““Dios me pidió en sueños que me saliera del tema empresarial y trabajara por el país”. Con estas palabras se presentó al público el autoproclamado candidato presidencial y salvador de Colombia, Santiago Botero, quien en su estilo de paisa berraco ha dado a conocer la buena nueva a través de las redes sociales y en entrevistas realizadas por los medios tradicionales (quizá por morbo o por pauta paga).”
“Dios me pidió en sueños que me saliera del tema empresarial y trabajara por el país”. Con estas palabras se presentó al público el autoproclamado candidato presidencial y salvador de Colombia, Santiago Botero, quien en su estilo de paisa berraco ha dado a conocer la buena nueva a través de las redes sociales y en entrevistas realizadas por los medios tradicionales (quizá por morbo o por pauta paga).
De sus modos, destaca la forma exagerada en que gesticula y reafirma las palabras con la fuerza de los brazos, al momento en que promete separar la paja del trigo mediante el uso de las facultades de la muerte. Su postura cómoda y grandilocuente en la silla del entrevistado, denota la tranquilidad de quien posee la única verdad y no acepta contradicciones, aun cuando para sustentar sus propuestas, usa cifras ambiguas y alardea de su éxito empresarial, en desdeño del “improductivo” trabajo del teórico y del filósofo. Y ni qué decir de su atuendo descomplicado, sin la desusada corbata que omiten los políticos que dicen no serlo, y siempre se le ve de camiseta blanca o negra, como el yin y el yang, o como las dos caras que él representa: de vengativo justiciero y de mesías.
No tiene miramiento en llamarse a sí mismo creyente y practicante, a la vez que promueve un discurso guerrerista. Cree que la paz se logra armando a los ciudadanos o, según sus palabras, dando de baja, “pistola en mano”, a los bandidos que tienen secuestrado al país, entre los que no distingue a indígenas, estudiantes o sindicatos de los grupos criminales. De sus relaciones políticas hay que decir, que es cercano al último mesías, aquel que camina de juzgado en juzgado y de departamento en departamento, aferrado con las uñas al trono divino del poder. Bukele es su ejemplo a seguir y al igual que él, sueña con convertir a nuestro país en una mega cárcel. Y también, promete en su discurso perpetuar nuestra tradición sangrienta, pues sin propuestas claras, no tendrá otra manera de cumplir sus cometidos sino a través de las prácticas de estos líderes autoritarios: desapariciones, detenciones arbitrarias y ejecuciones extrajudiciales.
Para él, los Derechos Humanos son un invento de bandidos para eludir la justicia, el gasto social la principal fuente de déficit del Estado y debe ser abolida, los derechos en general un obstáculo que debe saltarse para la creación de un Estado corporativo y en vez del pueblo como poder constituyente, son los intereses de las agremiaciones empresariales su principal carta de navegación. Como empresario es un excelente crematístico. Propone congelar el salario mínimo que tanto daño le hace a las utilidades, arguyendo que con ello no aumentará la inflación, como si esto fuese su única causa. También, promete en su propio estilo que trabajaremos sin descanso, emulando el ya conocido “trabajar, trabajar y trabajar” y, además, por su historial en el sector financiero, solo le alcanza la creatividad para imaginar que los recursos públicos son fuente de especulación.
Hasta ahora, Santiago Botero es uno del montón. Está ausente en las encuestas y tiene poco tiempo al aire en comparación con otros candidatos. Además, debido a su discurso de ungido lo tildan de loco y se subestiman sus probabilidades de llegar al poder, pero la historia ha dejado en claro que en temas de liderazgo nada es improbable. Hay que citar el ascenso de Adolfo Hitler, quien a pesar de sus modestos inicios llegó a ser considerado un enviado de Dios para devolverle la gloria al pueblo alemán; y sin ir muy lejos en la historia, está el caso de Netanyahu, que obtiene la aprobación de su pueblo sustentando las atrocidades que comete con las promesas de Dios hacia el pueblo judío. En nuestro caso, podemos mencionar la inefable sumisión y devoción que aún le guardan a Álvaro Uribe, a pesar de su oscuro paso por la política del país y, trayendo a colación casos extraordinarios, también debe mencionarse el ascenso que tuvo una persona como Rodolfo Hernández en la contienda electoral.
Con todo lo anterior, quiero hacer notar que no debe subestimarse a Santiago Botero, con todo y sus excentricidades, ya que es el reflejo sin veto de lo que piensa y siente un sector del país, y por ello el apoyo electoral no es un problema. No quiero imaginar el retroceso que tendríamos en materia social teniéndolo a él de presidente, o gerente como denomina a este cargo, y a los indolentes legisladores que se han opuesto a las grandes transformaciones sociales, como su mesa directiva. Tampoco quisiera ver una nueva escalada de violencia ejercida sistemáticamente en contra de quienes piensan diferente y que junto con el ostracismo sea política de Estado. Mucho menos, quisiera conocer una sociedad dirigida por corporaciones y empresas, orientada exclusivamente al trabajo y al consumo.
De otro lado, espero que el delirio mesiánico de Santiago Botero sea solo una estrategia de campaña y no estemos presenciando el surgimiento de una nueva tendencia autoritaria que desconozca lo que tanto ha costado en términos de esfuerzo y vidas, y es lograr el estatus de sujetos de derecho. De lo contrario, nos espera la misma suerte que al pueblo alemán (y a los fervientes seguidores del Centro Democrático), cambiar en los altares los símbolos cristianos por la foto del Führer.
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