Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
“La ideología es un terreno en conflicto”.
Terry Eagleton.
En pleno furor de la Revolución Francesa, el filósofo Antoine Louis Claude, conde de Destutt de Tracy, fue quien acuñó una de las primeras definiciones del término ideología. El erudito francés escribió, en su libro “Memorias sobre la facultad de pensar”, que la ideología era la ciencia encargada de investigar las ideas y sus orígenes, una conjunción entre las palabras griegas ἰδέα (idea) y λογία (tratado). Además, afirmó que esta (la ideología) era la primera ciencia en orden genealógico y que todas las demás emanaban de ella.
No obstante, ya desde la filosofía clásica griega, la idea, llamada también forma, había sido definida por Platón como una esencia perfecta de las cosas que tenía una existencia eterna e independiente de la realidad sensible. La mayoría de nosotros escuchó hablar, en sus tiempos escolares, del famoso mundo de las ideas platónico del cual provenían las almas que al caer en la tierra eran “encarceladas” en el cuerpo, del que solo se liberarían gracias a la anamnesis (recuerdo del mundo perfecto) y al conocimiento.
Teorías de este estilo eran ya populares en Egipto, Persia e India, y alcanzarían apogeo con doctrinas como el neoplatonismo, el monoteísmo (Judaísmo, Cristianismo e Islamismo) y el cartesianismo, esta última con especulaciones que describían las ideas como claras, distintas e innatas (ideas presentes en la mente desde el nacimiento).
Ya en el siglo XIX, la filosofía alemana, fundamentalmente la Kantiana y la Hegeliana, consolidaría el Idealismo como una escuela de pensamiento basada en la conciencia y en la idea (Espíritu absoluto para Hegel) como ejes de la construcción de la realidad. Valga decir que este sistema permearía las corrientes del Romanticismo y la Ilustración entre los siglos XVIII y XIX. Siendo la Ilustración una de las ideologías que exaltaba la razón por encima de la imaginación; una apología, “algo irracional”, que, seguramente, llevó a Francisco de Goya a pintar su famoso grabado “el sueño de la razón produce monstruos”.
Tal panorama, fue el que recogió Karl Marx, quien en 1845 después de haber planteado sus tesis sobre Feurbach, en especial la número XI (“los filósofos no han hecho más que pensar el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”), redactó, junto con Engels, “la ideología alemana” en donde revisaron los planteamientos de Hegel y Antoine Louis Claude, redefiniendo la ideología como un conjunto de principios, vinculados a la superestructura, que explican la vida y los sistemas de relaciones y luchas sociales entre las clases (las clases fueron descritas por Marx en su libro “La lucha de Clases en Francia”).
En 1997, Paul Ricoeur presentó su obra “Ideología y Utopía”, una síntesis de las reflexiones de varios pensadores sobre estos términos. Para Ricoeur, al menos así parece concluirlo en su trabajo, toda utopía tiende a convertirse en una ideología que se establece y se impone hasta que aparezca otra utopía que quiera derrumbarla y reemplazarla.
No es objeto de esta columna presentar las conclusiones de todos los autores reseñados por Ricoeur, pero sí que es necesario mencionar algunas de esas referencias que nos hacen pensar la ideología como un sistema o como parte de un sistema cultural (C. Geertz); o como un sistema material de prácticas y representaciones que son orientadas por una serie de aparatos ideológicos (escuela, religión, familia, cultura, entre otros) (Althusser).
De igual manera, no menos importante, está la relación que se teje entre la ideología y la legitimidad (Mannheim), pues esta opera en cuanto y en tanto, la primera, es legitimada por algo o alguien. No en vano, Eichman argumentó en su juicio que él no había hecho nada diferente a lo que estaba en la ley de la Alemania Nacionalsocialista, avalada, legitimada y votada por una mayoría del pueblo alemán.
Otra de las formas o escenarios en los que la ideología se ha hecho evidente es en los manuales escolares y en los medios de comunicación. Ambos fenómenos muy bien estudiados por el lingüista neerlandés Teun Van Dijk, desde la metodología del análisis del discurso. Ejemplos de esto, son las líneas editoriales de los medios noticiosos; los titulares o informaciones que crean estereotipos; los documentos, algunos oficiales, que discriminan o desconocen a grupos étnicos o minoritarios; y los eslóganes que, de forma soterrada, señalan de manera peyorativa cualquier tipo de diferencia.
En consecuencia, toda posición, por radical que sea, se encuentra sustentada en unos principios ideológicos que deben ser leídos, ponderados y analizados en su contexto. Realidad que no debe ser asociada con la aceptación de ideas que atenten contra la dignidad humana. Todos, sin excepción, debemos tomar posiciones frente a las realidades que nos circundan, máxime cuando estas afectan a otros. No vaya a ser que nos pase como aquel personaje al que se refería Martin Niemöller, citando a Bertolt Brecht: “Primero vinieron por los socialistas, y guardé silencio porque no era socialista. Luego vinieron por los sindicalistas, y no hablé porque no era sindicalista. Luego vinieron por los judíos, y no dije nada porque no era judío. Luego vinieron por mí, y para entonces ya no quedaba nadie que hablara en mi nombre”.
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