Resumen Económico de la Semana del 07 al 11 de abril de 2025

Resumen Ejecutivo

La semana estuvo marcada por el mayor giro arancelario en lo que va del año, tras el anuncio de un nuevo paquete de medidas comerciales por parte de EE.UU., que desató una reacción global con represalias desde China y Europa. Los mercados respondieron con alta volatilidad: el dólar cayó con fuerza, el oro alcanzó máximos históricos y las bolsas globales alternaron jornadas de desplome con rebotes técnicos. La inflación en EE.UU. sorprendió a la baja, pero la percepción de riesgo aumentó, afectando la renta fija y cambiando las expectativas sobre la política monetaria de la Fed.

En Europa, los datos de actividad y empleo mostraron resiliencia parcial, mientras se espera un recorte de tasas por parte del BCE. China mantuvo su postura firme, con una retórica de defensa del libre comercio y alianzas bilaterales estratégicas. Latinoamérica avanza en su normalización macroeconómica, pero enfrenta desafíos fiscales crecientes, especialmente en Brasil, Colombia y México. En el ámbito local, Colombia inició gestiones diplomáticas con Washington para evitar nuevos aranceles, mientras el déficit fiscal, el rezago inflacionario y la presión sobre el gas natural configuran un panorama interno complejo.

Los mercados globales siguen reacomodándose ante una globalización fragmentada, donde la política comercial redefine los flujos de capital, el crecimiento y la estabilidad. El detalle del comportamiento por regiones y activos clave lo encontrará en las secciones siguientes.

Columna Final | Opinión
Guerra comercial, poder y ruptura: el nuevo orden que se está gestando

En nuestra sección de cierre editorial, abordamos cómo la reciente ofensiva arancelaria de EE.UU. no es un episodio aislado, sino la manifestación de un cambio estructural en las reglas del juego global. El comercio deja de ser un espacio técnico para convertirse en una herramienta explícita de poder geopolítico. ¿Estamos ante el fin del multilateralismo o el inicio de una globalización más selectiva y asimétrica? La columna invita a entender por qué lo importante no es solo la jugada, sino quién está redibujando el tablero.

Estados Unidos

La semana estuvo marcada por una intensa volatilidad derivada de nuevos anuncios arancelarios por parte de la administración Trump, que reconfiguraron las expectativas del mercado global y pusieron nuevamente en el centro del debate los efectos de la política comercial como instrumento geopolítico. Aunque el anuncio de una suspensión parcial de aranceles trajo un breve alivio, el impacto general fue de tensión creciente, particularmente frente a China y Europa, cuyas respuestas comerciales escalaron la confrontación.

A nivel inflacionario, el mes de marzo sorprendió positivamente. El índice general registró una variación mensual de -0,1%, por debajo del +0,1% proyectado, mientras que la inflación núcleo —que excluye alimentos y energía— aumentó apenas un 0,1%, ubicándose en 2,8% anual, el nivel más bajo desde 2021. La moderación de precios estuvo explicada principalmente por la caída en los costos energéticos (–3,3% interanual), la estabilización en los bienes industriales y una desaceleración notable en servicios, particularmente en vivienda y transporte. Este comportamiento alivia parcialmente las presiones sobre la Reserva Federal, aunque los riesgos inflacionarios persisten —especialmente por la inminente entrada en vigor de los aranceles del 25% sobre automóviles, aluminio y otros bienes importados— que aún no se reflejan en las cifras actuales.

En paralelo, el mercado laboral ratificó su solidez. La economía generó 228.000 nuevos empleos en marzo, superando ampliamente los 140.000 esperados. Los sectores ligados al consumo —especialmente ocio, hostelería y comercio minorista— lideraron el dinamismo, mientras que el leve aumento en la tasa de desempleo (de 4,1% a 4,2%) se explicó por una mayor participación laboral. Los ingresos por hora crecieron un 0,3%, y las horas trabajadas se mantuvieron estables, lo que sugiere una base laboral sólida, aunque aún vulnerable a los impactos secundarios de la guerra comercial.

En el frente arancelario, la secuencia de anuncios generó una montaña rusa en los mercados. Europa, que inicialmente abogaba por aranceles cero, respondió con amenazas de gravar productos estadounidenses con tarifas del 25%. China, por su parte, endureció su postura: impuso aranceles del 125% sobre bienes estadounidenses, acumulando una tarifa total superior al 145% en productos estratégicos. Aunque a mitad de semana Trump anunció una suspensión temporal de los aranceles del 10% para todos los países —excepto China—, esta decisión fue seguida casi de inmediato por la confirmación de nuevos aranceles específicos contra el gigante asiático, lo que diluyó el impacto positivo inicial.

Los mercados reflejaron esta dualidad: tras un rally de más del 8% en los principales índices bursátiles el día del anuncio de suspensión parcial, volvió la cautela ante el endurecimiento posterior de la política comercial. El dólar retrocedió un 1%, mientras que los bonos del Tesoro registraron un movimiento atípico: las tasas de los títulos a 10 años subieron hasta el 4,5%, desafiando la lógica habitual de refugio en escenarios de incertidumbre. Parte de esta dinámica se explicó por ventas forzadas de posiciones apalancadas y una rotación hacia activos como el yen japonés, el franco suizo y el oro.

En el plano macroeconómico, los datos publicados fueron mixtos. El déficit comercial de febrero se ubicó en 122.700 millones de dólares, en línea con lo previsto. Los pedidos de fábrica crecieron un 0,6% y la inversión en construcción se mantuvo firme. Las ventas de vehículos aumentaron en marzo, anticipándose a los nuevos aranceles. No obstante, los indicadores adelantados evidenciaron señales de debilidad: el ISM manufacturero cayó a 49,0 puntos, con contracciones notables en empleo y nuevos pedidos, mientras que el ISM no manufacturero se moderó a 50,8. El índice de optimismo empresarial (NFIB) retrocedió a 97,4, reflejando un deterioro generalizado en las condiciones percibidas para hacer negocios.

Finalmente, el índice de precios al productor (IPP) sorprendió con una variación anual de 2,7%, por debajo del 3,3% esperado, lo que sugiere una moderación de costos en el corto plazo. Sin embargo, las expectativas inflacionarias de los consumidores aumentaron, con proyecciones a un año subiendo de 5% a 6,7%, según la Universidad de Michigan. Este aumento en las expectativas de precios refleja el temor de los hogares ante la escalada arancelaria y sus efectos sobre el poder adquisitivo.

En síntesis, la semana dejó una combinación de señales positivas en empleo e inflación, pero empañadas por un entorno de creciente incertidumbre comercial. La economía estadounidense, si bien aún resiliente, enfrenta un contexto más frágil, en el que los efectos secundarios de las medidas proteccionistas podrían manifestarse con mayor intensidad en el segundo trimestre del año.

Europa

En medio de un panorama global dominado por las tensiones comerciales, la actividad macroeconómica en Europa mantuvo un perfil discreto, aunque no por ello carente de señales relevantes. Los datos publicados durante la semana sugieren que la desinflación continúa avanzando con lentitud, mientras que los indicadores de actividad, aunque débiles, comienzan a mostrar cierta resiliencia en algunos países. En este contexto, los mercados financieros europeos transitaron por una semana volátil, influenciados tanto por los anuncios arancelarios de Estados Unidos como por la expectativa de una nueva reducción de tasas por parte del Banco Central Europeo.

Los datos de precios confirmaron la tendencia hacia una convergencia gradual con el objetivo del BCE. En marzo, el índice de precios al consumidor de la eurozona se moderó al 2,2% interanual, mientras que la inflación subyacente sorprendió ligeramente a la baja, ubicándose en 2,4%. Alemania también mostró una desaceleración importante, con una inflación armonizada que pasó del 2,6% al 2,3%, mientras que Italia fue la excepción al registrar una cifra de 2,1%, tres décimas por encima de lo esperado. Este conjunto de resultados refuerza la percepción de que las presiones inflacionarias están cediendo, en parte gracias a la desaceleración en servicios —una categoría típicamente inercial— y a la moderación de los precios energéticos.

En paralelo, el mercado laboral europeo sigue dando muestras de fortaleza. La tasa de desempleo en la eurozona cayó a un nuevo mínimo histórico del 6,1%, mientras que en España se registró un incremento de 161.500 afiliados a la Seguridad Social y una disminución del desempleo en 13.300 personas. Estos resultados refuerzan la idea de que, pese a la fragilidad en la demanda agregada, el tejido laboral aún conserva cierta solidez estructural.

En términos de actividad real, los datos fueron mixtos. Alemania sorprendió positivamente con un repunte del 0,8% en ventas minoristas durante febrero —por encima de lo proyectado—, mientras que Francia mostró un avance del 0,7% en su producción industrial, el mayor incremento mensual desde junio de 2024. Este último resultado fue impulsado por una recuperación del 1,4% en la producción manufacturera, lo que sugiere un cierre de invierno más vigoroso en la economía gala. En contraste, la industria española prolongó su fase de debilidad, con una caída del 1,9% interanual en producción industrial ajustada, afectada por la contracción en bienes de consumo y equipo, y apenas sostenida por cierta estabilidad en energía y bienes intermedios.

Las encuestas empresariales arrojaron señales algo más constructivas. El PMI manufacturero de la eurozona se revisó levemente a la baja hasta los 48,6 puntos —todavía en zona de contracción—, pero el PMI compuesto fue ajustado al alza hasta los 50,9, impulsado por mejoras en servicios, particularmente en Alemania y Francia. Sin embargo, la debilidad persistente en las cifras de Italia y España continúa limitando una recuperación sólida del sentimiento económico.

Frente a este panorama, el BCE se prepara para una nueva bajada de tasas en su reunión del 17 de abril, con una reducción esperada de 25 puntos básicos, que dejaría la tasa de depósitos en 2,25%. La expectativa de distensión monetaria está sustentada tanto en la moderación inflacionaria como en un entorno de actividad débil, cargado de riesgos exógenos. Los mercados asignan más del 90% de probabilidad a este recorte, aunque las comunicaciones del BCE probablemente evitarán comprometerse con futuras decisiones, en línea con su enfoque de dependencia de los datos. Con este movimiento, el ciclo de relajación monetaria iniciado en 2024 acumularía una reducción de 175 puntos básicos, y se proyecta que la tasa se sitúe hacia finales de año cerca del límite inferior del rango estimado del tipo neutral —alrededor del 1,75%, según cálculos del propio BCE.

No obstante, el entorno financiero europeo ha estado lejos de ser estable. Desde la última reunión del BCE en marzo, los mercados de renta variable acumulan pérdidas cercanas al 15%, el euro se apreció un 1,5% frente al dólar, y las rentabilidades de la deuda soberana han caído de forma generalizada. Los swaps de inflación también retrocedieron con fuerza, anticipando tasas anuales cercanas al 1,3% en los próximos doce meses. Esta dinámica refleja una narrativa en la que los inversionistas descuentan un enfriamiento significativo de la actividad, agravado por la guerra comercial y la posibilidad de una redirección masiva de productos asiáticos hacia Europa, lo que podría generar un efecto deflacionario adicional sobre la región.

En ese contexto, los mensajes del BCE seguirán siendo prudentes y balanceados. Aunque reconoce que su política es hoy “considerablemente menos restrictiva” —según el lenguaje del comunicado de marzo—, no se descarta la necesidad de recortes adicionales. El debate sobre el tipo de interés neutral ha quedado en pausa, dado que el escenario actual requiere flexibilidad y cautela. La institución centrará su estrategia en el análisis de riesgos, priorizando la estabilidad de precios y la reactivación de la economía real, en un entorno profundamente condicionado por decisiones exógenas.

En balance, Europa transita por un periodo de frágil estabilización, con inflación bajo control pero sin impulso sostenido en el crecimiento. La acción del BCE será clave no solo para anclar expectativas, sino también para proteger a la eurozona del impacto colateral de un conflicto comercial en expansión, cuyas consecuencias aún son difíciles de anticipar.

Asia

El panorama asiático durante la segunda semana de abril estuvo marcado por una combinación de señales macroeconómicas positivas y crecientes presiones geopolíticas derivadas del conflicto arancelario global. En particular, China mostró signos de consolidación en su recuperación económica, al tiempo que reforzó su posición diplomática frente a Europa en defensa del libre comercio, mientras que Japón, uno de los principales socios estratégicos de Estados Unidos, se ve cada vez más expuesto a las consecuencias de la nueva política arancelaria de Washington.

En términos de actividad, los PMI de marzo en China superaron las expectativas del mercado, confirmando una expansión más sólida tanto en el sector manufacturero como en servicios. El indicador manufacturero, elaborado por Caixin, se situó en 51,2 puntos —frente a los 50,6 esperados— mientras que el índice de servicios alcanzó los 51,9 puntos, marcando así una dinámica favorable de crecimiento en ambos frentes. Este comportamiento se produce en medio de un contexto interno todavía marcado por presiones deflacionarias, pero con mayor impulso en la demanda externa, posiblemente como reacción anticipada al nuevo entorno proteccionista.

En el plano diplomático, la visita oficial del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, a Beijing, consolidó un mensaje estratégico compartido con el presidente Xi Jinping: preservar la apertura comercial y rechazar el unilateralismo arancelario. Ambos mandatarios hicieron un llamado a reforzar el multilateralismo, reivindicando el papel de la Unión Europea como contrapeso estratégico ante la política exterior de Estados Unidos. Xi fue enfático al afirmar que “no hay ganador en una guerra arancelaria” —una declaración que refleja la firme intención de China de mantener su liderazgo en favor del libre comercio global y proteger sus intereses frente al bloqueo comercial estadounidense. Sánchez, por su parte, reiteró el compromiso de España y la UE con una relación constructiva con China, en defensa del sistema multilateral de reglas y de un orden económico internacional más equitativo.

Sin embargo, el discurso político contrasta con el impacto real que los aranceles ya están empezando a tener en la región. Japón —cuyo comercio exterior depende significativamente del mercado estadounidense— enfrenta un nuevo reto estructural. El presidente Donald Trump reiteró su oposición a la adquisición de U.S. Steel por parte de Nippon Steel, calificándola como una operación “difícil de aceptar”, pese a admitir que esta compañía japonesa podría convertirse en “un simple inversor”. Esta declaración se suma a la presión sobre el sector automotriz japonés, blanco directo de los aranceles del 25% que ahora podrían escalar hasta niveles del 34%, 50% o más en un entorno de represalias mutuas.

El gobierno japonés, por su parte, acogió con alivio la decisión de suspender temporalmente los aranceles del 10% para países distintos a China —una medida que deja a Japón bajo una tarifa base, evitando momentáneamente un mayor impacto sobre su sector exportador. No obstante, las autoridades de Tokio han alertado sobre la alta volatilidad financiera que este entorno está generando en los mercados domésticos, mientras que el Banco de Japón, el Ministerio de Finanzas y la Agencia de Servicios Financieros han reforzado su coordinación para contener los efectos colaterales.

En cuanto a los fundamentos comerciales, Japón cerró 2024 con un déficit comercial de 5,5 billones de yenes, aunque mantuvo un superávit bilateral de 8,6 billones con Estados Unidos. Las exportaciones crecieron un 6,2% y alcanzaron un récord histórico, impulsadas principalmente por el aumento en la demanda de equipos de fabricación de semiconductores y vehículos. Sin embargo, las importaciones también crecieron, presionadas por los altos precios energéticos, lo que dejó al país con un saldo comercial negativo por cuarto año consecutivo. Lo preocupante es que cerca del 20% de las exportaciones japonesas tienen como destino el mercado estadounidense —y alrededor de un tercio de ellas corresponden a la industria automotriz, el sector más vulnerable frente al nuevo arancel universal.

En síntesis, Asia vive un momento de contrastes. China avanza en su reactivación con señales de coordinación internacional más sólidas, al tiempo que mantiene su discurso firme frente a las medidas unilaterales de Estados Unidos. Japón, en cambio, enfrenta un deterioro paulatino en su balanza externa, una amenaza directa sobre su industria clave y una creciente exposición a la incertidumbre arancelaria global. La región, en su conjunto, se encuentra en una posición crítica, atrapada entre la reconfiguración de cadenas de valor, la presión inflacionaria global y la necesidad urgente de preservar una arquitectura comercial multilateral que hoy parece estar en riesgo.

Latinoamérica

La región continúa su proceso de normalización económica tras años marcados por choques exógenos —pandemia, presiones inflacionarias y tensiones políticas globales—, pero lo hace en medio de una creciente incertidumbre derivada del retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y la consecuente escalada arancelaria. Aunque algunas variables han empezado a estabilizarse, persisten retos importantes en materia fiscal, cambiaria y de confianza inversionista.

Durante los últimos meses de 2024, los mercados financieros latinoamericanos experimentaron episodios de presión: las monedas regionales se depreciaron con fuerza, las primas de riesgo se elevaron y los rendimientos de deuda soberana subieron considerablemente, reflejando el nerviosismo ante el nuevo enfoque proteccionista de Washington. Superado el primer trimestre de 2025, estas tensiones se han moderado parcialmente —pero no se han disipado— y la región mantiene una exposición significativa a factores externos.

En términos macroeconómicos, la inflación regional continúa su trayectoria descendente. Luego de los picos registrados en 2022 y 2023, los precios al consumidor han mostrado un comportamiento más benigno. Se espera que la mayoría de los países logre acercarse a sus metas inflacionarias entre 2025 y 2026. El crecimiento también mejora gradualmente: el PIB promedio regional se estima en 2,1% para este año y 2,2% para el próximo —niveles cercanos al promedio prepandemia y superiores al 1,8% registrado en 2024.

No obstante, las trayectorias de política monetaria difieren entre países, reflejando ritmos dispares de desinflación. Perú y Chile lideran el proceso de recortes, mientras que Colombia enfrenta un escenario más complejo por la persistencia inflacionaria y la presión sobre su balance fiscal. Brasil también se encuentra en una encrucijada: aunque ha logrado contener parcialmente la inflación, sus desafíos fiscales —agravados por una expansión del gasto— están generando tensiones en los mercados.

En el frente externo, la mayoría de países muestra balances relativamente estables o incluso superavitarios, como en el caso de Perú. Este desempeño es notablemente mejor al observado en los años previos a la pandemia. Sin embargo, las políticas comerciales de Estados Unidos —y su potencial distorsión de los flujos globales— representan un riesgo significativo para la región, especialmente en lo que respecta a comercio bilateral e inversiones extranjeras directas.

En contraste, el frente fiscal evidencia señales más preocupantes. Perú y Chile han anunciado el incumplimiento de sus metas fiscales, mientras que México mantiene un déficit elevado, aunque con programas de contención en marcha. Brasil y Colombia presentan los cuadros más delicados: sus cifras fiscales se han deteriorado con fuerza y superan ampliamente sus promedios históricos, generando presiones sobre el tipo de cambio y el costo de financiamiento del Estado.

En México, la moneda registró una depreciación del 0,78% frente al dólar, alcanzando un tipo de cambio de 20,43 pesos por dólar al cierre del 10 de abril. Esta reacción se atribuye al recrudecimiento del conflicto comercial, particularmente tras el aumento arancelario de Estados Unidos a China —que alcanzó una tarifa efectiva del 145%— y el temor de una recesión inducida. La Mezcla Mexicana de Exportación cayó un 2,6% hasta los 57,04 dólares por barril, acumulando una pérdida del 14,5% en lo que va del año y del 27,4% respecto a igual periodo de 2024.

Los mercados bursátiles mexicanos también reflejaron esta tensión: el S&P/BMV IPC perdió un 1,93% y el FTSE-BIVA cayó un 2,01%. En cuanto a la actividad industrial, los datos son mixtos. En marzo se produjeron 338.669 vehículos ligeros y se exportaron 296.964, lo que representa una caída del 6% en exportaciones frente al mismo periodo del año anterior. Estados Unidos sigue siendo el principal destino —concentrando el 83% de los envíos—, lo que refuerza la sensibilidad del sector ante las decisiones comerciales de la Casa Blanca.

En materia de precios, el Índice Nacional de Precios al Productor (INPP) aumentó un 7,29% interanual en marzo, reflejando presiones de costos especialmente en bienes intermedios. Por su parte, la inflación al consumidor se ubicó en 3,80% anual, con una variación mensual del 0,31%. La inflación subyacente mostró un avance de 0,43% en el mes, mientras que el componente no subyacente cayó un 0,08%, gracias a la moderación en tarifas reguladas y energéticos.

A nivel subnacional, la actividad industrial creció con fuerza en varios estados mexicanos en diciembre de 2024, destacándose Chiapas (+8,4%), Hidalgo (+7,7%) y Nayarit (+5,4%) en términos mensuales. A nivel anual, los mayores avances se concentraron en Oaxaca, Colima, Baja California Sur e Hidalgo, con aumentos notables tanto en minería como en construcción, manufacturas y generación eléctrica.

En conjunto, América Latina avanza hacia una estabilización cíclica, pero lo hace con fundamentos más frágiles y mayor exposición a choques externos. La resiliencia mostrada en algunos indicadores no garantiza un crecimiento sostenido si los gobiernos no logran preservar la confianza de los mercados y consolidar sus marcos fiscales. En este entorno, la credibilidad de la política económica y la capacidad de los líderes para gestionar las presiones externas será determinante para mantener el rumbo en medio de la turbulencia global.

Colombia

En un entorno internacional marcado por la intensificación de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, Colombia comenzó a desplegar gestiones diplomáticas para mitigar los efectos colaterales, particularmente en sectores estratégicos como el floricultor. La ministra de Comercio, Cielo Rusinque, envió una carta oficial a la administración Trump solicitando la exclusión de productos colombianos del nuevo arancel base del 10%, el cual ya comenzó a generar presiones sobre las exportaciones no minero-energéticas. Se espera la llegada de un delegado del Representante Comercial de EE.UU. a finales de abril, lo que podría abrir un espacio de negociación bilateral.

Mientras tanto, el país enfrenta un complejo panorama energético, centrado en el suministro de gas natural. Durante el Congreso de Naturgas, el presidente de Ecopetrol, Ricardo Roa Barragán, afirmó que Colombia deberá acostumbrarse a precios más altos del gas hasta al menos 2030. Según Roa, en 2024 Ecopetrol fue responsable del 66% de la producción nacional y del 94% del abastecimiento —excluyendo demanda térmica—, lo que refleja una alarmante concentración de la oferta en manos de un solo actor estatal. El directivo cuestionó la falta de resultados de otras compañías del sector, señalando una retirada progresiva de estas desde 2012.

En este contexto, el Gobierno anunció su intención de estructurar contratos de importación de gas a largo plazo, con el fin de reducir tarifas y ampliar la oferta. El ministro de Minas y Energía, Edwin Palma, reveló que ya se evalúan ocho propuestas, tres de las cuales involucran directamente a Ecopetrol, incluyendo nuevas iniciativas en Coveñas, Ballenas y Buenaventura. No obstante, la presidenta de Naturgas, Luz Stella Murgas, advirtió que el país enfrenta un déficit creciente. Actualmente, el 4% de la demanda se cubre con importaciones, pero esa cifra llegará al 6,5% en septiembre y superará el 10% en 2026. Si no se reactiva la exploración y se moderniza la infraestructura, Colombia podría perder su autosuficiencia gasífera antes de 2031.

A la fragilidad energética se suma un deterioro fiscal significativo. Según un reciente informe de Moody’s, el déficit fiscal de 2024 fue del 6,8% del PIB, muy por encima del 5,6% estimado por el Marco Fiscal de Mediano Plazo. La recaudación tributaria cayó a 71,2 billones de pesos —equivalente al 4,2% del PIB— debido a una desaceleración económica, la caída de los precios de los commodities y decisiones judiciales que recortaron la base gravable, especialmente en el sector extractivo. Como resultado, la relación deuda/PIB aumentó al 60%, y el servicio de la deuda pasó a representar el 16% de los ingresos fiscales —un nivel que supera el promedio de países con calificación similar.

Este deterioro es corroborado por cifras del DANE, que indican que el endeudamiento del Gobierno en 2024 fue de $90,5 billones, casi el doble que en 2023, y muy cercano al pico registrado durante la pandemia.

El Observatorio Fiscal de la Universidad Javeriana advirtió que el país se acerca a un nivel de endeudamiento potencialmente insostenible. Con una deuda neta del 60% del PIB —y proyecciones del Ministerio de Hacienda que apuntan al 60,6% en 2025—, Colombia se aleja del umbral prudente del 55% y se aproxima peligrosamente al techo del 70%, donde las finanzas públicas podrían perder su capacidad de respuesta ante nuevos shocks económicos.

En lo monetario, la inflación mostró finalmente un giro moderado. En marzo, el IPC se ubicó en 5,09%, por debajo de las expectativas, tras cuatro meses consecutivos en que la inflación anual se estancó en torno al 5,2%. Aunque este resultado otorga cierto margen al Banco de la República, la autoridad monetaria decidió mantener su tasa de intervención en 9,50%, reflejando una postura de cautela frente a la incertidumbre fiscal y la volatilidad financiera externa. La inflación subyacente sigue mostrando inercia, presionada por los efectos del alza del salario mínimo, los precios de servicios públicos y los alimentos.

En este escenario, el Grupo Bancolombia advirtió que la sostenibilidad del crecimiento dependerá de una corrección fiscal creíble, dado que el dinamismo económico reciente se ha apoyado excesivamente en el gasto público. A pesar de esto, la entidad mantiene una proyección de crecimiento del PIB del 2,7% para el primer trimestre de 2025 —superior al consenso del mercado, que prevé un 2,4%— aunque aclara que la senda de recuperación podría ser más frágil de lo estimado si no se resuelven los desequilibrios estructurales.

En síntesis, Colombia enfrenta una doble encrucijada: una negociación internacional clave con Estados Unidos para proteger sectores estratégicos como las flores, y un reto interno urgente para contener el deterioro de las finanzas públicas y garantizar la autosuficiencia energética en el mediano plazo. El segundo trimestre será crucial para evaluar la capacidad del Gobierno de ejecutar políticas que recuperen la confianza de los mercados, estabilicen la macroeconomía y protejan el tejido social en un entorno de creciente complejidad global.

 

Cierre Global | Una semana que redefine el tablero del comercio mundial

La reciente ofensiva arancelaria impulsada por la administración Trump ha sacudido con fuerza las bases del comercio internacional. La imposición de un arancel universal del 10%, acompañado de recargos recíprocos de hasta el 50% contra 57 países, no solo representa un giro agresivo en la política comercial estadounidense, sino que constituye un desafío frontal al orden global construido en torno a la apertura y la multilateralidad. Más que una simple medida económica, se trata de una apuesta estratégica que reconfigura —desde el poder— la relación de Estados Unidos con sus socios y adversarios.

Sin embargo, sería un error interpretar esta ofensiva como definitiva. El diseño maximalista del nuevo paquete arancelario parece responder más a una lógica de negociación por presión que a una intención de aislamiento permanente. Bajo esta lectura, los movimientos actuales configuran el primer acto de una estrategia cuyo verdadero objetivo sería la renegociación de relaciones bilaterales en condiciones más favorables para EE.UU. —no la ruptura del sistema en su totalidad.

El impacto económico de esta decisión se proyecta sobre dos canales clave: la desaceleración de la actividad económica, por el encarecimiento de bienes importados que afecta tanto al consumo como a la inversión, y el repunte inflacionario, que en Estados Unidos se manifiesta con mayor claridad, dado el delicado proceso de desinflación que venía registrando en meses anteriores. A esto se suma una dosis elevada de incertidumbre global, que paraliza decisiones de inversión, distorsiona expectativas y exacerba la volatilidad financiera.

En el escenario más probable —aunque no exento de riesgos— se prevé una moderación del conflicto: las tensiones comerciales no desaparecen, pero se canalizan mediante negociaciones bilaterales, en las que algunos países podrían lograr exenciones o tratos preferenciales. La globalización no colapsa, pero se fragmenta. En este entorno, las economías más dependientes del comercio exterior —como Alemania, México o China— sufrirán más, mientras que las autoridades monetarias, particularmente en Europa, dispondrán de margen para responder mediante estímulos. Los mercados, aunque volátiles, encontrarán espacios de adaptación parcial.

Un escenario más adverso contemplaría una prolongación e intensificación del conflicto, con represalias ampliadas desde Europa, una reacción más agresiva de China —que podría recurrir a dumping o a herramientas financieras no convencionales— y una fractura de las cadenas de valor globales. Bajo este supuesto, la economía global se ralentizaría con mayor fuerza, la inflación se mantendría alta en un contexto de demanda debilitada, y los bancos centrales quedarían atrapados entre presiones contradictorias. Los mercados reaccionarían con correcciones severas y una búsqueda intensa de refugio.

No obstante, este escenario más extremo se considera de baja probabilidad, dada su alta inviabilidad política y su costo económico interno incluso para el propio Estados Unidos. La historia reciente sugiere que este tipo de conflictos, tras una fase de alta tensión, termina por transitar hacia la mesa de negociación —aunque bajo nuevas reglas.

Finalmente, en un desenlace más optimista, el paquete arancelario se leería como un movimiento táctico, orientado a fortalecer la imagen de firmeza de la Casa Blanca, pero sujeto a una rápida desescalada negociada. La globalización no regresaría a su forma anterior, pero encontraría un nuevo equilibrio: más selectivo, más politizado, pero funcional. En ese entorno, los bancos centrales retomarían sus estrategias de normalización monetaria, la inflación cedería con mayor fluidez, y los mercados recompensarían a sectores resilientes como energía, infraestructura y manufactura estratégica.

En todo caso, la exposición global a este nuevo conflicto es profundamente asimétrica. Estados Unidos parte desde una posición de fuerza, pero también enfrenta riesgos internos significativos si la inflación se reactiva o si las represalias afectan sectores como la tecnología o el agro. Europa, altamente expuesta, enfrenta limitaciones estructurales para responder con agilidad. China dispone de herramientas fiscales y monetarias, pero arrastra desequilibrios que estrechan su margen de acción. América Latina, aunque menos involucrada directamente, enfrenta un impacto indirecto a través de la caída de los precios de materias primas, la mayor volatilidad financiera y la posible interrupción de cadenas de suministro.

Como conclusión de una semana histórica, la globalización no ha muerto, pero ha cambiado de rostro. El comercio internacional deja de ser una esfera técnica para convertirse en un instrumento de poder geopolítico. Las reglas del juego están en proceso de renegociación —y lo único claro es que la incertidumbre ha llegado para quedarse. El reto ahora no es evitar el cambio, sino gestionar su velocidad, su profundidad y sus efectos colaterales, en un mundo donde el riesgo se ha vuelto parte estructural del nuevo orden económico.

Renta Variable

La renta variable global vivió esta semana uno de sus episodios más disruptivos desde los meses más críticos de la pandemia. La inesperada contundencia del paquete arancelario anunciado por la administración Trump —con un arancel base del 10% y recargos adicionales que escalan hasta el 50%— provocó una reacción en cadena que sacudió los cimientos del mercado bursátil. Lo que inicialmente fue interpretado como una medida negociadora terminó activando un reposicionamiento masivo de portafolios y una revisión drástica del escenario macroeconómico global, alterando expectativas de beneficios y exponiendo la vulnerabilidad del marco actual de política económica.

En Estados Unidos, el S&P 500 registró pérdidas superiores al 11% en tan solo dos sesiones, borrando más de 5,4 billones de dólares en capitalización bursátil —el ajuste más severo desde marzo de 2020. El Nasdaq 100 ingresó oficialmente en territorio bajista, acumulando una caída superior al 20% desde sus máximos de febrero. La presión vendedora fue transversal: todos los sectores del S&P cerraron en rojo, con caídas especialmente agudas en grandes tecnológicas como Nvidia, Apple y Tesla, cuyos retrocesos oscilaron entre el 7% y el 10%. Incluso los valores de pequeña capitalización —tradicionalmente vistos como beneficiarios de entornos proteccionistas— no lograron resistir la aversión generalizada al riesgo.

Pese a este desplome inicial, hacia el cierre de la semana se observó un rebote técnico —impulsado por la pausa parcial de aranceles y un alivio temporal en los mercados de deuda— que permitió a los principales índices estadounidenses cerrar con balance positivo: el S&P 500 subió 5,7% y finalizó en 5.363,36 puntos, el Dow Jones avanzó 5% hasta 40.212,71y el Nasdaq repuntó 7,3%, ubicándose en 16.724,46. Este giro refleja tanto la extrema volatilidad como la alta sensibilidad del mercado a cualquier señal de desescalada comercial.

En paralelo, los mensajes contradictorios desde Washington —con Trump presionando públicamente a la Reserva Federal para que recorte tipos de interés de forma inmediata— generaron confusión adicional. Jerome Powell, presidente de la Fed, advirtió que los aranceles podrían generar presiones inflacionarias persistentes, reduciendo así el margen para responder con contundencia ante una eventual desaceleración. Esta tensión entre política fiscal agresiva y política monetaria prudente alimentó aún más la incertidumbre, dejando al banco central atrapado entre una inflación potencialmente reactivada y un crecimiento que empieza a mostrar signos de fatiga.

En Europa, el panorama no fue más alentador. El Stoxx 600 cayó un 5,1% en la sesión del viernes, acumulando su peor semana desde el estallido de la pandemia. El sector bancario lideró las pérdidas, con un retroceso del 10% en el índice sectorial europeo, y el FTSE MIB de Italia se desplomó 6,5%, reflejando el riesgo que representan las nuevas condiciones comerciales para la estabilidad financiera del bloque. La respuesta de China —con aranceles del 34% sobre productos estadounidenses— elevó los temores a una espiral de represalias, mientras los flujos se desplazaban hacia activos defensivos, alejándose de sectores cíclicos e industriales.

Asia replicó la debilidad global. En Japón, el Nikkei perdió 2,75% el viernes y acumuló una caída semanal del 9%, afectado por su exposición al comercio internacional y a los sectores tecnológicos. Los mercados emergentes mostraron un comportamiento más heterogéneo. Mientras Latinoamérica sufrió un retroceso del 6%, arrastrada por la caída de materias primas, algunos mercados asiáticos lograron mostrar mayor resistencia, beneficiándose de expectativas de trato diferenciado por parte de EE.UU.

En Colombia, la renta variable no fue ajena a la turbulencia global. El COLCAP cerró la semana en 1.562 puntos con una caída del 3,6%, impulsada principalmente por el retroceso del 6,4% en la acción ordinaria de Bancolombia y del 6% en su acción preferencial. No obstante, hacia el final de la semana el índice logró un leve rebote técnico del 0,94%, apoyado por la estabilización del crudo y una reducción de la presión vendedora extranjera. Además, avanzó la OPA de Coltejer, alcanzando el 20,54% de los títulos máximos a comprar, lo que aportó algo de dinamismo al mercado local.

En conjunto, la renta variable global se enfrenta no solo a una corrección de precios, sino a una redefinición del paradigma bajo el cual ha operado durante décadas. El nuevo proteccionismo ha dejado de ser una amenaza latente para convertirse en una política activa, cuyas consecuencias —económicas, políticas y financieras— aún están lejos de cuantificarse plenamente. El mercado ya no teme a una recesión accidental. Ahora teme a una recesión deliberada, provocada por decisiones de política económica que nacen desde el propio centro del poder. Y en ese entorno, la volatilidad seguirá siendo el lenguaje dominante.

Renta Fija

Los mercados de deuda global vivieron una semana de tensiones excepcionales, reflejando con nitidez la aversión al riesgo generada por el nuevo giro arancelario de la administración Trump. La renta fija, tradicionalmente considerada refugio ante episodios de incertidumbre, respondió esta vez con movimientos mixtos y, en algunos casos, contradictorios —marcando una disociación entre los fundamentos macroeconómicos y las reacciones del mercado.

En Colombia, la curva soberana se vio fuertemente afectada por una combinación de factores externos e internos. La imposición de un arancel base del 10% por parte de EE.UU., sumada a la apreciación del dólar (+4,17%) y al desplome del petróleo Brent por debajo de los 60 dólares por barril, provocaron una desvalorización generalizada de los TES Tasa Fija. Las mayores alzas en rendimientos se observaron en los tramos largos, como los TES mayo 2042 (+46,4 pbs), septiembre 2036 (+41,0 pbs) y junio 2032 (+35,7 pbs). A pesar de que la inflación de marzo se ubicó en 5,09% —por debajo del consenso del mercado—, la pérdida de confianza inversionista fue más fuerte que el alivio inflacionario.

El mercado de UVR tampoco estuvo exento de correcciones. El TES julio 2025 registró una desvalorización abrupta de +357,3 pbs, un movimiento que podría estar asociado tanto a rebalanceos técnicos como a expectativas inflacionarias mal ancladas. Otros vencimientos, como marzo 2027, también reflejaron deterioro (+32,0 pbs). Aunque el tramo corto presentó cierta resiliencia —con el TES 2026 bajando 18,8 pbs—, la tendencia general fue de ampliación en los spreads y deterioro de los precios, lo que se suma al incremento del riesgo fiscal local y a un entorno de volatilidad global.

En paralelo, el Ministerio de Hacienda adjudicó más de COP $2 billones en TES mediante operaciones convenidas, elevando el uso del cupo de colocación directa al 73,5%. Las referencias más demandadas fueron los TES COP con vencimientos en 2036, 2046 y 2050, y los TES UVR con vencimientos en 2035, 2037 y 2049 —indicando una preferencia por instrumentos de cobertura ante posibles repuntes inflacionarios o deterioros del tipo de cambio.

En el escenario internacional, los movimientos en los bonos del Tesoro de EE.UU. reflejaron una fuerte presión vendedora en la parte corta de la curva, provocando un aplanamiento técnico significativo. Los rendimientos del bono a 2 años subieron 30,8 pbs, los del bono a 10 años aumentaron 49,5 pbs y los del bono a 30 años escalaron 46,1 pbs, antes de retroceder parcialmente hacia el cierre semanal. La tasa del bono a 10 años terminó en 4,48%, tras tocar máximos de más de un año, mientras que las expectativas de recortes de tasas por parte de la Reserva Federal se moderaron —el mercado ahora descuenta 77 pbs en recortes para 2025, frente a los 86 pbs anticipados apenas un día antes.

Este comportamiento encierra una paradoja: los aranceles tienden a ser inflacionarios por definición, pero el mercado está comenzando a descontar un escenario de enfriamiento económico que justificaría un alivio monetario más temprano. Este sesgo responde tanto a datos de actividad más débiles, como los ISM por debajo del umbral de expansión, como a la creciente percepción de riesgo sistémico en el marco de una política comercial impredecible.

En Europa, el comportamiento fue más fragmentado. Alemania continuó operando como activo refugio, con una sólida demanda en todos los tramos de su curva soberana. El rendimiento del bund a 10 años cayó hasta 2,58%, revirtiendo casi por completo el repunte observado en marzo tras la suspensión del freno constitucional a la deuda. En cambio, el Reino Unido registró alzas en los tramos cortos: el gilt a 2 años subió 14 pbs hasta 4,04%, en respuesta a un dato de crecimiento más robusto de lo esperado. En la periferia, especialmente en Italia, se observaron repuntes de primas de riesgo —el mercado empieza a reintroducir diferenciaciones entre emisores soberanos, en función de su vulnerabilidad fiscal y exposición al comercio global.

En términos semanales, los bonos soberanos europeos cerraron con una subida de precios cercana al 1%, mientras que el crédito corporativo mostró una evolución dispar. El segmento de alto rendimiento (“high yield”) fue el más afectado, con una caída del 1%, reflejando el aumento de los diferenciales y la menor tolerancia al riesgo de crédito en este nuevo entorno.

En suma, la renta fija ha vuelto a actuar como el primer termómetro de una tormenta financiera con raíz política. No obstante, el dilema para los bancos centrales es ahora más complejo: sostener la actividad sin desanclar expectativas de inflación, en un entorno donde los movimientos de política económica no responden a variables tradicionales, sino a impulsos geopolíticos de difícil modelación. En este contexto, la gestión activa del riesgo de duración, de crédito y de liquidez volverá a ser clave para los inversionistas institucionales.

Divisas

El mercado cambiario global registró esta semana movimientos significativos que reflejan una reconfiguración de expectativas sobre la política monetaria, la percepción de riesgo y el posicionamiento geopolítico de los grandes bloques económicos. La principal novedad fue la abrupta pérdida de valor del dólar estadounidense —el índice DXY cayó 3,1%— en un contexto de creciente incertidumbre derivado de la guerra arancelaria, el deterioro del sentimiento del consumidor en EE.UU. y el aumento de los rendimientos en los bonos del Tesoro, asociados a preocupaciones fiscales más profundas.

Este debilitamiento —que llevó al DXY por debajo del nivel de 99,2, el más bajo en casi tres años— responde a una pérdida de confianza del mercado en la consistencia de la política económica de Washington. En lugar de actuar como activo refugio, como en otros episodios de tensión, el dólar fue penalizado por una combinación de factores: el repunte de expectativas inflacionarias, el temor a una recesión inducida por decisiones deliberadas desde la Casa Blanca, y una mayor aversión a la exposición en activos denominados en dólares.

Frente a este repliegue, otras monedas ganaron terreno con fuerza. El franco suizo se apreció un 5,3% y el yen japonés un 2,3%, validando su estatus de refugios clásicos ante episodios de alta volatilidad. El euro también mostró un desempeño sólido (+3,6%), impulsado por el retroceso de los rendimientos estadounidenses y por una compresión del diferencial frente a Alemania. La moneda común superó la barrera de los 1,14 dólares por primera vez desde enero de 2022, en lo que empieza a configurarse como un desplazamiento estructural de capitales hacia activos europeos, a medida que el discurso proteccionista de EE.UU. debilita su liderazgo financiero internacional.

En otras divisas desarrolladas, el dólar australiano avanzó un 4,1%, reflejando una mayor búsqueda de rendimiento en mercados con fundamentos más sólidos y exposición selectiva al comercio asiático. La libra esterlina, por su parte, ganó un 1,6%, impulsada por un entorno de menor aversión al riesgo tras la decisión del Banco de Inglaterra de mantener su postura acomodaticia.

Entre las economías emergentes, la dinámica fue heterogénea. El peso chileno (+0,7%) y el peso mexicano (+0,6%) se apreciaron ligeramente, beneficiándose de cierto alivio en las tensiones comerciales y del rebote técnico del crudo. En contraste, el real brasileño (-0,4%) y el sol peruano (-1,3%) se debilitaron por factores fiscales domésticos y salidas de capital. El peso colombiano mostró una depreciación marginal del 0,1% en la semana, aunque cerró el viernes con una apreciación diaria superior al 1%. La estabilidad relativa de los precios del petróleo y un leve repunte en la confianza inversionista contribuyeron a este comportamiento.

La depreciación del dólar ha sido una de las anomalías más llamativas del episodio arancelario actual. En principio, un entorno proteccionista —acompañado de menor déficit por cuenta corriente— debería favorecer a la divisa estadounidense. No obstante, el mercado ha priorizado el impacto negativo sobre el crecimiento y el temor a una Fed más cauta, lo que ha debilitado la moneda en lugar de fortalecerla. Esta reacción sugiere un cambio en la narrativa de fondo: el dólar ya no es visto como el refugio automático en contextos de disrupción global, sino como una variable sujeta a la credibilidad de su política interna.

En resumen, el mercado cambiario ha comenzado a ajustarse a una nueva realidad geopolítica. Las monedas de refugio recuperan protagonismo, el euro se fortalece como alternativa frente al dólar, y los emergentes responden con volatilidad según sus fundamentos y su grado de exposición al comercio internacional. En este nuevo tablero, la política arancelaria deja de ser un ruido temporal y se convierte en una variable estructural que redefine la arquitectura financiera global.

Commodities

Las materias primas no quedaron al margen de la tormenta financiera y geopolítica que definió la semana. El petróleo, epicentro de múltiples sensibilidades económicas y geoestratégicas, extendió su racha bajista, acumulando un retroceso semanal de -0,8% en la referencia WTI y -1,2% en el Brent, que cerraron en USD 61,5 y USD 64,77 por barril, respectivamente. Aunque los niveles aún no representan mínimos históricos, el comportamiento del mercado energético empieza a reflejar una conjunción de factores adversos que, en conjunto, apuntan a un deterioro de la demanda proyectada y a una sobreoferta potencial.

El endurecimiento de la política comercial entre Estados Unidos y China —con aranceles recíprocos que alcanzan hasta el 145% y 125% respectivamente— ha alimentado el temor a una desaceleración global sincronizada, lo que ha golpeado con fuerza las expectativas de consumo energético a mediano plazo. A esto se suma la reciente decisión de la OPEP+ de incrementar la producción en 411.000 barriles diarios a partir de mayo, así como la revisión a la baja en las proyecciones de la Agencia Internacional de Energía (AIE), que advierte una demanda más débil en China y América del Norte. Aunque también incidieron factores geopolíticos como la posibilidad de nuevas restricciones a las exportaciones de crudo iraní y la caída del número de plataformas activas en EE.UU. —la más significativa desde junio de 2023— el balance general para la semana fue de mayor presión bajista. La Administración de Información Energética (EIA) aún proyecta una producción récord de 13,5 millones de barriles diarios en EE.UU. para 2025, aunque ya revisó sus estimaciones a la baja en línea con el nuevo panorama comercial global.

Los metales industriales reflejaron con mayor crudeza la sensibilidad del mercado al deterioro de las expectativas de inversión. La corrección semanal superó el 18% en algunos contratos, acumulando una caída del 30% en los últimos doce meses. Esta dinámica se explica por el impacto de la guerra arancelaria sobre sectores intensivos en demanda de cobre, aluminio y otros insumos estratégicos —como manufactura, infraestructura y construcción— en economías clave como China, Alemania y Estados Unidos. La caída fue indiscriminada, afectando incluso a metales vinculados a la transición energética, que hasta hace unas semanas eran percibidos como apuestas defensivas dentro del nuevo ciclo industrial verde.

En contraste, los metales preciosos recuperaron protagonismo como refugio ante la creciente aversión al riesgo. El oro se valorizó un 6,6% y cerró la semana en USD 3.238 por onza, impulsado tanto por la depreciación del dólar como por la huida de capitales desde activos de riesgo. La plata subió 9,2%, hasta USD 32,3 por onza, beneficiándose del mismo entorno, aunque con mayor volatilidad. A pesar de que el oro ya acumula más de un 15% de valorización en lo que va del año y más de un 30% en los últimos doce meses, su comportamiento en esta ocasión fue más moderado que en crisis previas, posiblemente por la coexistencia de presiones inflacionarias y riesgos de recesión que complican su lectura como cobertura pura.

El cobre, por su parte, logró cerrar con una variación semanal positiva del 2,7%, alcanzando los USD 452,3, beneficiándose parcialmente de las expectativas de ajuste en la oferta y de una mejora marginal en los indicadores adelantados de actividad en Asia. No obstante, su sostenibilidad dependerá del desenlace de las negociaciones comerciales y de la capacidad de las principales economías para evitar un ciclo contractivo prolongado.

En conjunto, el mercado de materias primas sigue reflejando una alta sensibilidad a los choques exógenos y a los riesgos de fragmentación económica global. La narrativa ha cambiado: ya no se trata solo de precios en función de oferta y demanda, sino de expectativas geopolíticas, decisiones unilaterales y cambios en la estructura misma del comercio internacional. En este entorno, la gestión de coberturas, la lectura del riesgo regulatorio y el monitoreo del reposicionamiento estratégico de grandes consumidores como China, India o la Unión Europea, serán determinantes para anticipar el nuevo equilibrio de precios en el mediano plazo.

Columna Final | Opinión

Guerra comercial, poder y ruptura: el nuevo orden que se está gestando

La historia no siempre se mueve en línea recta, y esta semana lo confirmó. Lo que parecía un ajuste técnico en la política comercial de Estados Unidos terminó revelándose como una ofensiva estratégica de gran escala, con capacidad no solo de alterar los equilibrios económicos globales, sino de redibujar los fundamentos mismos de la globalización.

Los nuevos aranceles anunciados por la administración Trump —presentados bajo la retórica de la “reciprocidad”— no son solo una herramienta táctica de presión negociadora. Son, sobre todo, una declaración de principios: el comercio internacional ya no será el resultado de consensos multilaterales, sino de relaciones de fuerza bilaterales, asimétricas y altamente personalizadas. La diplomacia cede espacio al cálculo transaccional, y el multilateralismo es sustituido por un realismo económico sin anestesia.

Desde esa óptica, la geopolítica y la economía dejan de ser esferas separadas. El comercio se convierte en extensión de la política exterior, y los flujos de inversión, en instrumentos de influencia estratégica. La narrativa que sostenía el orden económico posterior a Bretton Woods —basado en reglas, apertura progresiva y cooperación regulada— entra en su fase crepuscular.

Pero no estamos ante el fin de la globalización. Lo que emerge es una globalización más tensa, más selectiva y más ideológica, donde las cadenas de valor se reconfiguran no por eficiencia, sino por afinidad geopolítica. Las empresas no deslocalizan por costo, sino por seguridad estratégica. Los países no comercian por complementariedad, sino por alineamiento. Y en ese nuevo mapa, la frontera entre política industrial y política exterior se difumina peligrosamente.

Paradójicamente, este giro proteccionista no viene de economías emergentes ni de potencias rezagadas. Proviene del corazón del sistema que lo diseñó. Estados Unidos ha optado por replegarse en una doctrina de poder comercial, que privilegia el impacto inmediato sobre la estabilidad de largo plazo. El mensaje de fondo es claro: la apertura no es un valor en sí mismo; es una herramienta que se activa o se suspende según convenga.

Los efectos ya se sienten. Europa se ve obligada a reaccionar en un momento de debilidad interna; China, aunque desafiante, no puede ocultar sus propias vulnerabilidades estructurales; y América Latina observa con creciente ansiedad cómo se desdibujan los marcos que antes le daban previsibilidad a su inserción global. En todos los frentes, lo que se impone es la lógica del desacoplamiento: un mundo menos integrado, más polarizado y más proclive a las disrupciones sistémicas.

Desde esta perspectiva, los aranceles no son el problema. Son el síntoma de una ruptura más profunda. Una ruptura donde las reglas pierden fuerza, los pactos se vuelven revisables y los incentivos a cooperar se debilitan. Y en ese vacío normativo, lo que cuenta no es quién tiene la razón, sino quién tiene más poder de negociación.

Lo relevante ahora no es si la guerra comercial se resolverá pronto —probablemente sí, al menos en su forma más cruda—. Lo relevante es que la manera en que se resuelva sentará un precedente duradero. Si la presión unilateral se impone, otros seguirán el mismo camino. Si la respuesta es fragmentada, se perderá la oportunidad de defender el orden multilateral. Y si, en cambio, se logra imponer un nuevo equilibrio con mínimos comunes, quizás haya espacio para una globalización más realista, pero aún funcional.

La pregunta no es si el orden global está cambiando. Es quién sabrá adaptarse mejor a esa nueva normalidad sin reglas fijas. Y en esa partida —como en el ajedrez— lo que importa no es solo la apertura, sino cómo se juega el medio juego.

Nota del Autor:

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Enrique Ariza

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