Constantemente oímos hablar de los “fallos de mercado”. Pero esta es una etiqueta que confunde más de lo que aclara. El mercado, en su esencia, no es ni bueno ni malo; es simplemente la suma de las innumerables acciones individuales y acuerdos voluntarios entre personas. Es un proceso. ¿Cómo puede un proceso basado en la voluntad “fallar” intrínsecamente? Los problemas que se le achacan, o bien no son tales, o bien tienen su origen en otra parte.
Imaginemos el mercado como una vasta red de autopistas. Estas autopistas no son diseñadas por un planificador central, sino que se forman y evolucionan por la acción de los propios vehículos –las personas y empresas– que las transitan. Un vehículo puede tomar una ruta congestionada, otro puede averiarse, otro puede buscar un atajo y crear un nuevo sendero que con el tiempo se convierte en un carril más. La autopista es el resultado de esta incesante actividad. Si un vehículo se queda sin gasolina, no es un fallo de la autopista, sino una falta de previsión del conductor o una oportunidad para que alguien instale una “gasolinera”.
Sin duda, en este transitar, existen lo que se llaman “externalidades”, especialmente las negativas. Un camión, por ejemplo, puede echar humo y molestar a otros conductores. ¡Claro que sí! Pero esto no es un “fallo de la autopista” en sí misma, sino una consecuencia de la acción en un mundo complejo. Primero, ese humo es a menudo una señal de ineficiencia del propio camión, algo que al empresario racional le interesa corregir para optimizar su consumo y mantener su vehículo. El empresario está para ganar, no para incurrir en costes innecesarios o ganarse una mala reputación que afecte sus negocios futuros.
Más importante aún, esa externalidad, esa molestia, es en sí misma una señal dentro del mercado, ¡una oportunidad! Indica una demanda no satisfecha: la de aire más limpio, la de motores más eficientes, la de mejores condiciones de viaje. Y es el empresario, el “vehículo” innovador, quien responde a estas oportunidades, desarrollando tecnologías como los motores eléctricos, o incluso creando mecanismos privados de arbitraje o compensación si el problema persiste y es lo suficientemente relevante para los afectados. La autopista no se “rompe” por el humo; sus usuarios ingeniosos buscan formas de viajar mejor, y esto incluye cómo lidiar con los inconvenientes que otros puedan generar, siempre dentro del marco de la propiedad y el acuerdo. La carretera sigue funcionando y, de hecho, se sofistica.
Luego tenemos la cuestión de los “bienes públicos”. Se nos dice que la autopista necesita “luces” o “tramos enteros” que nadie construiría voluntariamente. Pero esto subestima la capacidad de la acción humana y la lógica empresarial. Si una mejora en la autopista –sea una nueva ruta, un faro o un sistema de información vial– es genuinamente valorada por suficientes “vehículos” como para cubrir su coste mediante acuerdos voluntarios (peajes privados, suscripciones, patrocinios), entonces surgirá un empresario que vea la oportunidad. “Si necesitas algo, lo consigues” significa que la necesidad sentida, si es lo bastante fuerte y se busca satisfacerla mediante el esfuerzo propio, la innovación y el intercambio voluntario, moviliza el ingenio para encontrar o crear una solución. Si esa solución no aparece por vías voluntarias, cabe preguntarse si la “necesidad” era tan imperiosa o generalizada como se pretendía, o si se estaba esperando que otros pagaran por lo que uno desea. Cuando el Estado interviene para proveer estos “bienes”, obligando a todos a pagar por ellos quieran o no, es ahí donde vemos la coerción, la “violencia” que sí distorsiona el proceso de mercado. Eso no es el mercado “fallando”, sino el mercado siendo suplantado.
La “información asimétrica” es otro supuesto fallo. Un “vehículo” puede intentar engañar a otro en una “salida” (un mercado específico). Pero la autopista de la información también es dinámica. La reputación viaja, surgen “guías de ruta” especializadas (como las agencias de calificación o las revistas de consumidores), y los “vehículos” aprenden y comparten sus experiencias. Una “salida” con mala fama simplemente dejará de ser transitada. La autopista no garantiza un viaje perfecto e instantáneamente informado a todos, pero sí provee los mecanismos para que la información se genere y valore.
Y aquí yace una pregunta fundamental, un argumento que considero irrefutable para quienes defienden la idea de los “fallos de mercado”: ¿cómo pueden siquiera hablar de “fallos” si no poseen un “mercado perfecto” con el cual compararlo? ¿Dónde está ese mercado utópico, ese modelo de perfección absoluta contra el cual juzgan el funcionamiento real de las interacciones humanas voluntarias? La realidad es que tal “mercado perfecto” es una abstracción teórica, una fantasía de economistas de pizarra que poco tiene que ver con el mundo real. El mercado que conocemos, la verdadera “autopista” de la acción humana, no opera bajo condiciones de omnisciencia ni en un estado de equilibrio estático. Al contrario, es un proceso dinámico, imperfecto por naturaleza porque los seres humanos somos imperfectos y nuestro conocimiento es limitado. Se caracteriza por el descubrimiento, la especulación, el error empresarial (que es individual, no del mercado) y el aprendizaje constante. Juzgar este proceso vibrante contra un ideal inexistente es, en el mejor de los casos, un ejercicio académico fútil y, en el peor, una excusa para la intervención coercitiva.
Lo que llamamos “fallos de mercado” son, en realidad:
- Ineficiencias temporales o costes de transacción: “Baches” en la autopista que los mismos usuarios tienen incentivos para reparar o rodear, generando innovación.
- Problemas de derechos de propiedad no bien definidos o respetados: Si no está claro quién es dueño de qué “carril”, pueden surgir conflictos. La solución es definir y hacer respetar esos derechos.
- Consecuencias directas de la intervención estatal: Las verdaderas “barreras” y “desvíos forzosos” en la autopista.
El mercado, la autopista, es un proceso de descubrimiento constante. No es un estado final de perfección, sino un camino que se hace al andar, mediante las acciones y decisiones voluntarias de millones de individuos. La autopista en sí no tiene intenciones; son los vehículos los que deciden sus rutas y cómo mantener sus propios motores. Las dificultades son desafíos, y los desafíos son el motor de la creatividad empresarial. No busquemos “fallos” en la lógica de la libertad, sino en las restricciones que se le imponen.
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