Hacerse cargo de sí mismo: meditación raciovitalista del concepto de libertad

“La libertad es afirmación, no evasión, pues consiste en elegir quién y cómo se quiere ser en el mundo que nos ha tocado; no hay libertad que no esté encarnada en un centro existencial humano concreto y que su mayor enemigo no sea la indiferencia del individuo hacia sí mismo, pues su única medida es el modo en que cada uno se hace cargo de su vida”.


La libertad -contrario al dogma de nuestro tiempo posmoderno donde se concluye que ésta es el seguimiento ciego y descontrolado de los impulsos individuales- no es el estado natural del ser humano pues solo es alcanzada a través de la laboriosa mezcla entre reflexión, acción y responsabilidad. Para Ortega y Gasset -autor de cabecera y con quien quise comenzar hace unos meses esta inconstante labor de escribir columnas- el “yo” no es libre por naturaleza, sino que éste es arrojado al mundo y en ese arrojo la existencia misma le obliga a elegir y a elegirse dentro de una serie de condiciones que no ha escogido y que lo determinan: no hemos elegido el lugar donde nacimos, ni nuestros padres, ni nuestra raza, lengua, sexo, orientación sexual y/o cultura y, sin embargo, son esos atributos sobre los cuales no tenemos injerencia donde cada individuo comienza a hallar aquella especificidad que lo diferencia de cada especie del género humano. En la elección constante de sí bajo esas condiciones que no controla, en ese esfuerzo inteligible del individuo, se encuentra la primera elección que forma las condiciones adecuadas para el surgimiento de la libertad.

La libertad -la verdadera libertad- no puede ser espontánea ni, naturalmente, irreflexiva, pues los individuos no nacemos libres (aunque gocemos de voluntad), sino que nos construimos como seres libres. Construirnos como seres libres es vivir libremente. Y vivir libremente es una exigencia ética que consiste en no seguir el impulso automático y responderse qué es lo que debo hacer con esta vida que me ha sido dada aquí y ahora; esa fidelidad al propio destino implica reconocer un riesgo, y esforzarse por tomar cada decisión con reflexión y asumiendo su consecuencia con responsabilidad.

El hombre-masa (ese ser tan común en nuestro tiempo: cree ser libre, pero es esclavo; cree tener criterio, pero está adoctrinado; cree actuar motivado por su individualidad, pero no reconoce más que al arquetipo de su afinidad política) no quiere pensar, no quiere entender, no quiere asumir las consecuencias de sus actos. En contraposición, el ser libre se esfuerza y decide todos los días vivir con autenticidad y reconoce la paradoja de la libertad: que no consiste en hacer lo que se quiere, sino en querer lo que se debe hacer; y en el querer hay reflexión, en el hacer hay acción, y en el deber hay responsabilidad.

La exaltación del “yo” ha degenerado en forma cada vez más banales de egoísmo; el mundo posmoderno -el mundo de la inmediata información- publicita y alaba imbéciles en redes sociales, discursos vacíos de autoayuda, sofistas políticos y activismos irracionales, que comulgan y promueven una visión de la libertad desligada de toda responsabilidad y recubierta de miles de exigencias, y solicitudes de garantías cuyo único argumento es, nuevamente, la exaltación del “yo soy”. La premisa “sé tú mismo” está cargada de un imperativo vacío que desencadena en la inercia moral y la indiferencia ética; pues las limitaciones no suprimen la libertad, por el contrario, permiten asumir el compromiso de elegir con total sentido y vivir a la altura de las propias decisiones.

El mundo posmoderno está obsesionado con su errada concepción de la libertad: y salen hordas de arengadores a ufanarse de defenderla, presumen en redes sociales que están salvando a la humanidad de la esclavitud y del imperio de la fuerza; entonces rayan las paredes con mensajes cargados de un absurdo digno de un guion de Samuel Beckett, mas la libertad que pregonan es libertinaje y todo libertinaje es estéril, porque no implica una vida exigente consigo mismo, ni un actuar responsable, ni una actitud con carácter ante la vida misma. Porque no es libre el sujeto que opina sin responsabilidad y sin asunción del riesgo; que consume sin reflexión y que exige derechos sin asumir deberes y obligaciones.

La libertad solo tiene alguna clase de valor cuando está intencionada a algo más que a ella misma, cuando se utiliza como un instrumento ético que posibilita aquello que se quiere llegar a ser: una ética del autogobierno donde la libertad es una disposición interna. Afirmaba John Stuart Mill que la libertad auténtica consiste en desarrollar la capacidad de emitir juicios por uno mismo, de elegir racionalmente y formar un carácter sólido.

Y sí: hay elecciones que valen más que otras. Hay decisiones que están plagadas de un grado superior de responsabilidad, de un mayor nivel de dignidad o de humanidad. La elección reflexiva y responsable tiene sentido si, y solo si, le permiten a cada persona convertirse en una mejor versión de sí misma (esa mejor versión de sí pido explícitamente que no sea interpretada como ese lugar común de libro de autoayuda). Ninguna elección está garantizada, y la libertad no nos es dada: es una tarea que comienza con la laboriosa decisión de salvar mi circunstancia pues -parafraseando a Ortega y Gasset- si no la salvo a ella no me salvo a mí.

Desconfío de manera absoluta de aquellos que entienden la libertad como la negación de todo límite; pues quien se libera de las circunstancias no es libre, es cobarde; pues la libertad consiste en la capacidad de actuar dentro de la vida en la que estamos arrojados con total responsabilidad y autenticidad. La libertad es afirmación, no evasión, pues consiste en elegir quién y cómo se quiere ser en el mundo que nos ha tocado; no hay libertad que no esté encarnada en un centro existencial humano concreto y que su mayor enemigo no sea la indiferencia del individuo hacia sí mismo, pues su única medida es el modo en que cada uno se hace cargo de su vida.

No hay libertad sin límite; asimismo, no hay libertad sin un proyecto existencial concreto, sin vocación, sin esfuerzo permanente por dar forma a la propia vida. Ser libre es ser fiel a la tarea de ser siempre uno mismo (pobre de Sartre) dentro de las condiciones existenciales que nos son dadas; entonces no medimos qué tan libre es alguien por la cantidad de opciones que tenga, ni por la extensión de su abanico de posibilidades, sino por la capacidad que tiene de vivir con absoluto sentido dentro del mundo que le ha sido dado.

Esto tiene tanto de meditación como de diatriba contra la banalización de la libertad. Hay que protegerla: es un valor frágil que requiere ser cultivado desde dentro y defendido hasta la muerte desde fuera. No basta con meras proclamas: ser libre es estar dispuesto a vivir y morir a su altura.

Alejandro Ortiz Morales

Por pasión, soy músico, fehaciente lector, aspirante a Filósofo y hombre de familia. De profesión, soy abogado, especialista en finanzas, especialista en Derecho financiero y bursátil, y maestrando en administración financiera. He sido empleado y consultor en diversas empresas de los sectores financiero, energético y real.

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