“El derecho no desaparece con la tecnología: se transforma con ella”.
Luego de leer un artículo sobre las profesiones que podrían desaparecer, escrito en el diario El Tiempo, haciendo alusión a las declaraciones de Bill Gates sobre las transformaciones que traerán la inteligencia artificial y la automatización al mundo laboral, en donde se señala que muchas profesiones, como contadores, abogados o ingenieros de software, podrían ser reemplazadas o profundamente modificadas por la IA generativa. Gates no plantea un apocalipsis, sino un giro inevitable que exige adaptación y reentrenamiento. La nota destaca el carácter disruptivo de tecnologías como ChatGPT y subraya la necesidad urgente de preparar a la fuerza laboral para lo que viene.
Esto me hizo recordar que cuando apareció el correo electrónico, muchos creyeron que el correo tradicional desaparecería. Las cartas, los telegramas, incluso las oficinas postales parecían destinadas al olvido. Y aunque sí cambió el modo en que nos comunicamos, lo cierto es que las empresas de correo evolucionaron: hoy son actores centrales del comercio electrónico global. No desaparecieron. Se transformaron.
Tal vez el problema complejo que estos comentarios traen consigo es la desinformación, el desánimo y la confusión que generan en los estudiantes de Derecho. Estos, al leer semejante argumento de autoridad, se desaniman fácilmente de sus estudios. Como docente de esta profesión, a veces mi mensaje se parece más a una invitación estoica a afrontar la vida con resiliencia en medio de la incertidumbre ante la imposibilidad de mediar el desánimo.
Lo mismo dijeron sobre el cine. Con la llegada del VHS, luego el DVD y ahora el streaming, las salas parecían condenadas a cerrar. Pero el cine, como experiencia colectiva, sigue vivo. Nunca antes se había producido tanto contenido audiovisual como en esta era digital. Las plataformas no reemplazaron al cine: lo desbordaron, lo complementaron, lo retaron a renovarse.
¿Y el derecho? ¿Está condenado también? Algunos futurólogos —como Yuval Noah Harari— y visionarios tecnológicos —como Bill Gates— afirman que muchas profesiones, incluidos abogados y jueces, podrían ser reemplazados en parte por la inteligencia artificial. No es una advertencia menor. Ya existen sistemas que redactan contratos, analizan jurisprudencia y predicen decisiones judiciales.
Pero aquí es donde vale la pena invocar la prudencia que Alvin Toffler nos enseñó décadas atrás: no es el cambio lo que paraliza, sino la falta de preparación para enfrentarlo. En el mundo jurídico, hablar de automatización, justicia digital y algoritmos no debería generar miedo, sino reflexión. No estamos ante el fin del derecho, sino ante el desafío de repensar su ejercicio. Las leyes no desaparecerán porque existan nuevas tecnologías; lo que cambia es la forma en que las interpretamos, las aplicamos y las enseñamos.
Es en este punto donde aparece la mentirología, una versión moderna del alarmismo, que proclama la extinción de saberes, oficios o disciplinas enteras ante cada avance tecnológico. Pero lo que verdaderamente está en juego no es la existencia de la profesión jurídica, sino su capacidad de adaptación. Y esa capacidad no se mide con estadísticas ni con tendencias, sino con algo profundamente humano: criterio, ética y creatividad.
El derecho ha sobrevivido a revoluciones industriales, guerras, pandemias y transformaciones culturales. No lo ha hecho por inercia, sino porque ha sabido responder —aunque a veces tarde— a las necesidades sociales de cada época. Lo mismo debe ocurrir hoy. La inteligencia artificial puede ser una herramienta poderosa, pero no reemplaza la deliberación ética, la argumentación jurídica ni la sensibilidad ante la complejidad del conflicto humano.
En la entrevista que la revista Cuerpo Mente, el historiador y filósofo Yuval Noah Harari plantea una de sus ideas centrales: en un mundo de cambios tecnológicos y sociales vertiginosos, la clave para sobrevivir no es acumular más conocimientos, sino estar dispuestos a olvidar lo que creemos saber. Harari advierte sobre el exceso de confianza en certezas pasadas e invita a desarrollar una mentalidad flexible, capaz de adaptarse a lo impredecible. La entrevista aborda también temas como la inteligencia artificial, el poder de las narrativas y la importancia del autoconocimiento frente al futuro incierto.
No se trata de romantizar el pasado ni de temer al futuro. Se trata de entender que la historia del derecho no se borra con cada innovación: se reescribe sobre los principios que lo sostienen. Este es un llamado a los profesionales del derecho para que conozcan las tecnologías, se formen en su uso y las integren con juicio. No para competir con ellas, sino para hacer del derecho una práctica más eficaz, más cercana, más humana.
Aunque la inteligencia artificial transformará profundamente la profesión legal, esto no significa su extinción radical, como muchos intentan predecir. Tampoco implica que los estudiantes actuales no podrán desarrollar sus carreras en esta noble profesión. Es importante entender que la presencia del abogado humano siempre será relevante. Los abogados humanos pueden sopesar valores en conflicto, decidir entre lo legal y lo justo, y actuar conforme a principios éticos incluso cuando no hay una única respuesta correcta. La IA carece de conciencia moral y no puede asumir dilemas éticos genuinos.
Igualmente, habilidades como la empatía y la comprensión emocional. Los abogados no solo asesoran técnicamente: escuchan, comprenden emociones, acompañan en el dolor y orientan desde la sensibilidad humana. La IA puede simular respuestas empáticas, pero no siente ni entiende verdaderamente el sufrimiento, el miedo o la incertidumbrede una persona. Del mismo modo, la creatividad argumentativa: un abogado puede construir argumentos innovadores, cuestionar lo establecido, reinterpretar precedentes o impulsar reformas legales. Esta capacidad de pensar fuera de lo predecibley desafiar el statu quo es eminentemente humana.
Otra característica puede ser la comunicación persuasiva; convencer a un juez, negociar con una contraparte o explicar un asunto complejo a un cliente requiere habilidades retóricas, manejo del lenguaje corporal, timing emocional y carisma. La persuasión efectiva va más allá del contenido: implica conexión humana real, algo que la IA no puede replicar.
Del mismo modo, la responsabilidad ética y profesional y la adaptabilidad y el pensamiento creativo
Es innegable que, a medida que la tecnología impacta en el Derecho, surgen nuevas áreas de práctica legal. Estas incluyen el Derecho de la Inteligencia Artificial y los Algoritmos, el Derecho Digital y de los Datos Personales, la protección de datos, la privacidad, la gobernanza de datos, la identidad digital, la soberanía tecnológica y los litigios por uso indebido de información personal. Derecho de los robots y ciberderechos: marco normativo para la interacción entre humanos y robots, derechos digitales de los humanos frente a máquinas y eventuales marcos para la “personalidad electrónica”. Igualmente, el Derecho de la Ciberseguridad y los Crímenes Digitales, prevención y sanción de delitos cibernéticos, hackeos, fraudes digitales, extorsión informática y protección de infraestructuras críticas.
Así también influirá el Derecho de las neurotecnologías y la conciencia de regulación de dispositivos que interactúan con el cerebro, neuroprivacidad, manipulación cognitiva y derechos mentales. Surge del cruce entre el derecho y la neuroética. Así como el bioderecho y la biotecnología, casos sobre edición genética, reproducción asistida, clonación, manipulación del genoma humano, derechos de embriones y regulación de tecnologías médicas avanzadas.
Derecho Animal, de los seres sintientes y la justicia climática: expansión de los marcos jurídicos que reconocen a los animales como sujetos de derechos y regulación ética de la relación humano-animal en alimentación, investigación y entretenimiento.
A pesar del acelerado avance tecnológico y los profundos cambios sociales que están transformando el ejercicio del derecho, muchas facultades de derecho aún parecen ancladas a planes de estudio tradicionales que priorizan la repetición normativa sobre la formación crítica, interdisciplinaria y prospectiva. ¿Están realmente preparando a los futuros abogados para enfrentar desafíos como la inteligencia artificial, la gobernanza de datos, la justicia climática o los derechos digitales? La mayoría de los programas sigue centrada en estructuras decimonónicas, mientras el mundo jurídico demanda profesionales capaces de dialogar con ingenieros, científicos de datos, neurobiólogos o ambientalistas. La pregunta es urgente: ¿qué tan preparados están nuestros currículos para formar juristas del siglo XXI y no solo custodios del siglo XIX?
Aunque la inteligencia artificial transformará muchas tareas jurídicas rutinarias, el ejercicio del derecho sigue siendo una profesión profundamente humana. Las habilidades que definen a un abogado competente —el juicio ético, la empatía, la creatividad argumentativa, la capacidad persuasiva y la toma de decisiones en la incertidumbre— no pueden ser replicadas por algoritmos. Lejos de quedar obsoletos, los abogados están llamados a evolucionar, integrando la tecnología como herramienta, pero reafirmando su rol insustituible como garantes de justicia, dignidad y equidad en una sociedad cada vez más compleja.
Porque lo verdaderamente peligroso no es que la tecnología avance. Es que lo haga sin que estemos preparados para usarla al servicio de la justicia.
Bibliografía
CuerpoMente. Yuval Noah Harari: La clave para adaptarte a los cambios brutales que vienen en los próximos 20 años es olvidar lo que crees que sabes.
Recuperado de: https://www.cuerpomente.com/psicologia/yuval-noah-harari-filosofo-historiador-clave-adaptarte-cambios-brutales-vienen-proximos-20-anos-es-olvidar-crees-sabes_15522
Las profesiones que estarían llegando a su fin, según Bill Gates.
El Tiempo.
Recuperado de: https://www.eltiempo.com/amp/cultura/gente/las-profesiones-que-estarian-llegando-a-su-fin-segun-bill-gates-3438399
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