Educación en tiempos de pandemia: resiliencia, innovación y transformación

“La pandemia nos dejó una certeza innegable: la educación no solo ocurre en las aulas, sino en cada espacio donde haya voluntad de aprender y enseñar”


Este thriller comienza el 13 de marzo de 2020. Sí, parece un relato inverosímil, pero no me referiré al caótico, fatídico y letal virus del COVID-19, que sin duda dejó un sinfín de historias dignas de un libro de Stephen King, Poe, Quiroga o, en un tono más mágico, de García Márquez. La pandemia no solo marcó a la humanidad por su alta mortalidad y la forma en que se propagó, sino que también estableció un antes y un después en la manera en que concebimos nuestra realidad y cotidianidad.

El domingo 15 de marzo fuimos notificados por la rectora para que avisáramos a las familias que, debido a la precaria situación del país, las clases presenciales quedaban suspendidas hasta nuevo aviso. Desde ese momento, se encendieron las alarmas, y nuestros rectores, coordinadores y docentes tuvieron que idear estrategias sobre cómo continuar con la enseñanza. Durante la semana siguiente del 13 de marzo, se informó a las familias que los estudiantes entrarían en un receso anticipado, correspondiente a las vacaciones de junio, las cuales se enlazarían con la Semana Santa. Al finalizar esta, se les concedió una semana adicional de descanso, completando así las tres semanas correspondientes a las vacaciones. Mientras tanto, los docentes estuvimos en reuniones virtuales, preparándonos para el enorme reto que se nos venía encima: impartir clases de manera remota o, en su defecto, enviar talleres a quienes no tuvieran acceso a una conexión estable para sesiones sincrónicas.

Por fin, el lunes 20 de abril, nuestros estudiantes regresaron a clase, pero esta vez a través de una pantalla. Así comenzó la gran aventura del proceso de enseñanza–aprendizaje basado en las TIC, un terreno desconocido para muchos y al que todos, sin excepción, tuvimos que enfrentarnos. La tecnología, que para algunos era un complementario, pasó a convertirse en el único puente entre maestros y alumnos, desafiándonos a reinventar la educación en medio de la gran crisis de la pandemia.

Las primeras dificultades no tardaron en aparecer. Algunos estudiantes carecían de los recursos tecnológicos necesarios, mientras que otros tenían problemas para utilizarlos. A pesar de que se brindaron diversas opciones para facilitar la entrega de trabajos, las barreras tecnológicas persistieron.

Con el tiempo, la educación se volvió completamente virtual. Descubrimos diversas plataformas y herramientas digitales para facilitar las clases, pero esto supuso nuevos desafíos, ahora para los docentes. Muchos tuvieron que actualizar software, aprender a manejar aplicaciones y adaptarse a una metodología de enseñanza diferente.

La creatividad se convirtió en nuestra mejor aliada. Los profesores idearon estrategias innovadoras para diseñar actividades y evaluar el aprendizaje, compartiendo recursos y metodologías con sus colegas. A su vez, los estudiantes también demostraron una admirable capacidad de adaptación. Se volvieron más propositivos, resilientes y colaborativos, generando espacios de cooperación y trabajo en equipo que trascendieron las barreras del confinamiento.

Entre los aprendizajes más significativos, se destaca la adaptación a las tecnologías. Los docentes demostraron una capacidad impresionante para reinventarse, mientras que la comunicación entre la comunidad educativa se fortalecía mediante distintos canales digitales. La flexibilidad se convirtió en un principio esencial: muchas instituciones priorizaron el bienestar emocional de los estudiantes y ajustaron estrategias pedagógicas y evaluaciones para hacer frente a la crisis. Todo esto impulsó una transformación digital que no solo impactó a las escuelas, sino también a los hogares, llevando a una mejora en las infraestructuras tecnológicas y los recursos digitales.

Sin embargo, este relato no es enteramente optimista. No todas las instituciones contaban con los recursos suficientes, y la desigualdad en el acceso a la tecnología fue evidente, especialmente en las zonas rurales y en los sectores más vulnerables. La carga emocional aumentó tanto para docentes como para estudiantes, lo que se reflejó en la desmotivación, la fatiga y la falta de compromiso. Las familias jugaron un papel crucial en este proceso, algunas asumiendo el reto con responsabilidad y otras enfrentando dificultades que complicaron el aprendizaje de los niños y jóvenes.

A pesar de los obstáculos, logramos salir adelante. Si bien los resultados académicos no fueron los esperados, aprendimos valiosas lecciones sobre la adaptabilidad, la resiliencia y la importancia de la colaboración. La pandemia nos dejó una certeza innegable: la educación no solo ocurre en las aulas, sino en cada espacio donde haya voluntad de aprender y enseñar. Hoy, miramos hacia el futuro con la convicción de que, ante cualquier desafío, la educación seguirá siendo el camino hacia un mundo mejor.

Juan Carlos López Flórez

Licenciado en Filosofía, historiador y docente. Escribo para invitar a la reflexión, inspirado en la historia y la literatura, impulsando el cambio educativo que necesitamos.

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