Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
“¡Tierra a la vista!”.
Rodrigo de Triana desde la Carabela La Pinta.
Nos gusta creer, aunque no hay certeza de ello y tampoco prueba documental, que el día en el cual Jean-François Champollión descifró lo escrito en la piedra Rossetta, además de sorprenderse, salió gritando por las calles de la ciudad, en un francés refinado, “Eureka”, “Eureka”, “Eureka”. Muchos de sus vecinos, tal vez sin conocer la expresión, debieron pensar que había enloquecido. El delirio del filólogo francés pronto se contagiaría por todo el mundo y centenares de estudiosos, conocidos como egiptólogos, nos abrirían las puertas de una cultura olvidada por siglos y cuya escritura jeroglífica guardaba misterios, como los revelados en el famoso “libro de los muertos”.
La misma emoción tuvo que invadir a Sir Henry Rawlinson, un oficial del ejército británico que descubrió, transcribió y tradujo lo grabado en la inscripción de Behistún, ubicada en la cordillera de Zagros (actual Irán), en la que podía leerse, escrito en tres lenguas (persa, elamita y babilonio), la historia de las conquistas y victorias del rey persa Dario I.
Pero, sin duda, una de las historias más conocidas y relatadas por los epigramistas es la de George Smith, un experto en el imperio asirio que, según cuenta su asistente, se desmayó, después de pronunciar la palabra “Eureka”, el día que encontraron en la ciudad de Mosul (ciudad de Irak donde se hallan las ruinas de Nínive), unas tablillas con escritura cuneiforme que Smith decodificaría en 1872, mientras trabajaba en el Museo Británico, y en las que podía leerse la epopeya de Gilgamesh y una versión mesopotámica del diluvio universal, protagonizada por Utnapishtim, el Noé babilonio.
Todas estas anécdotas tienen sentido, gracias al gran Arquímedes. Cuenta I. Asimov, en su libro “momentos estelares de la ciencia”, que este sabio siracusano utilizó espejos cóncavos para concentrar la luz del sol y así quemar las naves de los romanos que asediaban Siracusa. Relata también Asimov, que el rey Hierón II encargó a Arquímedes la tarea de averiguar si una de sus coronas, construida por uno de los orfebres del reino, era de oro puro o simplemente producto de una aleación con otros metales como la plata.
Arquímedes analizó el caso por semanas sin encontrar una respuesta satisfactoria. Pero una mañana, mientras se disponía a tomar un baño en su casa, bajó por las escaleras del balneum (baño romano privado) y se percató que al sumergir su cuerpo, paulatinamente, en el agua, esta se desplazaba hacia arriba, por lo que concluyó que el volumen de agua desplazado era igual al volumen de su cuerpo. La leyenda dice que al darse cuenta de lo que había descubierto, el hombre corrió desnudo por las calles de Siracusa gritando: εὕρηκα (Eureka), una exclamación que significa “lo he encontrado”. Tras presentarse ante el rey, Arquímedes probó su teoría con la corona y con la cantidad de lingotes de oro que le habían sido entregados al orfebre, demostrando que esta (la corona) no era de oro puro. La resolución del enigma le costó la vida al orfebre y le dio la gloria a Arquímedes.
En contextos como los de la literatura y el cine, el término de “Eureka” podría asociarse con el asunto detectivesco y quien mejor para presentarlo que el médico y escritor inglés Arthur Conan Doyle, quien, con su saga de aventuras de Sherlock Holmes y su amigo John Watson, cautivó al público con relatos de crímenes y robos que solo Holmes y su compañero lograban resolver, gracias a su nivel de observación detallada, a la capacidad deductiva lógica y a sus vastos conocimientos de la cultura propia y foránea.
Cada año en el mundo, miles de investigaciones, entre ellas las de los espías, surten resultados que devienen en descubrimientos, patentes científicas y revisionismos históricos. Los “Eureka” se celebran con euforia en laboratorios, agencias de inteligencia, archivos o centros de estudio, donde las neuronas giran a gran velocidad para resolver cuestiones biológicas, naturales, políticas, sociales y hasta éticas. Desde el origen de la vida, como lo enseñó Alexander Oparin, hasta el ocaso de ella y las especulaciones de lo que puede pasar después, la humanidad se debate con temas tan complejos como la amenaza de una guerra nuclear o los impactos futuros de la Inteligencia Artificial (IA). Y aunque todo puede pasar en este universo, esperamos que “Eureka” siga siendo una expresión humana que ningún androide, por fuera de su programación, pueda expropiarnos.
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