“Porque educar es un acto político, ético y profundamente humano. Y todo aquel que decide educar, decide liderar.”
En esta nueva entrega de mi serie de conversaciones sobre liderazgo, tuve el privilegio de dialogar con María Juliana Kairuz, directora de Proyectos y Empleo del CESDE. Fue una conversación que, lejos de limitarse al ámbito profesional, se transformó en una reflexión profunda sobre el papel de la educación como eje de transformación social.
Como suelo hacerlo, comencé preguntando por la historia detrás de la dirección, por la persona más allá del cargo. Y encontré a una mujer que descubrió su propósito enseñando a niños en situación de vulnerabilidad en su natal Ibagué. Desde allí, supo que educar no era simplemente transmitir conocimiento, sino transformar vidas. Becas, obras sociales, colegios, primeras generaciones con acceso a la universidad: su historia está tejida con actos de servicio silencioso, pero con impacto profundo.
Desde entonces, ha sido testigo de lo que muchos llaman “el poder transformador de la educación“. Gracias a sus esfuerzos y al trabajo de instituciones comprometidas, muchas familias lograron ver por primera vez a un miembro graduarse de la universidad. Ese tipo de historias nos recuerda que la educación no es solo una herramienta de conocimiento: es un instrumento de justicia social.
¿Por qué hablar de educación cuando hablamos de liderazgo?
Porque no hay liderazgo verdadero sin un compromiso real con el desarrollo de las personas. Y la educación es, por excelencia, el camino que abre puertas, rompe ciclos y amplía horizontes.
María Juliana me dijo algo que me marcó profundamente: “Todos tenemos una responsabilidad social.” Y tiene razón. Si hoy ocupamos un lugar desde donde podemos servir, pensar, proponer o decidir, también tenemos el deber de usar ese lugar para generar oportunidades a quienes aún no las tienen.
Educación: más que un título, una oportunidad
Diversos estudios han confirmado lo que en la práctica ya intuimos: la educación cambia vidas. El Banco Mundial, por ejemplo, señala que por cada año adicional de estudios, los ingresos por hora aumentan un 9 %. No es un dato menor; es una forma concreta de demostrar cómo educarse impacta directamente en la calidad de vida.
Pero no basta con decir que la educación ayuda: es importante entender cómo y por qué. Aquí entra en juego la Teoría del Capital Humano, propuesta por el economista Gary Becker. Esta teoría sostiene que invertir en educación es como invertir en una empresa: los conocimientos y habilidades que adquirimos nos hacen más productivos y valiosos en el mercado laboral. En otras palabras, estudiar es una inversión que da frutos a lo largo de la vida.
Sin embargo, si solo vemos la educación desde la utilidad económica, corremos el riesgo de vaciarla de sentido. Por eso, vale la pena sumar otro enfoque: el de las capacidades humanas, propuesto por Amartya Sen y Martha Nussbaum. Ellos nos recuerdan que educarse no es solo aprender a trabajar, sino también aprender a vivir con dignidad. La educación debe permitirnos desarrollarnos plenamente como personas, elegir lo que queremos ser y hacer, y participar activamente en la sociedad.
¿Y cómo estamos en Colombia?
Ahí es donde comienzan los retos. Según Raquel Bernal, rectora de la Universidad de los Andes, en Colombia el 70 % de la oferta educativa postmedia (es decir, después del colegio) está enfocada en formar profesionales universitarios. Sin embargo, el mercado laboral solo demanda un 30 % de esos perfiles. Es decir, estamos educando más personas para roles que hoy no tienen tanta demanda, mientras ignoramos la necesidad creciente de técnicos y tecnólogos. ¿Por qué? Porque seguimos creyendo que solo el título universitario es sinónimo de éxito.
Colombia es una economía de bajo valor agregado, lo que significa que la mayoría de los empleos no requieren cargos gerenciales ni especialización avanzada. Necesitamos, entonces, reorientar la educación para formar a quienes realmente se necesitan: personas técnicas, capacitadas, con habilidades para resolver problemas concretos y aportar desde su oficio a la sociedad.
Además, en la educación básica y media también enfrentamos brechas. El 44 % de los rectores de colegios públicos no tienen formación en liderazgo pedagógico ni en gerencia educativa. Esto es grave, porque el liderazgo en la escuela es esencial para formar comunidades de aprendizaje sólidas y equitativas. Además, 3 de cada 10 niños menores de cinco años no acceden a una atención integral de calidad, lo que afecta su desarrollo desde etapas cruciales. (Ministerio de Educación Nacional)
Entonces, ¿qué liderazgo necesitamos?
María Juliana planteó algo que resume muy bien este reto: necesitamos una educación con líderes que combinen propósito, técnica y humanidad. Por eso propuso tres claves para el liderazgo en el sector educativo:
- Liderazgo con gerencia: No basta con tener vocación. Hay que saber administrar, tomar decisiones con criterio, organizar los recursos y ejecutar proyectos eficientemente. Si no hay buena gestión, las ideas no se concretan.
- Liderazgo con propósito: Un líder no solo dirige; inspira. Como dice Álvaro González Alorda: “El rol te hace jefe, pero conectar a las personas con su propósito te hace líder.” Cuando logramos que cada docente, estudiante y colaborador entienda por qué hace lo que hace, se genera un movimiento transformador.
- Liderazgo con cuidado: La educación es un trabajo con personas. Y eso exige empatía, sensibilidad y acompañamiento. Un buen líder cuida a su equipo, escucha, orienta y reconoce.
¿Qué hacer, entonces?
El reto está claro: necesitamos una educación que responda a la realidad del país y al mismo tiempo forme ciudadanos capaces, libres y comprometidos. Para eso, no basta con reformar currículos o ampliar la cobertura: necesitamos cambiar el enfoque del liderazgo educativo. Necesitamos líderes que crean en la gente, que tengan visión de futuro y que actúen con ética y empatía.
Pero no es solo tarea del Estado. También nos toca a nosotros, los que hoy estamos siendo educados, replicar lo aprendido. La educación que recibimos debe convertirse en una herramienta para servir, no solo para escalar. Si hemos tenido el privilegio de formarnos, también tenemos el deber de poner nuestro conocimiento al servicio de los demás.
Los profesionales de hoy no pueden ser espectadores de la crisis educativa. Necesitamos líderes que comprendan que educar no es solo transmitir conocimiento, sino liberar potencial. Que la educación no es solo un título, sino una herramienta para romper cadenas y abrir futuros.
El liderazgo en la educación exige tres cosas: visión clara, propósito firme y empatía real. No se trata solo de gestionar bien, sino de creer profundamente en el poder del otro, en su dignidad, en su posibilidad de crecer.
Como sociedad, debemos insistir en una educación que habilite a las personas para pensar, crear, sentir y transformar. Y como líderes —en cualquier rol que tengamos— debemos trabajar por una educación con propósito.
Si queremos un país distinto, necesitamos una educación distinta. Una educación que no forme solo para competir, sino para compartir. Que no enseñe solo a hacer, sino también a ser. Que no busque solo resultados, sino propósito.
Porque educar es un acto político, ético y profundamente humano. Y todo aquel que decide educar, decide liderar. Por eso, si vamos a hablar de liderazgo, hablemos de educación. Porque ahí comienza todo.
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