De la multiplicidad del yo a la singularidad artificial

En el lobo estepario, Hermann Hesse [1] descompone la falsa idea de una identidad única y coherente. Harry Haller no es simplemente un hombre dividido entre su naturaleza civilizada y su instinto animal: es una constelación de yos, una conciencia fragmentada en conflicto permanente. A Haller esta revelación, en el Teatro Mágico (ese espacio simbólico donde cada habitación representa una posibilidad existencial), le permite vislumbrar que el alma humana no es una unidad, sino una multiplicidad fluida, caótica y contradictoria.

Hoy, esa misma complejidad parece estar en decadencia.

En este tiempo post-ChatGPT (que generalizaré como IA), asistimos a una estandarización progresiva de nuestras formas de pensar, sentir y comunicar. Mientras la novela de Hesse celebra la diversidad interior y la contradicción como esencia de lo humano, la IA opera bajo una lógica de eficiencia y absurda coherencia. Quiero decir: responde, predice -como una especie de mago- y automatiza.

Su corazón es la unidad, la función específica, la singularidad algorítmica. Esto me genera una paradoja: ¿cuánto más usamos estas herramientas, más parecidos nos volvemos entre nosotros?

Pareciera cierto, pues los textos generados por IA tienen la cualidad de ser eficientes, correctos e impersonales. Honestamente, desprovistos de singularidad…inundan redes, correos y presentaciones. Como dije hace unos días a unos estudiantes como parte de mi respuesta ante una actividad desarrollada enteramente con IA: «es una especie de esfuerzo por pensar menos y desgastarse menos».

Esa voz única, con sus rarezas y quiebres, se disuelve en un océano de frases perfectamente estructuradas. Con todo el mundo usando la IA, asistimos taciturnos a la imposición de la «uniformidad», casi litúrgica, como si todos habláramos con la misma caperuza. La pregunta no es si la inteligencia artificial puede imitar al ser humano, sino si nosotros, al buscar que nos imite, terminamos renunciando a lo más humano que tenemos: Nuestra contradicción, nuestra incoherencia, nuestro teatro mágico interno.

Porque una IA puede:

  • Aprender a escribir poesía, pero no puede habitar el abismo que la hace necesaria.
  • Analizar emociones, pero no ser trastornada por ellas.
  • Generar miles de respuestas, pero no una pregunta auténtica que emerja del dolor o del asombro.

Entonces, ¿Queremos convivir con inteligencias artificiales que nos asistan, o ser reducidos a la lógica de su programación? Tal vez lo verdaderamente revolucionario hoy no sea usar la IA, sino preservar la multiplicidad del yo —esa red infinita de voces internas que Hermann Hesse intuyó—

Un verdadero acto de resistencia frente a una época que tiende peligrosamente hacia la homogeneidad.

[1] Hermann Hesse. Novelista y pensador alemán, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1946. Es conocido por sus obras que exploran la espiritualidad, la individualidad y el conflicto interior, como Siddhartha, Demian y El lobo estepario. Su pensamiento ha influido tanto en la literatura como en la psicología y la filosofía contemporáneas.

Luis Felipe Ortiz-Clavijo

Ingeniero Industrial de la Universidad Autónoma Latinoamericana (UNAULA). Magíster en Estudios de Ciencia Tecnología, Sociedad e Innovación del Instituto Tecnológico Metropolitano de Medellín (ITM). Actualmente es coordinador de investigaciones de la Facultad de Ingenierías y la Escuela de Posgrados de UNAULA.

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