
Mientras el mundo parece desmoronarse y la mayoría sigue con su rutina, Donald Trump ha lanzado su jugada más polémica: un alza arancelaria generalizada, sin miramientos, que en el fondo persigue desacelerar la economía hasta casi rozar la recesión. ¿Por qué querría hacer algo así? Muy sencillo: si la economía frena lo suficiente, la Reserva Federal se verá forzada a bajar los tipos de interés, y ahí es donde Trump saca tajada.
Este año vencen casi 9 billones (trillones en USD$) de deuda de los EE. UU., una cifra que asusta solo con pronunciarla. Con tipos de interés más bajos, refinanciar esa montaña de deuda saldrá mucho más barato, y la administración Trump respirará un poco, al menos por un tiempo. La estrategia arancelaria se vuelve, entonces, una especie de “medicina amarga”: arriesgar la salud de la economía para obtener condiciones financieras favorables.
Naturalmente, esta maniobra ha puesto a temblar a los mercados y a las monedas emergentes, haciendo que muchos inversores huyan en estampida en busca de liquidez en dólares, que funge como activo refugio en tiempos de turbulencia económica. El índice del miedo y avaricia creado por CNN Business se dispara a “miedo extremo”, las bolsas tiñen sus paneles de rojo y el Bitcoin vive altibajos curiosos, aunque de momento se mantiene sorprendentemente fuerte sobre su soporte clave de USD$ 73 mil. Hay quienes ven en esto el preludio de la “gran crisis” que se venía vaticinando desde hace años: recordemos que, aparte de los aranceles, arrastramos desequilibrios económicos, deudas impagables y tensiones geopolíticas por doquier.
Para Europa, la cosa también pinta mal. Alemania y otros países con superávit comercial podrían ver afectadas sus exportaciones de coches, maquinaria o productos químicos, mientras el inquilino de la Casa Blanca juega esta partida de ajedrez con movimientos bruscos y amenazas de más aranceles. El trasfondo es un reajuste global que quizá estaba cantado: la deuda se ha vuelto inmanejable, la inflación acecha, y cada sacudida se aprovecha para reforzar agendas de control social y vigilancia.
Lo de ahora podría ser solo un “shock” que cataliza un cambio mayor, más que el origen de toda la tormenta, ¡y es ahí donde conviene no despistarse! El objetivo aparente de Trump no es arruinar la economía por gusto: busca forzar la rebaja de tipos para renegociar esos 9 billones que asfixian al Tesoro estadounidense. Por eso, cuando veas los titulares anunciando el fin del mundo, pregúntate siempre quién se beneficia de tanta alarma. En última instancia, quienes pagan los platos rotos somos los ciudadanos de a pie, mientras la aristocracia política y económica saca provecho del caos para reescribir las reglas.
Te sugiero calma y atención. La crisis real no está en los aranceles en sí, sino en el monstruo de la deuda y en cómo cada golpe sirve para maquillarla o posponerla. Entre tanto, hay que recordar que la volatilidad no se traduce necesariamente en el fin de los tiempos, pero sí en una invitación a ser prudentes, a cuestionar las versiones oficiales y a prepararnos para un mundo en el que las piezas están cambiando de tablero a toda velocidad. Como dijo Séneca: “la suerte es lo que sucede cuando la preparación se encuentra con la oportunidad”. Y aquí, la oportunidad es que no nos agarren desprevenidos.
La versión original de esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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