“La gente pierde la confianza, porque no ve reflejadas políticas que beneficien al colectivo; generando una problemática social que se sintetiza en “sálvese quien pueda””.
En Colombia aún impera la cultura del “vivo vive del bobo” que destruye la confianza y el valor de una sociedad. Sin esta, es imposible trabajar en proyectos beneficiosos y comunes.
Que hoy el ser humano sea la especie dominante del planeta como relata Yuval Noah Harari en sus obras, sólo fue posible gracias al sentido de cooperación que asumimos como especie, para, en primera instancia, sobrevivir, entendiendo que, como especie frágil que somos, ubicada en la mitad de la cadena alimenticia, sobrevivir individualmente era imposible; gracias a esa herencia genética es que hoy seguimos siendo seres gregarios que conformamos sociedades y grupos que nos dan seguridad.
Hay países que entendiendo esto, tienen políticas que privilegian derechos colectivos para garantizar las mejores condiciones de vida posibles y que se reflejan en acceso a educación, salud y trabajos de calidad. En ese tipo de países, los índices de percepción de corrupción son mínimos. La gente coopera y su manera de contribuir con las condiciones de bienestar que brindan los Estados, es respetando las normas, entendiendo que estas son claves para la generación de confianza.
Sin embargo, en países como Colombia, que tiene un alto índice de percepción de corrupción, con justa causa, por los escándalos de corrupción que son pan de cada día; la gente pierde la confianza, porque no ve reflejadas políticas que beneficien al colectivo; generando una problemática social que se sintetiza en “sálvese quien pueda” para sobrevivir en esta “selva de cemento” como canta Héctor Lavoe. En estas condiciones, no cooperamos con el otro, sino que “tumbamos” al otro, privilegiando nuestro beneficio personal así al otro le vaya mal.
Y casos de esos vemos en todo nivel: desde el que se cuela en la cola para evitar hacer fila, hasta el político que utiliza su investidura para enriquecerse irregularmente.
Y otro caso personal, a finales del año pasado, en la final del fútbol profesional colombiano entre Nacional y Tolima, me estafaron con unas boletas que compré para ver el partido pero que no funcionaron. Los estafadores revendieron la misma boleta a varias personas.
Saliendo del lugar, me encontré con un revendedor que lo estafaron de manera inversa: revendió una boleta por 800 mil pesos. La persona que se la compró, para asegurarse de que la boleta sí estuviera buena, le dijo que se la pagaba apenas pasara el torniquete. Cuando la persona ingresó con éxito al estadio, sólo le pagó 100 mil pesos y rápidamente se escabulló entre la multitud. El revendedor había comprado esa boleta en 600 mil pesos.
Siguiendo con mi caso, puse la denuncia en el banco y en la fiscalía. Tenía los datos de la persona a la que le transferí el dinero. Pero las instituciones tampoco ayudan. El banco me dijo que para tener bloqueada de manera permanente la cuenta bancaria del estafador debía enviarles el SPOA (noticia criminal del Sistema Penal Oral Acusatorio) que genera la fiscalía y donde en teoría lo entregaban en 5 días hábiles.
Va más de un mes, y a estas alturas, la fiscalía no ha generado el SPOA, primero que, porque estaban en vacancia judicial, como si los delincuentes se tomaran vacaciones. Luego me dijeron que interpusiera un derecho de petición, que a la fecha no han respondido a pesar de cumplir los tiempos de ley; después, me dijeron que interpusiera una nueva solicitud de información y que la respuesta podía tardar otros 15 días hábiles.
Así es muy difícil tener confianza en las instituciones, que, en teoría, son las que garantizan los derechos y deberes de los ciudadanos, dar soluciones de fondo y actuar con celeridad; pero que, al no hacerlo, la gente deja de confiar, no denuncia. Sienten que no vale la pena y en muchas situaciones, prefieren actuar por mano propia, lo cual es altamente peligroso.
Como ciudadanos tenemos la responsabilidad de ser precavidos y de “no dar papaya”, pero las instituciones deben estar ahí para generar confianza, garantizar el respeto por las normas y el orden. Evitar que los vivos vivan de los bobos, y crear las condiciones para que todos podamos vivir bien sin perjuicio de los demás.
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