Petro, sus ministros y la degradación de la política colombiana
Es lamentable constatar cómo, día tras día, el lenguaje del gobierno en cabeza del presidente Gustavo Petro se degrada ante la opinión pública. Petro, más activista que mandatario, ha dejado de lado el tono de estadista para recurrir a la descalificación, el insulto y el ataque personal, especialmente contra quienes no respaldan sus opiniones y propuestas.
El episodio más reciente y vergonzoso ocurrió en Soledad, Atlántico, durante la instalación de los Comités Ciudadanos para promover el “SI” en la consulta popular. Allí, acompañado por el ministro del Interior, Armando Benedetti, y el director de Prosperidad Social, Gustavo Bolívar —este último ya perfilándose como presidenciable del Pacto Histórico—, Petro llamó “mucho HP” al presidente del Congreso, Efraín Cepeda. Todo ello en medio de risas y aplausos de sus funcionarios cercanos.
El mandatario relató que Cepeda, al revisar las preguntas propuestas para la consulta, había mostrado disposición para debatirlas. “Yo no digo groserías, pero quise decir una… mucho HP”, exclamó Petro. Como si no bastara, añadió que, si el Congreso negaba la consulta, el pueblo colombiano “LOS BORRARÍA DE LA HISTORIA”.
Esta actitud de confrontación y desprecio no es un hecho aislado. Cuando el Congreso hundió la fallida reforma laboral, Petro calificó de “TRAIDORES” a los congresistas de la Comisión Séptima. Degradar el debate público y atacar a quienes piensan diferente se ha vuelto costumbre en su gobierno.
La situación se agrava cuando ministros siguen el ejemplo. Guillermo Alfonso Jaramillo, ministro de Salud, insultó a la gerente del hospital departamental del Meta, María del Carmen Rodríguez, llamándola “hijueputa” porque debía remitir pacientes a otras ciudades. Ignoraba, sin embargo, que el hospital carecía de equipos médicos básicos como mamógrafos, debido a carencias estructurales que escapaban a la responsabilidad de la funcionaria.
Varios analistas han señalado que, probablemente, si el gerente hubiera sido un hombre, el trato no habría sido igual de humillante.
Hoy, Colombia presencia un gobierno que no tolera la crítica, que reacciona con insultos ante la oposición y que desprecia la institucionalidad que juró defender.
Frente a los agravios, el presidente del Congreso, Efraín Cepeda, respondió con altura en su cuenta de X:
“El presidente Petro aún no comprende la dignidad que ostenta y, como si estuviera en una riña callejera, recurre a la grosería y la bajeza. No pienso caer tan bajo, porque tengo clara la dignidad que represento. Nuestra institucionalidad merece un Honor Perenne, que es mi forma de entender el verdadero HP (sic)”.
Honor, dignidad, respeto. Conceptos que parecen ajenos a quienes hoy ocupan los principales cargos del Estado.
Como bien señala Juan Carlos Pinzón, exministro de Defensa y exembajador en EE.UU., el comportamiento de Petro no es accidental ni fruto de errores: hace parte de su estrategia deliberada.
A esto se suma el desatino internacional. Sin pruebas, Petro cuestionó los resultados de las elecciones presidenciales en Ecuador, sugiriendo fraude, a semejanza de sus habituales defensas de Nicolás Maduro. Sin embargo, su afirmación fue desmentida categóricamente por Gonzalo Ortiz Crespo, exembajador de Ecuador en Colombia y amigo suyo, quien expuso las falsedades del mandatario, dejándolo en evidencia ante la comunidad internacional.
La temeridad discursiva de Petro también se manifestó contra los empresarios del sector energético, a quienes acusó de “estafadores”, y en sus temores infundados sobre Hidroituango, desmentidos posteriormente por visitas oficiales que confirmaron la seguridad de la obra.
Mientras tanto, episodios de bajeza como la carta de Álvaro Leyva al presidente, cargada de insinuaciones y chismes personales, solo agravan la crisis. Que un excanciller recurra a pasajes dignos de farándula, en lugar de actuar institucionalmente cuando era su deber, retrata la mezquindad que se ha instalado en muchos niveles del poder.
Tristemente, la oposición, en lugar de concentrarse en las verdaderas fallas de gobierno, se ha dejado arrastrar a este lodazal mediático, donde importa más si la primera dama baila bien o mal que discutir las reformas urgentes que el país necesita.
La pobreza del debate político en Colombia es alarmante. Hemos cambiado el análisis serio por chismes de alcoba, la construcción de país por el espectáculo de la ruindad.
Alguna vez, el gran Luis Guillermo Vélez Trujillo advirtió:
“Penetré a la conciencia de un hombre justo y salí horrorizado”.
Hoy esa frase describe perfectamente el lamentable estado de la política nacional.
¡POBRE PATRIA!
Y LO PEOR: HACE RATO QUE COLOMBIA SE QUEDÓ SIN PRESIDENTE.
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