que incrementa la probabilidad de repetir un atentado semejante, y tienen otros candidatos sin peso específico, de los que pueden prescindir.

Pese a ello, no logró quitarle la calle al progresismo que sigue llenando plazas, por mucho que se desgañiten los locutores mintiendo lo contrario.

El retorno al narcoterrorismo solo existe en el deseo de actorzuelos de opereta que gritan eso, que en su impotencia contra el Gobierno del Cambio ven en el terror una opción, los seis candidatos presidenciales colombianos asesinados han sido por la derecha política, y el caso de Miguel Uribe no parece ser diferente, excepto por el hecho de ser el primero en ser esclarecido oportunamente. ¡Colombia cambia!

La otra tragedia en ese atentado es la del menor utilizado para cometerlo, otra razón para la transformación urgente de Colombia. Pero, a la atrocidad de instrumentalizar niños para el crimen, se le debe equiparar la de utilizar débiles mentales para que profieran despropósitos políticos que ni entienden.

José Darío Castrillón Orozco

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