“El pueblo será invadido por un ejército que cometerá toda clase de vejámenes y crímenes. No sabemos nunca si es un grupo guerrillero o paramilitar, poco importa, a Rosero no le interesa, como en otras novelas negras tan de moda en nuestro país, resaltar a los victimarios, sino visibilizar las pequeñas tragedias de cada uno de los habitantes de San José. Las víctimas, y resalto esto, son las verdaderas protagonistas de la novela de Rosero. En sus pequeños mundos habita el dolor inconmensurable que trasmite su poética narrativa.”
Evelio José Rosero es sin duda una de las voces más interesantes de la literatura colombiana contemporánea. Ha tenido varias novelas destacables como Señor que no conoce la luna, Los ejércitos y La carroza de Bolívar, además de varios cuentos infantiles de grata recordación. Su novela Los ejércitos es sin duda, a más de 15 años de su publicación, una de las mejores novelas que se han escrito en Colombia en los últimos años y una lectura (y relectura) que, pensamos, debería propiciarse ampliamente. La obra tiene una riqueza poética y de reflexión histórica como pocas de estos nuevos tiempos. Es una novela necesaria que te confronta, te saca de un lugar de confort y logra trasmitir como ninguna el dolor de las víctimas.
¿Por dónde empezar? La novela se ubica en un pueblo perdido (que podría ser cualquier pueblo colombiano) llamado San José. El protagonista es Ismael Pasos, un profesor de pueblo desilusionado de la vida, un matrimonio desgastado por la costumbre y un fuerte dolor de rodilla. Lo único que parece sacarlo de su ensimismamiento es espiar por encima del muro a su vecina Geraldina, una mujer que, conjuntamente con su esposo y sus hijos, caminan desnudos por el patio de su casa, en una suerte de paraíso que nos recuerda el Edén bíblico y que conecta el inicio de la novela con lo sagrado. Todos los acontecimientos de la novela los miraremos desde los ojos de Ismael, quien en cierto modo es el testigo neutral que necesitamos, para poder acercarnos de una forma más libre a los personajes y la tragedia posterior.
El pueblo será invadido por un ejército que cometerá toda clase de vejámenes y crímenes. No sabemos nunca si es un grupo guerrillero o paramilitar, poco importa, a Rosero no le interesa, como en otras novelas negras tan de moda en nuestro país, resaltar a los victimarios, sino visibilizar las pequeñas tragedias de cada uno de los habitantes de San José. Las víctimas, y resalto esto, son las verdaderas protagonistas de la novela de Rosero. En sus pequeños mundos habita el dolor inconmensurable que trasmite su poética narrativa.
¿Cómo lo logra Rosero? el escritor nos había presentado antes los personajes, para que nos apropiáramos de ellos, de su cotidianidad, de sus anhelos. Las primeras páginas son un marcado desfile donde aparecen el profesor Ismael Pasos, Otilia su mujer, Claudino el curandero, el padre Albornoz, Gracielita, una joven que cumple labores domésticas, Hey el vendedor de empanadas, el médico Orduz, Chepe, el proveedor de alcohol y Geraldina, la sensual esposa del brasilero. Se detiene en cada uno el tiempo suficiente, siempre a través de los ojos y la conversación con el profesor. Conectarnos con ellos, nos permite simpatizar con ellos y entender la miseria y la soledad propias de un pueblo que ha sido abandonado por el Estado y que está inmerso en las dinámicas del conflicto, donde los relatos cotidianos hablan de muerte, de los ausentes, de los que ya no están. El erotismo y el deseo se convierten en el refugio, en una suerte de artificio del protagonista como una forma de intentar encontrar belleza en el caos.
Cuando llega la invasión las tragedias de cada uno de los personajes se sienten intensamente y nos confrontan, porque sabemos que es una constelación lo que se ha perdido, todo un universo, en cada muerte, en cada partida. Sumado a ello, el teatro propio de la violencia, la descripción de los hechos, nos hace preguntarnos por la pérdida del valor y la dignidad de la vida. Rosero no narra de una manera morbosa, pero tampoco eufemística o sutil, ha hallado un equilibrio. Y no tiene reparo en hablar de mutilaciones, violaciones y toda clase de acciones criminales y, ciertamente, macabras. A su lado aparece la poética propia del imperio de la muerte, de Thanatos, una profunda sensibilidad, que nos hace sentir que aquellas víctimas no son un número más de una lista en un noticiero, sino seres humanos como el lector que se lamenta tras la página del libro.
El filósofo de los Países Bajos Baruch Spinoza acuñó un término, un concepto muy apropiado, el de afecto. Un afecto es la capacidad que tiene un cuerpo de generar un efecto, despertar una emoción, un sentimiento, una vibración, un eco, en otro cuerpo. Los ejércitos de Evelio Rosero es un libro inundado de afectos. No es fácil huir, no dejarse afectar. Y la narración fluida e intensa, con descripciones poéticas, pero sin caer en eufemismos, te rompe por dentro. El afecto es el vínculo que nos lleva a encontrarnos con la víctima, a estar muy cerca de su territorio, devenir victima para sentir el dolor más profundo. Eso solo lo logra la buena literatura.
Por otro lado, la novela tiene un hilo conductor, una suerte de búsqueda, que nos remite a arquetipos antiguos, a aquellos héroes que, perdidos, atraviesan toda clase de pruebas, para encontrar el amor, la razón o la gloria. Nuestro personaje, Ismael, no es precisamente un héroe, es un cínico, al mejor estilo de Diógenes, aunque su cinismo se convierte en su mejor arma para sobrevivir a la realidad aplastante de la violencia y la guerra. No es un héroe, pero las dinámicas de la guerra lo obligaran a actuar, como en aquella escena donde salva a unos niños de la explosión de una granada, un acto que no ve como una hazaña, sino como una expresión de su propia debilidad y tragedia personal.
Y, al igual que los grandes personajes mitológicos iniciará una búsqueda, la de su esposa Otilia, que se ha perdido en medio de los acontecimientos intempestivos que azotan el pueblo de San José. Como Orfeo se adentrará en el infierno más profundo para intentar encontrar y rescatar a la mujer que le ha acompañado durante todos sus últimos años. Su ausencia, a pesar de un matrimonio monótono, le hace percibir los matices más dolorosos de la soledad y de la costumbre. Otilia no es una princesa que espera en un castillo o un palacio, confinada en una torre. Es el símbolo de nuestra propia incertidumbre, de lo no dicho, de lo que se agrieta, de lo que se lleva la oscura deidad del olvido y que ya nunca regresa.
El erotismo está presente en diferentes momentos, principalmente en el personaje de Geraldina, cuya presencia es el contrapunto, la fuerza de Eros, que permanece a pesar de todo. Es el deseo, en su forma más primitiva, en un pueblo habitado por fantasmas. Pero no los de Rulfo en Comala, sino los vivos que han perdido toda esperanza ante el abandono del Estado y la cercanía impetuosa de la muerte. El erotismo no es un escape, es un complemento inquietante. Eros y Thanatos son hermanos. Y la escena en las páginas finales, donde acontece una violación por parte de un “ejercito”, es la muestra donde confluyen ambas energías. Sin embargo, el deseo en la mente de Ismael, no es la afirmación de la violencia, sino el intento de encontrar belleza en medio de las ruinas y el caos. En un ambiente hostil y decadente, la belleza solo puede aparecer en forma de los muslos, la cadera, las nalgas y la sonrisa coqueta de Geraldina.
No puedo evitar recomendar la lectura de esta gran novela, que logra quebrarnos un poco. A veces es necesario, una sacudida, despertar del ensimismamiento profundo. La narrativa tiene esa potencia, esa posibilidad. Nos permite abrir una ventana al interior, donde se encuentran las entrañas, el silencio inmanente, lo que nos cuesta expresar con palabras. Los “ejércitos” de Rosero es una historia envolvente, su trama avanza a un ritmo intenso, pero que se toma el tiempo para asimilar lo que pasa. Sus personajes seguirán caminando, ya no por las calles de un pueblo fantasma, sino en la memoria del lector, que empatiza con el dolor de las víctimas y percibe a través de sus pequeñas tragedias la enorme grieta que a todos nos habita en un país que está roto.
Comentar