Logoi – Anatema

Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
 

Maldito sea de día y maldito sea de noche; maldito sea cuando se acuesta y maldito sea cuando se levanta; maldito sea cuando sale y maldito sea cuando regresa. Que el Señor no lo perdone. Que la cólera y el enojo del Señor se desaten contra este hombre y arrojen sobre él todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley.

Fragmento del decreto de excomunión contra B. de Spinoza.

 

El 27 de julio de 1656, la comunidad judía de Ámsterdam (Países Bajos) proclamó la anatema contra Baruch de Spinoza. Dicha anatema era un decreto que, además de expulsar a Spinoza de la congregación religiosa, lo maldecía sin piedad, por lo que sus hermanos de fe consideraban como afirmaciones heréticas, de su parte, en contra de la figura de Dios. Sin más, el filósofo de origen judío-portugués fue condenado a ser un paria: Ordenamos que nadie mantenga con él comunicación oral o escrita, que nadie le preste ningún favor, que nadie permanezca con él bajo el mismo techo o a menos de cuatro yardas, que nadie lea nada escrito o trascripto por él”.

En la novela “Entendimiento”, del escritor José Guillermo Ánjel, se condensa muy bien el motivo de la excomunión. El propio Spinoza, plantea Ánjel en su versión, explica que sus pensamientos habían sido malinterpretados: “La sustancia, que algunos de mis corresponsales han confundido con la naturaleza tal como la vemos, no es solo la naturaleza cercana, esa que nos rodea y cada tanto percibimos mejor en la medida en que las máquinas y nuestro ingenio nos lo proporcionen. La sustancia va más allá de lo percibido, porque es infinita… En nuestra razón no está contenido el mundo ni Dios, sino solo el camino de las palabras, los nombres. En la sustancia se contiene lo que hay detrás de esos nombres, la potencia que los hizo actos…”.

No obstante, la palabra que nos ocupa (anatema) es más ambigua de lo que parece. En su etimología griega (ἀνάθεμα – anáthema), este concepto significaba “ofrenda dedicada o consagrada” que, paradójicamente, en el Antiguo Testamento se relacionaba con un objeto pagano o con un pueblo idólatra que estaba destinado a la destrucción por mandato de Dios. Un caso patente, relatado en el libro bíblico de Josué, fue el de Jericó, ciudad  declarada como anatema, por lo que ella, sus habitantes y todo lo que había allí (a excepción de la casa de Rahab) fue destruido por la ira de Dios.

Vale decir entonces, que, en este sentido, para los judíos el equivalente hebreo de anatema sería la palabra “Jerem” (חֵ֑רֶם) que haría alusión a lo que debe ser “consagrado” (sacrificado/exterminado) ante Dios por ser maldito, incluyendo a todo aquel que siendo israelita (caso de Acán) tomara cualquier cosa del lugar declarado como anatema por Dios. Reglas estrictas que estaban consagradas en el libro del Deuteronomio (Dt 7, 26 y Dt 13, 17). Tal vez sea por eso que los sionistas extremos consideran que están cumpliendo con la ley de Dios al exterminar a los palestinos, algo que, por decir lo menos, ya sería aberrante.

Pero este tipo de sentencias no han sido ajenas a otras religiones. En los orígenes de la consolidación del credo y de los dogmas cristianos, los Concilios, en los que también participaban figuras políticas como el emperador romano, utilizaron la anatema como un arma contra la herejía (creencias desviadas de las oficiales), la apostasía (negación o abjuración de una fe o credo religioso) o la critica al Imperio. En el Concilio de Nicea (325 d,C), primer Concilio de la historia de la Iglesia (del que en el 2025 se cumplieron 1700 años), los convocados suscribieron los principios del credo, bautizado credo niceno, definieron el canon bíblico y condenaron el pensamiento de Arrio, un monje Alejandrino, que negaba la naturaleza divina de Jesús.

Edictos como el de Tesalónica, promulgado por el emperador Teodosio I en el año 380 d,C. declararon el Cristianismo de Nicea como única religión aceptada; proscribiendo y persiguiendo cualquier culto pagano del mundo greco-latino (un antecedente de lo que siglos después sería la Inquisición, con catálogos como el del índice de libros prohibidos). Así lo reseña muy bien Catherine Nixey en su libro “La edad de la penumbra: cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico”.

Concilios posteriores como los realizados en Constantinopla (381 d,C), Éfeso (431 d,C), Calcedonia (451 d,C) o Trento (1545 – 1563), continuaron con la política de excomunión (anatema) contra doctrinas como el nestorianismo (doctrina que separaba la naturaleza humana y divina de Jesús); el monotelismo (doctrina que negaba la voluntad humana de Jesús); el no reconocimiento de la divinidad del Espíritu Santo; las 95 tesis de Martín Lutero y todas las ideas promovidas por la Reforma protestante desde el siglo XVI.

Dos casos curiosos en la historia del Cristianismo, en los que la excomunión (anatema) y la división interna siguieron presentes, fueron los cismas de Oriente (1054) y Occidente (1378 – 1417). No haremos mención aquí del cisma anglicano, pero nos conformamos con decir que este le costó la vida a Tomás Moro y a dos de las seis esposas de Enrique VIII (Ana Bolena y Catalina Howard).

El primero (cisma de Oriente) tuvo causas políticas, culturales y religiosas. Sin embargo, la razón más conocida es la de la cláusula del Filioque (dogma que proclama que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo y no solo del Padre), aceptada por Roma, pero rechazada por la Iglesia Oriental Bizantina. Situación que derivó en una separación, persistente hasta hoy, entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Oriental Ortodoxa. Por otra parte, el cisma de Occidente enfrentó a la Iglesia Católica por la sucesión papal y su sede. Roma (Italia), encabezada por Urbano VI, y Aviñón (Francia), liderada por Clemente VII, se excomulgaron mutuamente. Después de años de disputas que incluyeron el nombramiento de un tercer Pontífice (Alejandro V en Pisa – Italia); las aguas volvieron a su curso y un papa italiano (Martín V) retomó, en 1417, las riendas del poder para Roma.

En cuanto al Islamismo, sus anatemas, conocidas como fatwas (opiniones legales y religiosas emitidas por juristas o clérigos islámicos), no han sido menos polémicas. En la segunda mitad del siglo XX (1989), el Ayatolá Jomeini lanzó una fatwa, llamando a “sacrificar” (asesinar) al escritor Salman Rushdie quien había escrito, en 1988, “los versos satánicos”, una novela en la que, según la visión ortodoxa musulmana, Rushdie se burlaba de la unidad de Dios y del papel profético de Mahoma. Por años, el escritor de origen indio, nacionalizado británico, tuvo que vivir bajo extremas medidas de seguridad y cuando menos lo pensaba, un 12 de agosto de 2022, un radical lo atacó mientras dictaba una conferencia en Nueva York. La orden de Jomeini se había llevado a cabo, pero Rushdie, tal vez por precepto de Allah, sobrevivió.

En la actualidad, las anatemas son poco comunes, casi inexistentes. Empero, la expulsión de indocumentados en EE. UU. y Europa; las estigmatizaciones políticas y la violencia ejercida contra las poblaciones más vulnerables son verdaderas condenas (anatemas) contra aquellos que Zygmunt Bauman llamó “los otros”.

Adenda: Recomendamos leer “Extraños llamando a la puerta” de Zygmunt Bauman.

Logoi

Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra. Por: Mauricio Montoya y Fernando Montoya

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.