Para Jung, el I Ching no era un simple método de adivinación, sino un espejo del inconsciente colectivo
Cerré el libro, me despedí de Mauro y caminé como si hubiese escapado de una casa embrujada
I Ching ofrece una estructura de significado que ayuda a comprender situaciones desde múltiples ángulos. Su consulta es un acto de rendición al azar, una invitación a aceptar lo desconocido
I Ching, más que un oráculo
El porvenir es tan irrevocable
Como el rígido ayer.
Jorge Luis Borges
El I Ching, el libro de las mutaciones, data de hace unos 3 mil años, en la China ancestral, en un tiempo en que los chamanes interpretaban los signos del cielo para guiar a sus pueblos. Se hacían sacrificios y preguntas a los antepasados en tiempos de guerra o incertidumbre. En este contexto, era un medio de comunicación con fuerzas invisibles que guiaban el destino.
Luego, el I Ching evolucionó a una concepción filosófica más abstracta, influenciada por el taoísmo y el confucianismo. Más que responder a preguntas inmediatas, ofrecía un marco de comprensión sobre la naturaleza del cambio y el equilibrio de las fuerzas cósmicas. Hasta ser un mapa del universo y una herramienta de introspección psicológica para el consultante.
El I Ching, en esencia, se basa en la interacción del yin y el yang, los dos principios fundamentales del universo. Yang es luz, calor, actividad y expansión, mientras que yin es receptividad, forma y contención. Porque la realidad es un juego dinámico entre estas dos energías. Este equilibrio se representa en los trigramas, combinaciones de líneas continuas (yang) y quebradas (yin) que forman un sistema de 64 hexagramas. Estos hexagramas son interpretados según el contexto y la consulta del individuo.
Ahora, mientras escribo este artículo, después de 15 años de consultar el I Ching, me atrevo a decir (con el temor de siempre) que tengo un diálogo con él. Incluso, mi última novela publicada “El hombre gallo”, se escribió bajo el principio del yin y el yang. Partiendo de que el yang es la fuerza salvaje que mueve todo lo vivo y el yin es la forma que lo contiene. Pero volvamos al inicio, cuando conocí el libro:
En el 2010, en la Biblioteca de Girardota, que quedaba en lo que hoy es la Escuela de Música, un amigo me presentó el I Ching, la versión de Richard Wilhelm. En ese momento de mi vida tenía varios enredos de faldas y estaba inquieto y ansioso. Mauricio me pasó el libro. Miré el mamotreto, lo abrí al azar y me encontré con la siguiente sentencia: “La rectitud concuerda con la luz del cielo”. Aquello me perturbó más. Así que lo cerré. Volví a pasar páginas, puse el dedo índice en cualquier parte y salió: “Inocencia” Arrugué el ceño porque esa palabra estaba tan cargada de sentido, con tanto imago (imagen mágica) que no puede dejar de leer con temblor lo siguiente: “Si alguien no es recto, tiene desgracia, y no es propicio emprender cosa alguna. ¿Si se ha acabado la inocencia a dónde querrá llegar uno entonces? Si a uno no lo protege la voluntad del cielo, ¿podrá entonces hacer alguna cosa?”.
Cerré el libro, me despedí de Mauro y caminé como si hubiese escapado de una casa embrujada. Porque, si lo pensaba mejor, era como si yo mismo (a través del libro) me dijese esas palabras. Y mi voz interior, que siempre había sido como una ametralladora, por un periodo corto, la sentí como un palpito en el cuerpo. Y me obsesioné. Lo estudié, en la medida de mis posibilidades.
Uso del libro
Originalmente, la consulta del I Ching se realizaba con tallos de milenrama, un proceso lento y ceremonial que exigía paciencia y concentración. Con el tiempo, se introdujo un método más rápido basado en tres monedas, que al ser lanzadas generaban líneas yang o yin según sus combinaciones de caras y cruces. Al arrojar las monedas seis veces, se obtiene un hexagrama principal, cuya interpretación se enriquece si aparecen líneas mutables (6 o 9). Estas líneas indican transformación y se leen de abajo hacia arriba y sugieren una relación con los chacras. La línea mutable habla de un punto energético en particular, del mismo modo que el Padre Nuestro, aunque, el Padre Nuestro lo haga de arriba hacia abajo.
Más que una respuesta binaria de “sí” o “no”, el I Ching ofrece una estructura de significado que ayuda a comprender situaciones desde múltiples ángulos. Su consulta es un acto de rendición al azar, una invitación a aceptar lo desconocido como parte del orden universal.
Jung y Borges
El primer contacto en Occidente con el I Ching fue gracias a misioneros jesuitas, pero su verdadero impacto comenzó con Carl Gustav Jung. Jung conoce el I Ching en 1920. Después lo incluye en la psicología profunda, relacionándolo con su teoría de La sincronicidad: la idea de que ciertos eventos externos pueden coincidir con estados internos del individuo de una manera significativa, aunque no causal. Fue lo que me p
asó, aquel día en la biblioteca, con el primer mensaje que el libro manifestó en palabras (yin) a una conmoción interior (yang) que me abrumaba. Algo similar, desde otro ángulo, ocurre cuando se piensa en una persona y ésta aparece o te llama. También, cuando los eventos se presentan de manera espontánea, simbológica y significativa; y no de manera causal y efectista.
En fin, para Jung, el I Ching no era un simple método de adivinación, sino un espejo del inconsciente colectivo. Cada consulta revelaba arquetipos y constelaciones simbólicas que resonaban con la psique del consultante. Debido a este diálogo con el libro, en 1949, Jung escribió el prólogo de la traducción alemana del I Ching realizada por Wilhelm, donde le planteó al libro la posibilidad de presentarlo a la mentalidad de Occidente. El I Ching le habló desde el Hexagrama 50: “Ting. El Caldero”, utensilio para almacenar el cuidado del hombre, es este caso, el alimento espiritual. En palabras de Jung “El Yi Ching está dando testimonio de sí mismo”.
No sólo Jung se fascinó por el I Ching, también lo hizo Jorge Luis Borges. El argentino encontró en este libro un reflejo de su propia concepción del universo como un laberinto de significados. En cuentos como “El jardín de senderos que se bifurcan”, Borges explora la idea de que el destino no es una línea recta, sino un entramado de posibilidades donde cada elección nos lleva a una realidad distinta. Además, el I Ching alimentó su fascinación por los laberintos, los espejos y el tiempo cíclico como se ve en el poema “Para una versión del I King”, que aparece en la versión de Wilhelm: “No hay una cosa/ que no sea una letra silenciosa/ de la eterna escritura indescifrable/ cuyo libro es el tiempo”. Borges reconoce la naturaleza enigmática del texto y la capacidad de revelar múltiples significados.
Las consultas
Entre más conocimiento practico adquiría sobre el libro, del mismo modo, evitaba consultarlo. Sin embargo, una tarde, recibí una llamada de un amor de verano. La mujer me invitaba a su casa, en Bogotá, para celebrar mi cumpleaños. Sin pensarlo, acepté e inmediatamente reservé los pasajes. Luego, con el boleto en el bolsillo, comenzaron las dudas. “¿Será conveniente este viaje?”. Flaqueaba mi determinación de muchacho impulsivo. Así que consulté el I Ching. Arrojé las monedas y salió el hexagrama 25: “Wu Wang. La Inocencia”. El mismo hexagrama de cuando abrí el libro, por primera vez, en la biblioteca de Girardota. El texto advertía que, si alguien tenía segundas intenciones, no podía ser tocado por la luz del cielo. En resumen, me respondía que ahora no era tiempo de emprender acción alguna. Y me dolió dos veces la respuesta porque quería revivir el amorío con esa mujer. Por ello, cancelé el viaje.
Meses después, ante mi determinación de no consultar por un tiempo el libro, llegó a mis manos “El juego de los Abalorios”, la última novela de Hermann Hesse; una exploración profunda del papel del arte, la espiritualidad y el juego en la vida humana; en un sofisticado sistema simbólico que integraba disciplinas como la música, la matemática y la filosofía. Lo más inquietante, fue descubrir que en la trama del libro, Joseph Knecht, el protagonista, fue educado en el arte del I Ching y luego, lo usó como herramienta de meditación y autoconocimiento. Para Joseph, el I Ching era un puente entre el mundo material y el espiritual.
Ante estos episodios, empecé a percibir al I Ching, más que un oráculo, un puente a sabiduría antiquísima que no responde con certezas absolutas, sino que obliga a quien lo consulta a mirar dentro de sí mismo en el flujo armonioso del yin y yang.
Por lo que, desde entonces, lo consulto cada tanto para sentir y llevarme el mensaje de esa sabiduría antiquísima al cuerpo. Porque, así el mensaje esté escrito con palabras, el sentido (que está por debajo de las palabras) queda sembrado en el cuerpo, rodando en el corazón y despertando información importante que incide en las decisiones.
En la última consulta, hace un par de días, me salió el Hexagrama 4: “Sun. La Merma”. En el Dictamen aparece: “Es propicio emprender algo./ ¿Cómo se pone esto en práctica”. Recordé la primera vez que lo consulté y salió lo contrario. Luego, dice: “la sencillez es precisamente lo indicado, lo que confiera fuerza interior gracias a lo cual uno podrá emprender algo”, evoqué a la muchacha del amor de verano que no visité, a pesar de mi ímpetu de entonces. Y agrega: “Ante Dios no hace falta ninguna falsa apariencia”. Estas palabras me quedaron vibrando en el cuerpo, ahora que le pongo cabeza a mis historias de amor; ahora que aprendo a ponerme las palabras que puedo vestir, las mías.
El I Ching, a mi modo de ver, es un texto vivo, una obra que resuena con cada consultante de manera única. Es un puente de lo ordinario (la realidad que se percibe con los cinco sentidos) a lo extraordinario (el inconsciente colectivo que está en el orden de lo sutil). Y desde lo extraordinario da un mensaje que no se impone, sino que invita a la introspección. Por ello, no dicta verdades absolutas, sino que sugiere caminos. Es como un maestro que no habla en imperativos, sino en símbolos que fluyen como el agua, cambian como el viento y enraízan como la tierra. Más que un simple libro, es un diálogo con lo extraordinario, lo desconocido; es un puente entre el azar y el orden, entre la razón y el misterio.
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