“Quien ignora sus derechos no solo los pierde, sino que ni siquiera advierte el momento en que se los arrebatan.”
En el corazón de Europa, una empresa española ha encendido una controversia que resuena hasta Colombia. Registró el nombre “Frisby”, evocando para muchos colombianos recuerdos de infancia, reuniones familiares y el inconfundible sabor del pollo frito. Lo que parecía una simple coincidencia se ha transformado en una lección dolorosa sobre la importancia de proteger adecuadamente la propiedad intelectual.
Porque no se trata solo de pollo frito. Se trata de propiedad intelectual, de marca registrada, de derechos que no se protegen solos, y de una omisión que ya no es tan fácil de digerir.
La historia, aunque dolorosa, es sencilla: Frisby Colombia, la icónica empresa nacida en Pereira en 1977, registró su marca en la Unión Europea en 2005. Sin embargo, por descuido o por una confianza excesiva en la fuerza de su nombre, nunca la utilizó de forma efectiva en ese territorio. Sin embargo, al no demostrar un uso efectivo en ese territorio durante los últimos cinco años, la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO) ha iniciado un proceso de cancelación del registro. Aprovechando esta situación, Frisby España S.L., constituida legalmente en Bilbao por Jacqueline Guillemine Pérez Parcha y Gonzalo Barrenechea Correa, registró en 2024 el nombre “Frisby” en la Unión Europea y ha comenzado a operar bajo ese nombre, utilizando elementos gráficos similares a los de la empresa colombiana, como el icónico pollo. Y en propiedad intelectual, lo que no se usa, se pierde.
Lo preocupante no es solo la jugada legalmente válida, sino la falta de diligencia de una marca con más de cuatro décadas de historia. La ley es clara: quien no utiliza su marca registrada en un territorio durante un periodo prolongado, corre el riesgo de perderla. Y en propiedad intelectual, el corazón no gana batallas, los documentos y la actividad comercial sí.
Este episodio nos golpea donde más duele: en el orgullo. Pero más allá del nacionalismo, lo que debe dolernos es la falta de prevención, la ausencia de visión internacional y el desconocimiento de que la propiedad intelectual es un activo estratégico, no un trámite de oficina.
Frisby no enfrenta únicamente una disputa legal; enfrenta la posible pérdida de una parte de su identidad en un continente que bien pudo ser la puerta de entrada para su expansión internacional. Todo por no anticiparse. Por no activar su registro en el momento justo, ni hacer uso de su marca, por mínimo que fuera. Por no blindar su historia con el mismo esmero con que ha protegido su receta.
Este caso nos recuerda a los juristas, emprendedores, empresarios, abogados y creadores que las buenas ideas y los nombres valiosos deben protegerse con el mismo celo con que se guarda una receta familiar. Una marca no es solo un logotipo: es reputación, memoria, capital simbólico. Y si no se protege, se pierde.
Hoy, mientras Frisby Colombia libra una batalla por recuperar lo que legítimamente considera suyo, la lección queda servida caliente, como su pollo original, para todos aquellos que sueñan con conquistar el mundo sin llevar asesoría legal en el equipaje. No es solo un error. Es un error que nos cuesta. Que nos enseña. Y que no debe repetirse.
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