“El adagio popular «para las verdades está el tiempo» puede aplicarse a Gustavo Francisco Petro Urrego y a los acontecimientos que se están desarrollando actualmente en toda la nación. Muchos se resistían a aceptar la idea de que la mitomanía, el resentimiento y los complejos que aquejaban a su mandatario resonaran en toda Colombia, pudiendo llevar al país al borde del abismo. La convocatoria a una Asamblea Constituyente representa la siguiente fase en la estrategia de coerción y extorsión que su presidente está empleando para aniquilar la democracia, la institucionalidad y el colectivo social.”
El ADN beligerante de Gustavo Francisco Petro Urrego se ha exaltado en los últimos días, aflorando un odio recalcitrante contra los estamentos del Estado y la independencia de los poderes ante la imposibilidad de lidiar con el tablero político de la nación. El simbolismo ideológico que se ha tejido alrededor del M-19 desde la toma de posesión de su mandatario es indicativo de la política militante a la que se asocia su presidente. El peso dado a la violencia y a los grupos al margen de la ley no difiere en nada del pasado beligerante que siempre ha acompañado a su dignatario. Es importante recordar las masacres, tomas guerrilleras, secuestros, matanzas, conexidad con el narcotráfico y otras atrocidades perpetradas por quienes, en los años 70, se vendían como jóvenes revolucionarios con ideales nacionalistas, democracia electoral y justicia social.
La situación que hoy enfrenta Colombia puede interpretarse como una manifestación de degradación moral, tipificada por una inversión de valores. La naturalización de tales creencias, unida al cinismo que suele atribuirse a las ideologías de izquierda, sirve en última instancia para apoyar las propuestas radicales planteadas por el gobierno del cambio encabezado por Gustavo Francisco Petro Urrego. La propensión del «emperador» a la ambición, que permea su liderazgo, engendra un estado de inestabilidad mental en un hombre que, con sus acciones, ha dejado a la nación en un estado de desorden, saqueada y en un punto cercano a la bancarrota. El imperio criminal que ejerce su influencia en el ambiente exige comprender que la izquierda no es más que un gran bloque que combina los diferentes frentes de lucha que buscan someter al país a la ideología progresista que ha causado un daño significativo a la Argentina y está erosionando el tejido social de países como Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Una cuestión destacada para los colombianos han sido los ingentes esfuerzos de la izquierda por disminuir la importancia percibida de grupos como el M-19, las FARC, el ELN, las milicias urbanas y las primera líneas, entre otros. Estos grupos, que operan fuera de los límites de la legalidad, aspiran a desmantelar las instituciones democráticas. La apuesta política emprendida por los «progresistas» ha tenido un notable impacto en la nación, en gran parte debido a una combinación de factores que incluyen la falta de conciencia, la falta de memoria y la retención selectiva de información por parte de ciertos individuos. El resultado ha sido una amplificación significativa de sus acciones beligerantes, presentándolas como una forma de clamor popular. En lugar de encarnar un gesto de grandeza política, el gobierno del cambio se dedica a adoctrinar a las clases populares y a los sectores menos educados. Se estima que estos sectores están en un estado de creencia ciega de que en el poder hay una opción política que defiende los intereses del campesinado, los pueblos indígenas y la clase trabajadora.
La historia, que es un cúmulo de pruebas irrefutables e indiscutibles, ha demostrado que el error inicial fue la apuesta política y social que resultó en un resurgimiento victorioso que ha llevado a que hoy el M-19 gobierne Colombia, y quién sabe si mañana las FARC. El inicio de un proceso de paz no sirve para borrar las atrocidades cometidas por quienes desde el ejecutivo y el legislativo operan bajo un simple acto de cinismo. El ascenso de agentes criminales a posiciones de autoridad puede atribuirse, al menos en parte, a la influencia de quienes, mediante su hábil narrativa, han moldeado el discurso en torno a aliados y adversarios de la paz. Aquellos que actualmente pretenden presentarse como mártires políticos no son más que líderes de movimientos guerrilleros que deben aceptar la responsabilidad por la barbarie, el sufrimiento y la violencia que ha provocado la muerte de miles de colombianos. Los actores insurgentes son conscientes del número de víctimas que dejaron 54 años de lucha armada infructuosa. Solo ellos saben qué fue lo que les llevó a la reinserción para minar desde la política el Estado colombiano y sus instituciones democráticas.
El mensaje entre líneas que se tejió alrededor del cambio y el populismo profesado por Gustavo Francisco Petro Urrego, al lado de los profundos y olvidados que se identifican como los “nadies”, fue la exaltación de una apuesta ideológica ligada al nacionalismo y al socialismo democrático por el que luchó el M-19 desde sus inicios. La veneración del progresismo es un acto que puede atrapar a los incautos, cegar a los fanáticos, pero humillar a los soldados que los combatieron y al pueblo que fue víctima de una narcoguerrilla de extrema izquierda. Las contradicciones de su mandatario se ven exacerbadas por su tendencia mitómana a expresar el odio de una manera que recuerda a la de un loco desesperado. La tendencia a fingir ignorancia o incapacidad mental que exhibe su presidente es propia de quien apuesta por la dictadura, la autocracia y la antidemocracia, así como los individuos que veneran sin cuestionamientos a figuras históricas como Hitler o Bolívar, a pesar de tener una comprensión limitada de sus verdaderas inclinaciones ideológicas.
Es evidente que su mandatario ha alabado persistentemente su participación en el M-19, lo que carece de sustancia y significa una lucha armada sin resultados tangibles, y en consecuencia refuerza a la población oprimida. A pesar de su afirmación inicial de que no convocaría una Asamblea Constituyente y que Colombia no seguiría un camino similar al de Venezuela, ahora es evidente que ha cambiado su postura al respecto. Se trata de la misma persona que requiere una plataforma para el ciclo electoral de 2026 y que, en consecuencia, busca afanosamente un medio para anclar su narrativa, con el objetivo de llegar a electorados clave y consolidar mayorías en el Congreso. Gustavo Francisco Petro Urrego es consciente de que ha perdido las mayorías y de que la gente ya no sale a las calles a marchar por los ideales del progresismo de izquierda. El Senado rechazó la Consulta y la Primera Línea no procedió a causar disturbios generalizados. El Consejo de Estado suspendió el decretazo y no se produjeron actos vandálicos. La desaprobación de su presidente alcanzó el 64%, y perdió a la juventud y a las capas populares. El progresismo socialista ya no enamora.
La ciudadanía ya ha dado ejemplo marchando en silencio por la democracia, con la inmensa mayoría de los colombianos haciendo valer sus derechos y luchando por corregir el rumbo del país. La preservación de la libertad y el orden dentro de una sociedad se reconoce universalmente como un objetivo fundamental, que concierne a todos los individuos. Esto se debe al hecho de que es un requisito previo para la mejora de las perspectivas de futuro y la capacidad de vivir de manera pacífica. La población de Colombia es ahora capaz de distinguir entre los que demuestran un comportamiento adulador y los que actúan de forma ética e inteligente. El cambio puede definirse como un proceso y no como una imposición. La transformación de la posición de la oposición, antes atacada y ahora respaldada, es compleja. La izquierda pierde adeptos por su defensa y justificación de lo indefendible. Una sociedad profundamente polarizada como la colombiana debe considerar las consecuencias tangibles de las propuestas políticas, económicas y sociales del progresismo, que ya se manifiestan en los campos de la salud, las pensiones y, más recientemente, el sector laboral.
La agenda progresista del gobierno ha sido criticada por no ofrecer oportunidades equitativas a todos los segmentos de la sociedad, centrándose en cambio en el pago de las deudas contraídas con las comunidades ancestrales. Esto ha tenido un efecto profundamente negativo en las esperanzas de los ciudadanos de a pie. La propuesta de cambio hecha por la izquierda a los «nadies» ha tomado el curso que la historia ha demarcado para los países que ya han recorrido los caminos del socialismo progresista en el siglo XXI. A la luz de los más recientes actos de gobierno, hay sobrados motivos de preocupación y es imperativo articular con claridad que la utilización de simbología ideológica da lugar al empleo de retórica incendiaria, sello distintivo de Gustavo Francisco Petro Urrego. La defensa de la libertad, el igualitarismo y la justicia social difícilmente pueden encarnarse en un individuo que hizo parte de un grupo que perpetró el asesinato de magistrados, se apoderó de tierras, desplazó ciudadanos, consumó atentados contra poblaciones y secuestró y asesinó a innumerables colombianos.
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