La idea de que el cambio climático es una variable fundamental en el colapso de las grandes civilizaciones ha ido cobrando fuerza desde la década de 1990, cuando se comenzaron a tener datos precisos sobre la evolución del clima a lo largo de la historia. Según parece, los pequeños cambios conducen a guerras y periodos de desestabilización, pero las grandes inversiones en las condiciones climáticas destruyen los sistemas sociales en su totalidad.
Uno de los primeros estudios al respecto es el que Harvey Weiss, de la Universidad de Yale, llevó a cabo en relación a la civilización acadia; las excavaciones en Siria demostrarían que el gran imperio que Sargón llevó a su cénit se vino abajo tras una época de gran sequía, por culpa de la cual se extendería la hambruna por todo el territorio acadio y se produciría el abandono de las principales ciudades, alrededor del 2200 a. C.; hambruna que hasta entonces sólo se conocían por su aparición en La maldición de Agadé.
Las conclusiones de Weiss fueron confirmadas en el año 2000 por el climatólogo Peter deMenocal, de la Universidad de Columbia, quien demostró que las corrientes del Tigris y el Éufrates están vinculadas con la oscilación del Atlántico Norte: las corrientes frías disminuyen las lluvias en los sistemas afectados, y esto es precisamente lo que ocurrió en la época en que se derrumbó Acadia, que el Atlántico Norte se enfrió.
A partir de entonces, han sido muchos los estudios que relacionan la caída de los grandes imperios con épocas de dificultades climáticas. Uno de los más significativos en términos de popularidad es el maya. La reconstrucción de la época a partir de los sedimentos de los lagos muestra que las lluvias fueron abundantes entre el 550 y el 750, el periodo de gran esplendor de esta civilización de Centroamérica; pero a ello siguió un siglo de severas condiciones con largos años de sequía que puso fin a las manifestaciones de prosperidad, como la construcción de monumentos.
Recientemente, la caída del Imperio Romano también ha sido vinculada con sequías que complicaron el abastecimiento de los grandes núcleos urbanos.
Dice deMenocal que aún son muchos los arqueólogos que se niegan a aceptar el papel protagonista del clima en la evolución de las sociedades humanas. Entre otras cosas, existe una pesada carga histórica propiciada por el determinismo ambiental de los siglos XVIII y XIX, según el cual los climas tropicales propiciaban la aparición de sociedades indolentes, mientras que las condiciones climáticas más frías, como las dadas en Europa, favorecían el desarrollo de la inteligencia y la fortaleza ética; de modo que la asociación de clima e historia fue una justificación del racismo y la explotación colonial.
Pero las investigaciones actuales no dicen nada sobre la capacidad del clima para determinar los rasgos de la personalidad; sencillamente, pone límites a las condiciones materiales que permiten la expansión y auge de las comunidades humanas: cuando el clima es desfavorable, la capacidad agrícola disminuye, la mala alimentación incrementa el poder de las enfermedades y las epidemias acaban mermando el nivel de vida de la población.
Para algunos, como Karl Butzer, de la Universidad de Texas, el papel del clima se está exagerando. Según él, es la capacidad de las sociedades para manejar las crisis lo que verdaderamente condiciona su destino.
Aun así, la lista de ejemplos sigue creciendo. Una de los últimos añadidos es el de Micenas. En 2010, el análisis de sedimentos fluviales en Siria dio pie a la idea de que larguísimos periodos de sequía fueron la tónica entre los años 1200 y 850 a. C., justo la época de los llamados años oscuros de Grecia. Más recientemente, se han logrado registros climáticos que señalan un enfriamiento del Mediterráneo durante aquel mismo periodo, lo que implica menos evaporación de agua y la consiguiente reducción de precipitaciones.
Esto explicaría por qué en la misma época en que se derrumbaba la civilización micénica, colapsaron otras sociedades como la hitita y el Imperio Nuevo de Egipto.
A una escala aún mayor, el cambio climático podría estar detrás de la coincidencia en la desaparición de los mayas en Centroamérica y la dinastía Tang en China; los datos sobre sequías en ambas regiones coinciden. Según Gerald Haug, del Instituto de Tecnología de Zurich, ello podría deberse a un cambio en el cinturón de lluvias tropicales que habría provocado las condiciones físicas decisivas para el declive de las grandes civilizaciones a ambos lados del Pacífico.
Con respecto a las dinastías chinas, David Zhang, de la Universidad de Hong Kong, concluye que, tras estudiar los registros climáticos de un periodo de 1200 años, se percibe un patrón por el que los periodos más fríos están asociados a épocas de guerras e inestabilidad, mientras que las condiciones más benignas coinciden con fases más estables y pacíficas de la historia.
A mediados del siglo XVII, la crisis que asoló el Viejo Continente y que derivó en la Guerra de los Treinta Años se vio acompañada por uno de los periodos más fríos de la historia: la Pequeña Edad del Hielo o mínimo de Maunder.
Además de la reducción de cosechas, las guerras aumentan en las eras de clima frío, son las conclusiones de Zhang después de ampliar sus investigaciones al área europea y el periodo comprendido entre 1400 y 1900.
Asuntos del pasado que, quién sabe, quizás haya que tener en cuenta si, como dicen, en breve nos adentraremos en una nueva pequeña era del hielo.
(Información extraída vía New Scientist)
muy buen artículo. gracias
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