VARGAS LLOSA | El liberal que desafió a las tribus

“So, this is how liberty dies, with thunderous applause”.
– Senadora Padmé Amidala (Star Wars: Episode III: Revenge of the Sith).


Cuando supe la noticia del fallecimiento de Mario Vargas Llosa, sentí un vacío extraño, como si se hubiera apagado una luz que me había acompañado desde mis primeros pasos en el pensamiento liberal.

No solo se fue un gigante de la literatura, se fue también un faro intelectual para quienes creemos que la libertad individual es la piedra angular de toda civilización digna. Vargas Llosa no fue un pensador de café ni un opinador ocasional: fue un soldado de la libertad, armado con la palabra, con el coraje de ir contra la corriente y con una lucidez que, incluso en la vejez, nunca rindió ante el dogma ni el poder.

El despertar liberal: una conversión intelectual profunda

Lo conocí como lector, por supuesto. El primer ensayo suyo que leí fue La llamada de la tribu (Alfaguara, 2018), y me marcó de forma irreversible. No es una novela, sino un mapa del pensamiento liberal moderno; un recorrido íntimo y apasionado por las ideas de Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich Hayek, Karl Popper, Isaiah Berlin, Raymond Aron y Jean-François Revel. No es un libro de texto ni un manual ideológico; es una confesión intelectual, una autobiografía del pensamiento de alguien que, habiendo pasado por la fascinación revolucionaria, había llegado a la libertad no por moda ni por conveniencia, sino por comprensión, por lectura, por experiencia.

Vargas Llosa entendió como pocos que el verdadero combate del siglo XX –y aún más, del XXI– no es ya entre izquierda y derecha, sino entre libertad y autoritarismo. Y supo decirlo con una claridad que incomodaba a todos: a los dictadores de derecha y a los revolucionarios de izquierda. Desde que rompió públicamente con la Revolución Cubana tras el caso Padilla en 1971, jamás volvió a caer en la trampa del colectivismo redentor. Denunció sin matices a los regímenes de Fidel Castro, Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Evo Morales, Daniel Ortega, Rafael Correa. Para él, no había socialismo bueno, ni caudillo justiciero: había libertad, o su ausencia, y punto.

La ruptura con el marxismo: del desencanto a la lucidez

Durante su juventud, Vargas Llosa fue –como tantos intelectuales latinoamericanos de su generación– seducido por el marxismo y sus promesas de redención. Admiró la Revolución Cubana, simpatizó con la izquierda, y se mostró inicialmente esperanzado con la posibilidad de una América Latina liberada del imperialismo y la pobreza gracias a las ideas revolucionarias. Su formación universitaria en San Marcos y luego en Europa lo expuso a las lecturas de Marx, Sartre y otros pensadores que dominaban el panorama cultural de la época.

Pero, a diferencia de tantos otros, Vargas Llosa tuvo el coraje de romper con esa ilusión cuando la realidad se impuso con brutal evidencia. El punto de inflexión fue el caso del poeta Heberto Padilla, encarcelado y humillado por el régimen cubano en 1971. Ese hecho, junto con los constantes abusos de derechos humanos en nombre de la revolución, lo llevaron a denunciar a Fidel Castro como lo que era: un dictador. Desde entonces, su ruptura con el marxismo no solo fue personal, sino pública y argumentada.

En lugar de refugiarse en la tibieza o la ambigüedad, Vargas Llosa se embarcó en una profunda revisión intelectual que lo condujo al liberalismo clásico. Allí encontró respuestas más sólidas, más humanas, menos dogmáticas. En La llamada de la tribu lo cuenta con honestidad admirable: no fue un cambio inmediato, sino una travesía de lectura, reflexión y autocrítica. Su admiración por Hayek, Popper y Berlin nació del contraste con el pensamiento totalitario: donde Marx ofrecía una visión determinista y monolítica de la historia, ellos ofrecían una mirada plural, abierta, compatible con el error humano.

El abandono del marxismo no lo convirtió en un reaccionario. Lo convirtió en un defensor de la libertad como condición previa a cualquier mejora social. Aprendió que los sistemas cerrados inevitablemente desembocan en represión. Y que el mercado, con todos sus defectos, permite algo que ninguna revolución garantiza: la posibilidad de elegir.

Un liberal en tierra hostil

En La llamada de la tribu hay una lección que todo liberal debe entender: las ideas importan, pero más importa el coraje para defenderlas cuando no son populares. Vargas Llosa defendió el individualismo, el libre mercado, el Estado de derecho, la propiedad privada y la cultura de la tolerancia, incluso cuando esas palabras eran anatema entre los intelectuales latinoamericanos, aún enamorados del marxismo y el populismo. Y no solo lo hizo desde sus columnas o ensayos. Se metió en política, se embarró, dio la pelea.

En 1990, siendo ya una figura consagrada de las letras, decidió postularse a la presidencia del Perú. No por ego, sino por deber. Su programa proponía abrir la economía, privatizar las empresas estatales, modernizar el Estado, devolverle poder al individuo. Perdió frente a Alberto Fujimori, quien traicionaría luego esos mismos ideales y derivaría en una dictadura encubierta. Muchos lo culparon por haber intentado esa incursión política, pero nadie podrá negar que fue coherente: predicó con el ejemplo. Su campaña fue una especie de manifiesto viviente de los principios liberales que había defendido en el papel durante décadas.

La literatura como trinchera moral

Lo más admirable de Vargas Llosa no fue solo su defensa del liberalismo, sino su capacidad para unir literatura y política, estética y ética. En novelas como La fiesta del Chivo, La guerra del fin del mundo o Conversación en La Catedral, mostró los efectos devastadores del poder absoluto sobre la dignidad humana. Sus dictadores no eran caricaturas, eran monstruos reales que se alimentaban del miedo y la sumisión. Su literatura fue, también, una trinchera contra el totalitarismo.

En sus novelas hay una tensión constante entre la libertad y sus enemigos: la represión, el dogma, el fanatismo, la violencia estatal. Vargas Llosa no solo escribió sobre el poder; escribió contra él. Cada personaje, cada diálogo, cada escena cargada de angustia existencial son un eco de su propia lucha intelectual.

Un liberal humanista

El liberalismo de Vargas Llosa no fue el de los tecnócratas ni el de los burócratas de organismos internacionales. No. Su liberalismo fue humanista, profundamente individualista pero jamás insensible. No creía que el mercado solucionara todo, pero sabía que sin mercado no hay libertad. A diferencia de quien les escribe, no defendía un Estado mínimo, pero sí uno limitado, controlado, que no asfixiara la creatividad ni la voluntad del ciudadano. Fue, como dijo de Popper, un defensor de la sociedad abierta, esa donde las personas pueden disentir, crear, amar, trabajar y pensar sin miedo al castigo.

Su defensa de la cultura fue inseparable de su defensa de la libertad. Vargas Llosa creía que el arte debía ser libre, irreverente, autónomo. Aborrecía tanto la censura política como el conformismo comercial. Por eso escribió con una prosa limpia, valiente, sin concesiones a lo políticamente correcto ni a las modas académicas.

Contra la tribu, ¡siempre!

En un continente tan propenso al culto a la personalidad, a los redentores mesiánicos, al clientelismo estatal, Vargas Llosa fue un raro espécimen: un intelectual que no se dejó seducir por el poder, ni siquiera cuando estuvo cerca de alcanzarlo. Nunca fue un ideólogo, fue un liberal. Y eso es mucho decir en un mundo donde las ideologías se han vuelto religiones laicas.

Criticó sin tapujos el nacionalismo, el indigenismo político, el socialismo del siglo XXI, y el relativismo cultural que degrada la verdad a conveniencia del poder. En sus palabras, no se trataba de negar la identidad de los pueblos, sino de evitar que esa identidad se convirtiera en una prisión tribal. De ahí el título de su libro: La llamada de la tribu es, precisamente, el llamado que hay que resistir. Porque la tribu nos ofrece pertenencia a cambio de pensamiento, seguridad a cambio de libertad, obediencia a cambio de verdad.

Su legado: una brújula para los libres

Su muerte marca el fin de una era, pero también nos deja una hoja de ruta. Nos enseñó que ser liberal en América Latina no es fácil, pero es necesario. Que hay que tener el coraje de decir que el populismo es veneno, que el colectivismo destruye lo que dice proteger, que la libertad no se impone ni se mendiga: se defiende, se razona, se vive.

Yo lo despido con gratitud. Vargas Llosa fue el primero que me mostró que se podía defender el mercado sin despreciar la cultura, que se podía amar la literatura y al mismo tiempo denunciar al socialismo como una forma de servidumbre. Fue una brújula en tiempos de confusión, una voz que no se quebró ante el griterío, un escritor que entendió que la belleza y la libertad no están reñidas, sino que se necesitan mutuamente.

Epílogo para un luchador de la palabra

Nos deja su obra, su ejemplo, su valentía. Y nos deja una responsabilidad: seguir pensando, seguir escribiendo, seguir diciendo que la libertad vale la pena, incluso cuando el precio sea alto.

En tiempos donde muchos intelectuales prefieren callar o alinearse con lo políticamente correcto, Mario Vargas Llosa eligió el camino más difícil: el de la verdad. Una verdad racional, moral y literaria. En sus ensayos, en sus novelas, en sus discursos, hay un testimonio de amor a la libertad que quedará como testamento para las generaciones futuras.

Descansa en paz, Mario. Tu tribu fue la de los libres. Y ahí seguiremos nosotros.


La versión original de esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.

Víctor Márquez Cassinese

Apasionado por la libertad individual, cuenta con estudios en el programa de Letras de la UCAB (Universidad Católica Andrés Bello) de Caracas, y es profesional en Marketing Digital con experiencia de más de cinco (5) años en el campo de redes sociales y comunicación digital. Habiendo adquirido conocimientos en literatura, marketing de contenidos y estrategias de comunicación para redes sociales, ha forjado una carrera como redactor y creador de contenido especializado. En su faceta como columnista ha escrito para los portales digitales del Movimiento Libertario de Venezuela y México Libertario, así como en la revista Ideas de Libertad, entre otros espacios.

Este analista político venezolano se destaca por ofrecer una visión de la realidad política y social tanto de su país de origen, como de Uruguay (su país de residencia) y la región. Su compromiso va más allá de la escritura: aboga fervientemente por los derechos individuales, la propiedad privada y la soberanía personal en cada contenido que crea. Su enfoque se centra en el diálogo constructivo y la promoción de ideas que fomenten la libertad, el capitalismo de libre mercado y la prosperidad de los individuos.

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