Habitar la diferencia en esta Antioquia intolerante

Cuando comprendí a cabalidad lo que le había pasado a Sara pensé en describir mis sentimientos con una palabra exacta: putería. Sin embargo, no quiero escribir ninguna otra palabra que pueda considerarse ordinaria, grosera o soez en esta columna que hago, con plena solemnidad, en honor a la víctima y su memoria.


En medio de esta avalancha de positivismo mercantilista que está de moda y que invita constantemente a encontrarse a uno mismo, yo quiero rescatar un elemento primordial en esa búsqueda, no de autodescubrimiento, sino del principal objetivo de toda forma de organización social, por pequeña o grande que sea, que es la felicidad humana, la cual no puede lograrse sin encontrarse un lugar en el mundo.

La mayoría de idiomas del mundo occidental, a diferencia del español, no diferencian los verbos ser de estar y esto tiene todo el sentido, pues materialmente, como seres corpóreos, para poder ser debemos estar en algún lugar, pero si nuestro objetivo, como dije, es la felicidad, no basta con solo estar, se requiere una permanencia, con constancia, con seguridad, un lugar en el mundo donde desarrollar los miedos, los rencores y los afectos de los que se compone la vida. Hay que encontrar un lugar para habitar.

¿Qué tiene que ver todo esto con Sara? Que su caso es un triste recordatorio de que en esta tierra antioqueña que nos tocó para vivir -y muchas veces para morir- hace rato, o desde siempre, que existen muchos sin estar porque para el diferente, el pacífico, el pobre, el homosexual, el raro, el ateo, el liberal, el comunista en esta montaña es imposible habitar. Es el hogar de la violencia y ella se arraiga, ella se queda y todos los demás nos vamos.

¿Y dónde está el Estado en todo esto, la sociedad civil y el hacha que me dejaron mis mayores? Ejerciendo otro tipo de violencia, la de la indiferencia institucional, la indignación selectiva y el olvido prematuro. No significa que esto no pase en otros lados, pero aquí es donde vivo, trato de habitar y es lo que veo y si en otros lados también pasa pues peor, con más ánimo deberíamos emprender una lucha incansable porque aquí, en nuestra casa no pase nunca más.

¿Por qué nos cuesta tanto la diferencia? y ¿Por qué nos cuesta tan poco la violencia? Por supuesto que somos diferentes, y menos mal, de eso se compone la belleza del mundo, de los diferentes colores, sonidos, olores y de las diferentes personas ¿cuándo nos arraigaron con odio y dolor que todos deben ser iguales a mí? La palabra fobia, que significa miedo no es apropiada para nosotros, sí, caballero, señorita, señorite, muchachón, varón, hembra, man, vieja o ninguno de estos, nosotros es decir, todos, somos culpables, aunque sea por indiferencia o por olvido. Creo que la palabra apropiada viene del griego misos, que significa odio y que nos representa muy bien.

Si el odio no fuera una representación clara de nuestra sociedad intolerante ¿Cómo explicarle al mundo lo que le pasó a Sara? O que elegimos a gobernantes que incitan al odio con cada discurso público, y sí señor gobernador de Antioquia y alcalde de Medellín, es con ustedes. Además, de la mención especial para la alcaldía de Bello y su equipo de comunicaciones, que se ha enfrascado en una discusión ontológica sobre cómo llamar a Sara, sobre su nombre legal y su identidad, como si eso fuera lo horrible y no que en su municipio, al frente de las narices de su propia incompetencia a una persona le rompieron sus brazos, sus piernas, la arrojaron a una quebrada crecida para morir mientras grababan su agonía. Si todos no estamos viendo que el problema es ese, apague y vámonos, todo progreso aquí será imposible.

Ya no es la trillada reflexión garciamarquiana sobre las segundas oportunidades sobre la tierra para las estirpes condenadas a cien años de soledad, sino que deberíamos estar planteando, y muy seriamente lo digo, si hay al menos una oportunidad para la vida en nuestra tierra porque la discusión sobre la vida, sobre la posibilidad de habitar sigue pendiente porque a nuestras autoridades mediocres y prejuiciosas les parece importante sentar una posición sobre si Sara era hombre, mujer, transgénero o transexual, cuando lo importante es lo que le hicieron a una persona con angustias, sueños, historia, familia, amigos, amores, odios, heridas, preocupaciones, afectos y alegrías, igual a como las tiene usted, igual a como las tengo yo ¿podremos entonces todos habitar en esta Antioquia intolerante?

Quiero dejar esta breve anotación: la esperanza de vida promedio de una persona transexual en Colombia es de 35 años y sus causas de muerte están generalmente relacionadas con violencia y explotación sexual. Para todos los demás, la esperanza de vida promedio es de poco más de 76 años, 46 años más sin razón que justifique esta desigualdad, esta injusticia, esta crueldad de negar con horror la posibilidad de la vida.

Juan Camilo Osorio Taborda

Abogado, especialista en derecho administrativo. Docente universitario, litigante y asesor.

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