
“La educación no puede ser un proceso pasivo ni mecánico, sino una herramienta de lucha y cambio”
En una región marcada por la desigualdad social y económica, la educación se erige como una herramienta fundamental para transformar la realidad de millones de latinoamericanos. Pero, ¿es suficiente con mantener un modelo educativo tradicional? El pensamiento revolucionario de Paulo Freire ha sido clave para responder a esta pregunta, reconfigurando la relación entre docente y estudiante, y promoviendo una pedagogía liberadora que sigue influyendo en el rumbo educativo de América Latina.
Antes de Freire, la educación en la región se caracterizaba por una visión autoritaria y mecánica, en la que los estudiantes eran considerados receptáculos pasivos de información. Este modelo, que Freire denominó “educación bancaria” (Pedagogía del Oprimido, Freire, 1970), consistía en que el maestro “depositaba” conocimientos en los alumnos, quienes los almacenaban sin cuestionamiento ni análisis crítico. Bajo este paradigma, se perpetuaban las estructuras de poder existentes y se restringía el desarrollo del pensamiento reflexivo.
La obra más influyente de Freire, Pedagogía del Oprimido (1970), planteó una concepción radicalmente diferente. En lugar de ver a los estudiantes como recipientes vacíos, Freire los consideraba sujetos activos del proceso de aprendizaje. Su propuesta central sostenía que la educación debe basarse en el diálogo, donde docentes y alumnos construyan juntos el conocimiento. Para Freire, la auténtica educación es un acto de liberación, pues permite a los oprimidos comprender las causas de su situación y actuar para transformarla.
La pedagogía freiriana fue adoptada en varios países de América Latina, especialmente en contextos de lucha social y política. En Brasil, su enfoque de alfabetización permitió que miles de adultos adquirieran habilidades básicas de lectura y escritura. La educación popular, centrada en la participación y la conciencia crítica, se convirtió en un pilar fundamental de diversos movimientos sociales en la región. Su impacto no se limitó a las aulas: exiliado durante la dictadura militar en Brasil, Freire llevó sus ideas a distintos países y contribuyó al desarrollo de programas de alfabetización en Chile durante el gobierno de Salvador Allende.
Hoy, más de cinco décadas después de la publicación de Pedagogía del Oprimido, sus ideas siguen siendo una herramienta esencial para abordar los desafíos educativos en nuestra región. La desigualdad persiste y los sistemas educativos continúan reproduciendo muchas de las estructuras de exclusión que Freire denunció. Aunque la tecnología y la globalización han transformado la manera en que aprendemos, la esencia de su pensamiento permanece vigente: la educación solo puede ser verdaderamente transformadora si fomenta el pensamiento crítico, la participación activa y el compromiso social.
Freire nos recordó que la educación nunca es neutral: perpetúa la opresión o contribuye a la emancipación. Hoy, docentes, estudiantes y ciudadanos debemos preguntarnos: ¿estamos educando para la liberación o para la obediencia? La pedagogía crítica sigue siendo un faro para quienes anhelan una América Latina más equitativa. Como el propio Freire afirmó “no hay docencia sin discencia”; no hay enseñanza sin aprendizaje, y no hay aprendizaje sin transformación (On Critical Pedagogy, Giroux, 2011).
Es momento de recuperar el legado freiriano con renovada energía y valentía. En una sociedad donde la información es abundante pero el pensamiento crítico es escaso, el desafío es formar ciudadanos capaces de analizar su realidad, cuestionar lo establecido y proponer alternativas para construir un mundo más justo. La educación no puede ser un proceso pasivo ni mecánico, sino una herramienta de lucha y cambio. Solo asumiendo nuestra responsabilidad como educadores y aprendices lograremos que la pedagogía crítica siga viva, inspirando a nuevas generaciones a transformar su presente y forjar un futuro más equitativo.
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