““Invertir en prevención hoy no solo salva vidas; salva sistemas completos de salud para las futuras generaciones.”
El crecimiento constante de los costos en salud ha dejado de ser un problema proyectado a futuro para convertirse en una realidad que amenaza la estabilidad de los sistemas sanitarios en casi todos los países, independientemente de su nivel de desarrollo. Las cifras son elocuentes: gasto creciente, recursos limitados, y una demanda sostenida por servicios altamente costosos, especialmente en el manejo de enfermedades crónicas avanzadas. Frente a este escenario, la medicina preventiva se presenta no solo como una opción deseable, sino como la única estrategia viable que puede garantizar la sostenibilidad financiera de los sistemas de salud a largo plazo.
Durante décadas, los sistemas de salud han privilegiado un modelo reactivo, enfocado en la atención de enfermedades cuando ya están instaladas. Este enfoque resulta económicamente insostenible porque implica enfrentar los estadios más complejos, avanzados y costosos de las patologías. Por el contrario, intervenir precozmente, o incluso antes de la aparición de la enfermedad, permite evitar gastos desproporcionados en tratamientos prolongados, hospitalizaciones repetidas y pérdida de productividad de la población activa.
La medicina preventiva no solo evita costos directos relacionados con tratamientos médicos, sino también costos indirectos que afectan la economía global de los países: ausentismo laboral, discapacidad, dependencia y reducción de la calidad de vida. Las inversiones en prevención —como programas de vacunación, control de factores de riesgo cardiovasculares, detección temprana de cáncer, y promoción de estilos de vida saludables— tienen retornos medibles en términos económicos y sociales.
Sin embargo, no basta con disponer de intervenciones preventivas bien diseñadas. El gran desafío está en lograr que las personas efectivamente adopten conductas saludables de forma sostenida. Es aquí donde los aportes de la economía conductual ofrecen una herramienta poderosa. Richard Thaler y Cass Sunstein, a través del concepto de nudge (empujón sutil), proponen que las decisiones de las personas pueden ser modeladas mediante pequeños cambios en el entorno de elección, sin restringir su libertad, pero favoreciendo conductas más saludables.
Implementar nudges en medicina preventiva puede significar, por ejemplo, reorganizar la ubicación de los alimentos en los comedores escolares para que los más saludables estén al alcance visual inmediato; establecer la inscripción automática en programas de tamizaje con opción de salida voluntaria (en lugar de la inscripción activa); o enviar recordatorios simples pero oportunos sobre chequeos de salud o vacunación. Estos ajustes, aparentemente menores, han demostrado en múltiples estudios su capacidad para generar cambios de comportamiento más efectivos que la simple información o la persuasión directa.
El mérito de los nudges radica en su bajo costo de implementación comparado con los beneficios que pueden obtenerse al modificar comportamientos en grandes grupos de población. A diferencia de las campañas educativas tradicionales, que muchas veces exigen elevados presupuestos de comunicación sin garantizar impacto sostenido, los nudges operan sobre los mecanismos automáticos de decisión, logrando efectos más estables y duraderos.
Los sistemas de salud enfrentan una encrucijada inevitable. Seguir apostando a la atención de enfermedades avanzadas llevará, tarde o temprano, al colapso económico del sector. La única vía sostenible es apostar decididamente por la medicina preventiva, pero no de cualquier forma: necesitamos una prevención inteligente, que incorpore herramientas de la ciencia del comportamiento como los nudges, que maximice la adopción de conductas saludables de manera costo-efectiva.
Invertir en prevención hoy no solo salva vidas; salva sistemas completos de salud para las futuras generaciones.
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