Un buen amigo no duele; tampoco debe doler el amor en cualquiera de las formas. El amor es libre.
Los amores se consiguen cada tanto, a veces a la vuelta de la esquina. Hay amores que pasan como un huracán, que levantan todo a su paso y dejan en despojos las promesas que se hicieron en una noche de fiebre alta. Hay amores que titilan y que dan cosquillas en el vientre, que punzan las fibras de lo que parece un corazón rebosante de expectativas. Hay otros amores que sucumben al tiempo, que no avanzan por los bulevares de la fidelidad o dejan a medio camino la devoción del para siempre. Esos amores son, entre otras cosas, una amenaza a la armonía, un aspaviento que desequilibra la idea de tener un romance para toda la vida o, simplemente, una vida. También hay amores, por supuesto, que son un roble fuerte y silencioso, con raíces que no se mueven, un jardín eterno, una promesa cumplida y un beso bien puesto. Esos amores son correctos, son bálsamo y agua fresca. Sin embargo, esos tipos de amores no alcanzan para todos. Hay aquellos que transitan un sendero cubierto de rocas afiladas, donde no consiguen encontrar un amor como destino; para ellos, aunque todo parece niebla espesa, hay un ancla que los sujeta: los amigos.
En un diálogo, Solange, personaje de la serie El Secreto del Río de Netflix y quien hace parte de la comunidad muxe (tercer género, herencia indígena en la región del Istmo de Tehuantepec en el estado de Oaxaca, México), dice: “No sé por qué nos la pasamos hablando mucho de amor y poquito de la amistad; la amistad es más libre, tiene menos reglas y, muchas veces, es lo único que nos hace sentir que no estamos solos en este pinche mundo… Un gran amigo vale más que mil amores”. En ese sentido, esta producción tiene como columna vertebral la amistad, lo cual, al fin de cuentas, es lo que permite a los protagonistas (Erick y Manuel) encontrar la belleza en el mundo que los rodea y sobrevivir a los terribles hechos que experimentan y que se viven a su alrededor, reforzando la idea de que la amistad se siente como un abrazo de Dios, un lugar seguro que nos permite ser genuinos y vivir abrazando la tierra.
Por su parte, Aristóteles distingue tres tipos de amistad: la amistad basada en la utilidad, la amistad basada en el placer y la amistad basada en el carácter. Cada una surge de lo que se valora en el amigo: su utilidad, el placer de su compañía o su buen carácter. Siendo lo anterior un beneficio mutuo, una relación que funciona cuando existe una comprensión compartida del origen de esa amistad. Eso, sin ser un negocio ni un contrato vacío, más bien una expresión cómplice del ser. Se nos hace evidente que, a diferencia de la paternidad o la hermandad, la amistad sólo existe si es reconocida por ambas partes, afirmando también que la amistad es un estado o disposición que debe mantenerse mediante la actividad: así como la forma física se mantiene haciendo ejercicio regularmente, la amistad se mantiene haciendo cosas juntos.
De manera congruente, Los Beatles, agrupación clave en la historia de la música, brindan un tema para celebrar nuestras propias historias y amistades: With a Little Help From My Friends (con una pequeña ayuda de mis amigos), diciéndonos que, con el apoyo de las amistades, se pueden conseguir pequeñas y grandes cosas y que, incluso con ese respaldo, podemos aventurarnos a buscar lo que anhelamos. Un mensaje que ya conocemos, porque los amigos son los cimientos invisibles sobre los que construimos nuestras mejores historias.
Los amigos son cuates, panas, colegas, compadres, socios o parceros; también son amico, ami, parceiro, buddy, freund o bestie. Son seres que traspasan fronteras, idiomas, nacionalidades, razas o cualquier forma de división. Dentro de la amistad no cabe la deslealtad, porque la deslealtad es el eco de una traición, un vuelo sin alas, una huella amarga. Es una condición que quebranta lo inquebrantable, que hace que, en un sentido estricto, el vínculo no se considere amistad y a la persona, un amigo. La verdadera amistad es un refugio seguro donde la confianza es el pilar, un espacio donde las diferencias se abrazan en lugar de separar. Un amigo es aquel que, incluso en la distancia, permanece, como una antorcha encendida, guiando y sosteniendo sin pedir nada a cambio.
Por todo lo anterior, los amigos son la cura que se pone en la herida que no deja que el alma se drene. Son esos custodios del alma y de su esencia, que permiten recomponer lo que se quebrantó una vez. También, son los hilos de luz de sol que se garabatean alegres por los cristales de las ventanas y se posan sobre los cuerpos faltos de calor, acariciando con eso las humedades del corazón. Un buen amigo no duele; tampoco debe doler el amor en cualquiera de las formas. El amor es libre. Libres son los torrentes del río que se precipitan cuesta abajo, llevando la belleza, dejando que la vida se revolucione bajo las capas delgadas del cristal que recubren las extensiones de la piel. Como los amigos que refrescan y purifican, que borbotean de cariño y acompañan las densas noches nubladas. Son ellos quienes dan la mano cuando los puentes se achican o tambalean las maderas fangosas de la duda. Entretienen con vericuetos la autoestima y buscan en las profundidades de la gracia momentos que sostengan los ánimos que se quieren desdibujar. Y ni hablar de los amigos de altísimo poder, aquellos que encandilan las paredes de la vida y permiten que la existencia sea un hogar al que sí le tiemblan las estructuras; siguen ahí, con la espalda de hierro, amortiguando el peso del cemento que se quiere desmoronar y arrodillar ante la inclemencia de la tristeza.
A todos los amigos: gracias.
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