Pepe Mujica: El último sabio de América

“No tuvo trono ni corona, pero gobernó con la verdad. Su vida fue un manifiesto contra el ego, un canto rebelde a la dignidad humana.”


Murió Pepe Mujica. Y con él, muere una forma de estar en el mundo que no encajaba con el ruido, ni con la codicia, ni con la prisa. Se fue el hombre que nunca creyó en el poder como lo creen los demás. El que no deseó acumular riqueza ni fama, sino libertad. El que nos mostró, con los pies llenos de tierra y las manos callosas de vida, que la política podía ser otra cosa: una herramienta al servicio del alma humana. No como discurso, no como promesa, sino como vivencia.

Pepe no fue un santo. Tampoco quiso serlo. Fue un ser humano entero, frágil, contradictorio y valiente. Pasó por las sombras más oscuras del encierro y salió al mundo con una luz suave, sin estridencias. La clase de luz que no enceguece, pero que permite ver. Lo encerraron en una celda minúscula, le arrebataron los días, los sonidos, las certezas. Pero no pudieron arrancarle ni la ternura ni la esperanza. Y cuando salió, lo hizo sin odio. Esa es una revolución más poderosa que cualquier fusil.

En una época que idolatra el consumo, Pepe defendió la sobriedad como forma de resistencia. En una era que exige velocidad, él caminaba lento. En un mundo saturado de información, él hablaba poco, pero cuando lo hacía, sus palabras tenían peso, como piedras que no se pueden empujar fácilmente. Su voz era la de un campesino que ha visto crecer la semilla, la de un guerrillero que ha visto caer a los suyos, la de un viejo que ha entendido que el tiempo no se mide en relojes sino en afectos. Y todo eso lo hacía sin buscar aplausos, sin hashtags, sin branding.

Porque Mujica no necesitaba parecer. Le bastaba con ser.

En cada uno de sus gestos había una crítica viva al orden establecido: no necesitó insultar al capitalismo para mostrar su vacío; le bastó con no necesitarlo. No quiso moralizar al pueblo desde un púlpito, sino que ofreció su vida como espejo. ¿Querés entender de verdad qué significa estar en el mundo sin explotarlo? Mirá cómo vivía Pepe. Sin seguridad desmesurada, sin corbatas, sin privilegios obscenos, sin más riqueza que su perra Manuela y su pedazo de tierra. Su humildad no era táctica, era profunda, sincera, cotidiana.

Mujica no hablaba de economía, hablaba de valores. Y cuando lo hacía, parecía un filósofo estoico reencarnado en el sur de América. Decía que el problema no es el sistema, sino la cultura que lo sostiene. Que no es la política lo que está podrido, sino el deseo desordenado que le damos a cosas que no nos hacen libres. Decía que somos esclavos del mercado, de la marca, del prestigio, del “tener”. Y que la libertad no está en poder comprar todo, sino en no necesitar casi nada.

Lo dijo una y otra vez: no es más libre quien más tiene, sino quien menos necesita. Pero no lo decía desde una torre de marfil. Lo decía mientras conducía su viejo escarabajo azul, mientras regaba sus flores, mientras miraba el cielo y pensaba en la muerte. Porque Mujica hablaba de la muerte con una serenidad que solo pueden permitirse los que han vivido de verdad. Él sabía que todo es transitorio, y que por eso mismo vale la pena vivir con sentido. No correr. No acumular. No odiar. Amar más. Vivir más despacio. Y pensar. Pensar mucho.

No pretendía darnos respuestas, sino preguntas. ¿Qué es el tiempo? ¿Para qué estamos aquí? ¿Qué es una vida buena? ¿Cómo vivir sin dañar a otros? ¿Por qué, si tenemos todo para ser felices, no lo somos? Mujica no ofrecía teorías abstractas, sino una filosofía que se podía sembrar. No era un catedrático ni un académico. Era, más bien, un sabio popular. De los que casi no quedan. Un hombre que escuchaba más de lo que hablaba. Que sabía que la política no es un fin en sí mismo, sino un medio para que la gente viva mejor, con más sentido, con más comunidad.

Se fue Pepe Mujica, pero su legado es irreductible a un mandato presidencial. Su legado no está en una ley, ni en un decreto, ni en un programa de gobierno. Su legado está en ese modo de estar en el mundo que desarma, que incomoda, que interpela. Porque mientras todos buscan ascender, él bajó. Mientras todos desean destacarse, él se diluyó. Mientras todos compiten, él cooperó. En un mundo donde se premia la arrogancia, él fue vulnerable. No era perfecto. Pero fue íntegro. Y eso, en la política, es más raro que el oro.

Mujica incomodó incluso a sus propios aliados. Porque no era domesticable. Porque no cabía en el molde de la izquierda ortodoxa ni en el de la derecha liberal. Porque su discurso no se alineaba con las modas del momento, sino con una ética de fondo. No le importaba tener razón en Twitter, le importaba tener paz en el corazón. Y ese es el tipo de razón que ya nadie busca.

Hoy que ha muerto, el mundo se siente un poco más huérfano. Como si una voz ancestral, de esas que hablan desde lo profundo del alma latinoamericana, se hubiera silenciado. Pero no del todo. Porque las ideas de Mujica no son patrimonio de Uruguay, ni de la izquierda, ni de una generación. Son semillas. Y las semillas, ya lo sabía él, tardan, pero florecen.

Mujica vivió para recordarnos que se puede ser revolucionario sin ser violento. Que se puede ser firme sin ser cruel. Que se puede ser pobre y tener una riqueza espiritual inmensa. Que se puede haber estado al borde de la locura en una celda y, aun así, salir a construir paz. Que se puede tener el poder en las manos y no emborracharse. Que se puede gobernar sin robar. Que se puede decir la verdad sin miedo.

Que se puede vivir bien, sin hacerle daño a nadie.

Se fue Pepe Mujica. Se fue su cuerpo, pero no su ejemplo. Y quizás esa sea su mayor victoria sobre la muerte: habernos dejado una forma de vida, una ética, una filosofía de lo cotidiano, que seguirá hablándonos en los silencios, en los gestos sencillos, en las decisiones que tomamos cuando nadie nos ve.

Que descanse en paz. El hombre que supo vivir como pensaba.


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Brahian Steveen Fierro Suárez

Soy Colombiano, profesional en Ingeniería Industrial y Administrador de Empresas. Actualmente estudio Administración pública Territorial e Ingeniería Civil. Me gusta mucho Escribir, leer, estar al día en temas relacionados con Ingeniería y Administración.

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