“da la impresión de que el presidente Petro quisiera llevarnos de regreso a aquellos tiempos en los que, como bien lo señala el profesor Valencia Villa, las Constituciones eran auténticas Cartas de Batalla, donde los partidos políticos recurrían a la confrontación y la imposición, utilizando la Carta Política como herramienta para plasmar a la fuerza sus intereses y visiones, dejando de lado cualquier intento de consenso. Es precisamente en ese punto donde se desvirtúa el verdadero propósito constitucional, porque lo valioso de la Constitución radica en que todos tenemos cabida bajo su amparo”
Quienes somos apasionados por el derecho constitucional conocemos de un libro clásico de esta área del derecho llamado “Cartas de Batalla”. Este libro, escrito por el Dr. Hernando Valencia Villa, cuya primera edición data de 1987, es una obra fundamental para comprender la historia del constitucionalismo colombiano, porque traza los procesos políticos, sociales y violentos que hemos vivido en el país.
El libro tiene 4 partes: en la primera, se examina como el derecho y el constitucionalismo han estado marcados por la confrontación, las tensiones, la violencia y la falta de consenso. Así, pues, en tal acápite el Dr. Valencia Villa trata conceptos como el derecho visto como contrato y guerra social; en la segunda, se analiza el proceso de construcción del Estado, desde la independencia hasta la consolidación de las instituciones, mostrando la influencia de las ideas centralistas y federalistas; en la tercera, se estudian las sucesivas reformas y cambios constitucionales, entendidos como respuestas a crisis políticas y sociales, más que como producto de aprobación democrática; y, finalmente, en cuarto lugar se hizo un ligero análisis de la Constitución del 91, reflexionando sobre algunos retos del constitucionalismo.
Ahora bien, el libro tiene una tesis central que, a mí, en estos tiempos, me parece fundamental y que no podemos permitir que vuelva a acontecer y esa idea principal consiste en señalar que las Constituciones en Colombia, lejos de ser pactos sociales, fueron disputas políticas que, inclusive, se fueron a lo armado. Un claro ejemplo de aquello es el nacimiento de la Constitución de 1886, cuyo comienzo se da por la victoria del Partido Conservador, liderado por el presidente Rafael Reyes, en la Guerra Civil de 1884-86, donde se eliminaron por completo las ideas liberales y se impusieron ideas conservadoras como el centralismo, el presidencialismo y el confesionalismo del Estado. Son justamente estas ideas de eliminación y lucha constitucional que no pueden aparecer hoy en día en nuestro país.
Por lo expuesto anteriormente, me gustaría traer a colación mi firme preocupación por la insistencia del presidente Petro y de algunas personas del gobierno nacional en que necesitamos una Constituyente. No necesitamos una nueva Constitución principalmente por dos razones: i) no es el momento álgido para realizar otra, pues no sentimos que haya que cambiar o refundar nuestro Estado; ii) porque no hay un consenso general para promulgar una nueva, especialmente porque esta Constitución vigente aún sigue joven y puede tener implementación en muchísimos otros aspectos.
Apreciados lectores, da la impresión de que el presidente Petro quisiera llevarnos de regreso a aquellos tiempos en los que, como bien lo señala el profesor Valencia Villa, las Constituciones eran auténticas Cartas de Batalla, donde los partidos políticos recurrían a la confrontación y la imposición, utilizando la Carta Política como herramienta para plasmar a la fuerza sus intereses y visiones, dejando de lado cualquier intento de consenso. Es precisamente en ese punto donde se desvirtúa el verdadero propósito constitucional, porque lo valioso de la Constitución radica en que todos tenemos cabida bajo su amparo
En síntesis, la Constitución del 91, defectuosa, pero angelical, merece ser defendida, porque consagra un verdadero pacto social estable y legítimo que, lejos de ser cambiado, merece ser implementado. En tal sentido, mi postura es una sola: No a la Constituyente.
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