Fukushima financiero

“Japón encara su mayor crisis económica desde la década perdida, la combinación tóxica de inflación persistente, aranceles punitivos y política monetaria agotada amenaza con una catástrofe económica de largo alcance”


Japón enfrenta en 2025 lo que los economistas llamamos un “episodio de estrés macroeconómico multifactorial”, donde convergen shocks externos, desequilibrios estructurales y limitaciones de política en una tormenta perfecta. Los últimos datos del Ministerio de Finanzas muestran una contracción del 0.8% en el primer trimestre, confirmando la recesión técnica tras el -0.5% del cuarto trimestre de 2024. Pero lo significativo no son estas cifras aisladas, sino su persistencia y profundidad cuando las analizamos en el contexto de una economía que lleva tres décadas luchando contra los límites de la política convencional. La inflación al 2.9% -inusualmente alta para estándares japoneses- está erosionando el consumo justo cuando los aranceles estadounidenses del 15% a los automóviles impactan el sector exportador. Este es el primer momento en la historia económica reciente donde Japón sufre simultáneamente presiones inflacionarias internas y deflacionarias externas, una combinación que desafía los manuales de política económica.

El problema de fondo sigue siendo demográfico, aunque muchos subestimen su importancia. Con una población activa que se reduce al 0.7% anual y una productividad que crece a apenas el 1.1%, los modelos de crecimiento potencial nos indican que Japón difícilmente puede expandirse por encima del 0.5% anual sin cambios estructurales profundos. La política monetaria del Bank of Japan (BoJ), se ha convertido en rehén de esta realidad: mantener tasas negativas (-0.1%) y el control de la curva de rendimientos (YCC) ya no estimula la economía, pero abandonarlas podría desencadenar una crisis de deuda (280% del PIB) y colapsar el mercado inmobiliario comercial, donde los precios han subido 25% desde 2020. Es lo que en teoría económica llamamos un “equilibrio subóptimo”: cualquier movimiento en política monetaria genera costos mayores a los beneficios potenciales.

En el frente externo, la depreciación del yen (12% desde 2024) ha perdido su efectividad tradicional. Estudios recientes del Nomura Research Institute muestran que la elasticidad-precio de las exportaciones japonesas ha caído a 0.3, debido a la integración en cadenas globales de valor donde los componentes importados limitan la competitividad ganada por tipo de cambio. Peor aún, esta depreciación ha encarecido las importaciones energéticas en ¥4.5 billones, un golpe directo a la balanza comercial. Los aranceles estadounidenses, que podrían extenderse a componentes electrónicos según últimas amenazas de la administración Trump, representan un riesgo adicional de -0.8% al PIB según cálculos del METI.

Frente a este panorama, las opciones de política son todas dolorosas. Mi modelo de árbol de decisiones, calibrado con datos actualizados del FMI, asigna un 50% de probabilidad al escenario base donde el BoJ mantiene su política actual hasta 2026, conteniendo la inflación en 2% pero con crecimiento anémico de 0.2%. Hay un 30% de probabilidad de un ajuste monetario moderado (25bps) que podría estabilizar el yen, pero profundizar la recesión a -1.5%. El escenario más peligroso (20% de probabilidad) implicaría un abandono abrupto del YCC, disparando el USD/JPY +30% y desatando una crisis de deuda.

La solución, aunque compleja, pasa por un paquete coordinado de reformas que pocos políticos están dispuestos a implementar. Primero, una transición gradual del control de curva de rendimiento (YCC) acompañada de expansión fiscal focalizada en energía nuclear y semiconductores, donde Japón aún tiene ventajas competitivas. Segundo, una reforma laboral que eleve la participación femenina y senior a niveles nórdicos, potencialmente añadiendo 0.7pp al crecimiento potencial. Tercero, y más urgente, un shock de credibilidad mediante el anuncio de una meta inflacionaria realista (1.5-2%) junto con reglas fiscales vinculantes.

La contracción actual, los aranceles y la inflación son síntomas de problemas más profundos: demografía adversa, baja productividad y dependencia externa. Si no actúa con audacia, podría enfrentar no solo una recesión, sino una nueva década perdida. Como bien dijo Paul Krugman en una columna reciente: “Japón es el laboratorio del mundo para entender cómo envejecimiento y estancamiento se combinan; lo que pase aquí será una lección para todos”.  Lo que ocurra aquí en los próximos trimestres será estudiado en todas las facultades de economía: o logra reinventar su modelo con reformas audaces, o se convertirá en el primer caso de “estancamiento inflacionario crónico” en una economía avanzada. Los datos son claros, el diagnóstico está hecho, y ahora solo queda ver si hay voluntad política para actuar antes de que se cierre definitivamente la ventana de oportunidad. La próxima reunión del BoJ en junio podría ser el momento decisivo donde Japón elija entre controlar su destino o resignarse a otra década perdida.

Sebastián Torres Murillo

Economista de la Universidad de Buenos Aires, miembro del grupo de investigación de políticas públicas latinoamericanas y el caribe (UBA). Defensor de la paz y la integración regional

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