Donald Trump emitió no hace mucho una orden ejecutiva para suspender temporalmente todos los programas de ayuda al desarrollo de USAID durante 90 días, y así, poder realizar una revisión exhaustiva. El diario The New York Times informó que el personal de la agencia se reducirá significativamente de más de 10 mil a aproximadamente 290.
Los medios de comunicación de izquierda reaccionaron con indignación, dando la impresión de que esto conduciría a un desastre humanitario.
¿Para qué se utiliza USAID? Existen tres (3) categorías básicas:
- Contribuir al desarrollo, es decir, crea medidas diseñadas para promover el desarrollo económico de los países en desarrollo y así combatir la pobreza de estos;
- La ayuda internacional humanitaria; y,
- Proyectos ideológicos, principalmente en el ámbito de DEI (diversidad, equidad, inclusión).
Comencemos con la última categoría: proyectos ideológicos. En mi opinión, Trump tiene razón al suspender tales iniciativas. Estos son tan solo algunos ejemplos de este tipo de programas de USAID:
- 1,5 millones de dólares para “promover la equidad, la diversidad y la inclusión en los lugares de trabajo y las comunidades empresariales” de Serbia.
- 70 mil dólares para la producción de un “musical DEI” en Irlanda.
- 2,5 millones de dólares para “vehículos eléctricos” en Vietnam.
- 47 mil para una “ópera transgénero” en Colombia.
- 32 mil para un “cómic transgénero” en Perú.
- 2 millones para “cambios de sexo” y “activismo LGBT” en Guatemala.
- 6 millones de dólares para “financiar el turismo” en Egipto.
Nada de esto tiene nada que ver con la reducción de la pobreza o el desarrollo económico.
En lo que respecta a la segunda categoría, la ayuda internacional humanitaria, la administración Trump introdujo exenciones para los programas humanitarios el pasado 28 de enero. A pesar del amplio congelamiento de la ayuda exterior, a ciertos programas humanitarios esenciales, particularmente en el sector de la salud, se les han concedido exenciones para garantizar la continuidad en la prestación de asistencia vital. Al reconocer las nefastas consecuencias que una interrupción abrupta de la financiación podría tener para las poblaciones vulnerables, el gobierno de los Estados Unidos ha autorizado exenciones específicas para iniciativas sanitarias críticas. Una de las exenciones más importantes implica el programa de ayuda mundial contra el VIH/SIDA que ayuda a aproximadamente 20 millones de personas a acceder a la terapia antirretroviral (TAR).
Por supuesto, la mayoría de los fondos se destinan a “ayuda al desarrollo”, es decir, a “programas diseñados para promover el desarrollo económico de otros países con el fin de combatir la pobreza”. En mi libro Cómo las naciones escapan de la pobreza, me baso en una gran cantidad de investigaciones científicas para demostrar que estos esfuerzos, frecuentemente, han resultado en una mala asignación de los recursos y no han logrado los objetivos previstos; evidentemente, esto ha estado claro desde hace mucho tiempo.
William Easterly, profesor de Economía y Estudios Africanos en la Universidad de Nueva York, describe en su libro La carga del hombre blanco: El fracaso de la ayuda al desarrollo (en inglés, The White Man’s Burden: Why the West’s Efforts to Aid the Rest Have Done So Much Ill and So Little Good), describe por qué los esfuerzos de Occidente por contribuir al desarrollo del resto del planeta son en gran medida inútiles e, incluso, contraproducentes. Solo un ejemplo: en dos décadas se gastaron 2 mil millones de dólares en ayudar al desarrollo en la construcción de carreteras en Tanzania, pero la red de carreteras no mejoró en lo más mínimo. Como las carreteras no recibieron mantenimiento, se deterioraron más rápido y proporcionalmente a las donaciones que permitirían construir unas nuevas. “Tanzania produjo más de 2.400 informes al año para sus donantes de ayuda, quienes enviaron al asediado receptor mil misiones de funcionarios donantes por año”, a lo que Easterly añade que “la ayuda exterior no suministró lo que los pobres necesitaban (carreteras), sino que suministró gran parte de lo que los pobres necesitaban poco (burocracia)”.
Nacida en Zambia, Dambisa Moyo vive en los Estados Unidos desde principios de los años 1990, donde continuó su educación con una beca. Completó una maestría en la Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard y recibió un doctorado en Economía de la Universidad de Oxford. En su libro Dead Aid: Why Aid Is Not Working and How There Is a Better Way for Africa (Farrar, Straus and Giroux; 2010), discrepa de las ayudas para el desarrollo. Destaca que un estudio del Banco Mundial muestra que más del 85% del dinero de dichas ayudas termina siendo utilizado para fines distintos de los previstos originalmente, a menudo desviado hacia proyectos improductivos. Incluso cuando el dinero se utiliza para proyectos que realmente tienen sentido en sí mismos, cualquier impacto positivo a corto plazo suele verse contrarrestado por consecuencias negativas a largo plazo; a saber, porque los proyectos de ayuda destruyen empresas locales en los países a los que se supone deben ayudar.
Camilo Guzmán, director ejecutivo del tanque de acción colombiano Libertank, en un reciente artículo, mencionó que los economistas Hristos Doucouliagos y Martin Paldam, publicaron en Cambridge Working Papers in Economics (CWPE) un documento titulado La literatura sobre la eficacia de la ayuda: los tristes resultados de 40 años de investigación (2007). Doucouliagos y Paldam examinaron 97 estudios científicos sobre la efectividad de las ayudas para el desarrollo. Realizaron varios metaanálisis, es decir, procedimientos estadísticos que resumen y evalúan los resultados de varios estudios sobre el mismo tema. Sus conclusiones: “Nuestros tres metaanálisis de la literatura sobre la eficacia de la ayuda no han logrado encontrar pruebas de un efecto significativamente positivo de la ayuda. Por ende, si hay un efecto, este debe ser pequeño. La ayuda al desarrollo es una actividad que ha resultado difícil de hacer bien”.
En 2017, los economistas alemanes Axel Dreher y Sarah Langlotz echaron otra mirada a las mismas preguntas y examinaron las consecuencias de la ayuda al desarrollo en 96 países receptores en el período de 1974 a 2009. Encontraron que la ayuda bilateral no puede hacer nada para aumentar el crecimiento económico. Según otra conclusión, en los años de la Guerra Fría la ayuda internacional humanitaria para el desarrollo tuvo en realidad un impacto negativo sobre el crecimiento económico. “También investigamos el efecto de la ayuda sobre el ahorro, el consumo y la inversión, y no encontramos ningún efecto de la ayuda en la muestra general ni en nuestras submuestras”, aseveraron.
A pesar de recibir más ayuda para el desarrollo que Asia, África sigue siendo el continente más pobre del planeta. La pobreza en Asia ha disminuido únicamente porque muchos países han introducido reformas de libre mercado. Las reformas iniciadas por Deng Xiaoping en China, por ejemplo, han reducido la proporción de la población china que vivía en pobreza extrema del 88% (1981) a menos del 1%. Las reformas de economía de libre mercado en Vietnam (programa de “renovación” o Doi Moi, iniciado en 1986), han reducido la proporción de vietnamitas pobres de casi el 80%, en 1993, al 3% en la actualidad. Por el contrario, no hay un solo ejemplo en la historia de un país que haya superado la pobreza mediante la ayuda al desarrollo.
Suspender a USAID es lo correcto porque la ayuda internacional es, principalmente, una pérdida de dinero para todos.
La versión original de esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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