
“Se va el Papa de la ternura, de la firmeza, del coraje. El que intentó que la Iglesia fuera menos palacio y más casa”
Cuando Jorge Mario Bergoglio apareció por primera vez en el balcón de la Basílica de San Pedro, no parecía un Papa. No tenía la mirada altiva ni el tono ceremonial. Pidió algo tan simple como poderoso: “Recen por mí”. Era un hombre solo, vestido de blanco, pero cargando el peso de una Iglesia rota por dentro.
Recibía una institución tambaleante, herida por los escándalos de abusos, con un banco cuestionado, con estructuras que parecían más preocupadas por el poder que por el prójimo. y, sin embargo, eligió caminar distinto. Rechazó los lujos, vivió con modestia, habló de una Iglesia pobre para los pobres y, lo más importante, actuó en consecuencia.
Desde 2015, con la creación de la Comisión para la Protección de Menores, envió un mensaje claro: las víctimas primero. También reformó el Código de Derecho Canónico para endurecer penas contra quienes habían ultrajado la Fe con crímenes inenarrables. No se escondió. Pidió perdón. Miró de frente.
Pero eso no fue todo. Francisco abrió puertas que durante siglos habían permanecido cerradas. Se atrevió a hablar de la inclusión de personas homosexuales, de la dignidad de los divorciados, de la posibilidad de repensar el rol de la mujer en la Iglesia. Y por supuesto, hubo quienes no lo soportaron. Lo llamaron comunista, hereje, populista, peligroso. Sin embargo, él seguía. Con paso firme, sonrisa serena y una convicción desarmante: la del Evangelio en su forma más pura.
También fue un Papa con mundo. Denunció el drama de las guerras, el dolor del pueblo palestino, la indiferencia ante los migrantes, el desprecio por los pobres. Habló de economía, de medio ambiente, de los descartados. Y lo hizo con un lenguaje comprensible, cercano, que no pedía permiso para incomodar a los poderosos ni a los cómodos.
Lo recordaremos bajo la lluvia, solo, en una Plaza de San Pedro vacía, orando por una humanidad paralizada por el miedo. En ese instante, fue mucho más que el líder de la Iglesia Católica: fue el pastor del mundo.
Francisco no fue perfecto. Ningún Papa lo es. Pero fue un hombre profundamente humano. Y tal vez eso sea lo que más les dolió a algunos: que no hablara desde el mármol, sino desde la calle. Que no juzgara, sino que abrazara. Que se atreviera a decir que es mejor ser ateo que un mal cristiano.
Hoy el mundo lo despide. Se va el Papa de la ternura, de la firmeza, del coraje. El que intentó que la Iglesia fuera menos palacio y más casa. El que incomodó con amor. El que sembró preguntas donde solo había certezas.
Como él mismo dijo:
“Allí donde no hay libertad religiosa o libertad de pensamiento y de palabra, ni respeto de las opiniones ajenas, la paz no es posible.”
Buen viaje, Papa Francisco. Que el cielo te reciba como tú recibiste al mundo: con los brazos abiertos.
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