“En 2025 ya una fracción significativa del mundo les interesa poco lo que soterradamente ocurre en el ámbito de la inteligencia artificial, pero sus efectos se sienten cuando miles de personas (por ahora) ven silenciosamente desplazadas sus funciones en sus trabajos. El odio humano crece con el pretexto de adelantos tecnológicos que llegan para facilitarnos la vida.”.
Mientras me incorporaba lentamente de mi sueño profundo por el sonido de una alarma distante, con el sabor ferroso en mi paladar, intentaba recordar —o al menos reconstruir— el extraño sueño de la noche anterior.
Una especie de voz en off rondaba los pálidos pasillos de mi inconsciencia intentando cruzar el umbral hacia la razón consciente. Algo rescaté de esa transferencia de información. Y es precisamente lo que quiero contar: el odio.
Nos estamos sumergiendo en un mundo nuevo que materializa rápidamente el odio hacia el prójimo. Ninguna otra etapa de la historia humana había experimentado una transformación tan vertiginosa. Ya no nos toleramos. Sin pretender justificarlo, todos hemos contribuido al crecimiento de este odio mutuo. Es una realidad que no podemos ocultar. La diferencia es que ahora disponemos de los medios para materializar ese odio, escudándonos tras la cortina de humo de los llamados adelantos tecnológicos. Bajo la bandera de ciencia, tecnología e innovación, enmascaramos el odio.
Se están desarrollando las primeras «fábricas negras» totalmente automatizadas, operadas por robots bajo inteligencia artificial sin presencia humana, aunque por ahora solo existen prototipos modestos. Si bien algunos medios poco fiables han difundido estas noticias como publicidad, estas oscuras factorías tienen un propósito significativo: aumentar la productividad prescindiendo del personal humano, o al menos evitar emplear a quienes necesitan un salario digno para sobrevivir. El término «fábrica negra» proviene de la total oscuridad con la que pueden operar y tiene un paralelismo con el concepto de caja negra de los aviones, aplicado a los procesos de inteligencia artificial que funcionan mediante algoritmos avanzados y pocos (¡muy pocos!) saben a total cabalidad los omniprocesos que realizan dentro. Es probable que ya operen en el mundo. Lo que sí es cierto es que existan segmentos de empresas totalmente automatizadas.
Presenciamos avances tecnológicos enfocados en crear robots para reemplazar la mano de obra humana. ¡Incluso pretenden suplantar el amor! Mientras tanto, aplaudimos como focas en un show, considerándolo maravilloso. Lo reitero: el odio se materializa al negar un salario digno a quien lo necesita para mantener, o al menos intentar formar, una familia.
Imaginemos un diálogo en nuestro subconsciente entre dos personas ficticias:
—No te voy a pagar porque no te necesito. ¡Largo de aquí!
—Pero señor, déjeme ganar algo para intentar ser feliz por mis propios medios…
—Ese es el punto: no tienes medios. Lo que podías suministrarme lo he sustituido. Ya no te necesito…
Si multiplicamos esta imaginaria y perversa conversación por millones, nuestro odio mutuo se intensifica de manera exponencial.
Un artículo reciente de The New York Times mostraba cómo la creación sistemática de drones con cargas explosivas ha alterado el equilibrio en el conflicto entre Ucrania y Rusia. En redes sociales pululan los videos sobre la persecución de estos artilugios sobre soldados en el frente de batalla hasta explotar sobre sus cansados y desmirriados cuerpos. Ni las mismas redes sociales controlan nuestro odio. Muchos usuarios migran de una red a otra donde le permitan ver la crudeza del sufrimiento humano. Aunque podríamos argumentar que hay miles de bots comentando sobre esto, el odio humano supera con creces los comentarios automatizados de las cuentas fantasmas. Nuestro odio es más poderoso.
Este es el siglo de las mascotas. Jamás habíamos mostrado tanta predilección por ellas, legislando a favor de sus derechos y suavizando su trato. Las humanizamos y alteramos sus patrones naturales de conducta para ajustarlas a nuestros gustos e intereses —un acto de puro egoísmo. Pueden surgir voces en contra de lo que diré, pero nada es más maleable que una mascota. Mientras que a un ser humano, por no decir un hijo, no puedes dejarlo solo en un apartamento durante todo el día o al menos durante más de 16 horas (lo cual constituye un delito), una mascota simplemente sabrá dónde está su tazón de comida y comerá. Nos contentamos con tener una cámara conectada a nuestro smartphone y vigilarla durante todo el día. Incluso automatizamos sus raciones de comida a través del internet de las cosas, programándolas remota y automáticamente. ¿Y por qué hacemos esto? Simplemente porque necesitamos producir. El odio humano se esconde tras la necesidad productiva de la sociedad posmoderna. Las naciones asiáticas registran las tasas de natalidad más bajas de su historia, una crisis que las ha obligado a replantear políticas y programas públicos para fomentar la reproducción. Latinoamérica sigue el mismo camino. ¿Y todo por qué? Porque ya no hay tiempo para crear familia, solo para producir.
Imaginemos otro diálogo ficticio:
—Nos estamos quedando sin gente. Así no podremos aumentar la productividad. ¿Qué hacemos?
—Déjame pensar… ¡Eureka! ¡Lo tengo! Ya sé qué debemos hacer: construyamos robots automatizados y los dotemos de algoritmos de inteligencia artificial.
El odio se maquilla con la necesidad de aumentar la productividad.
El año 2022 será recordado como el punto de inflexión de la inteligencia artificial. Nada mejor para conocer los efectos en la sociedad que exponer a la raza humana a esta “inofensiva” y muy productiva herramienta. A partir de este año se lanzarían abiertamente diversas plataformas de inteligencia artificial generativa en el ámbito de texto, imágenes, audio y video. De inmediato las red flags alertaron a una sociedad somorgujada en pantallas de entretenimiento sobre la desaparición de puestos de trabajo. En 2025 ya una fracción significativa del mundo les interesa poco lo que soterradamente ocurre en el ámbito de la inteligencia artificial, pero sus efectos se sienten cuando miles de personas (por ahora) ven silenciosamente desplazadas sus funciones en sus trabajos. El odio humano crece con el pretexto de adelantos tecnológicos que llegan para facilitarnos la vida.
Nos enseñaron a odiar a Dios, y así nos convertimos en dioses de nosotros mismos. El ser humano necesita creer, y cuando nos alejan de Dios, enfrentamos dos caminos: crear un dios a nuestra medida o convertirnos en uno. Harari lo confirma: la necesidad de creer nos ha mantenido cohesionados durante milenios. Sin embargo, cuando el Dios de los cristianos desaparece, nos autoproclamamos dioses. Desde esta perspectiva, no existe juez supremo. Nadie está por encima de Dios, y ahora cada uno es su propio dios. Con millones de dioses caminando por las calles, cada cual intentará demostrar su poder. Y en estas manifestaciones de poder, el odio mutuo crece exponencialmente.
Odiamos la naturaleza humana y por eso startups ofrecen servicios de Dios:
—¡Adelante! ¡Adelante! Por tan solo unos pocos dólares que no lo empobrecerán, podrá crear el ser humano a su gusto. ¡Venga, no se lo pierda!
—A ver, dígame más…
—Odia el color negro de su cabello, aquí se lo cambiamos. Podrá tener el hijo de sus sueños.
Ahora mira a la mujer:
—Incluso mi señora, si no quiere llevarlo en su vientre, aquí se lo incubamos…
El show de la posmodernidad parece tener más entretenimiento que los de cualquier gran circo del mundo.
Odiamos el amor y por eso lo suplantamos baratamente con humanoides personalizados según nuestras preferencias sexuales. En décadas anteriores el reemplazo venía de alquilar cuerpos prostituidos, pero hoy se sustituye con miles de artilugios tecnológicos que prometen elevar la intensidad del goce de nuestra genitalidad con el mensaje “no hay necesidad compañía humana”. Y naturalmente, nada iguala la emulación electromecánica del goce sexual: no somos máquinas.
La diversidad es amplia. Puedes contraer matrimonio con una muñeca de trapo, con un perro, con un gato, con una casa, lo que sea que esté lejos de la raza humana que sirva para materializar nuestro odio. Incluso nos odiamos a nosotros mismos que preferimos transformarnos en perros, en gatos, en ovejas, en extraterrestres, en lo que sea que esté alejado de la imagen humana.
El odio lo convertimos en risa. Lo caricaturizamos hasta transformarlo en memes. En una ocasión, vi un meme en redes sociales que mostraba una noticia de un periódico sensacionalista sobre la muerte de una persona con tres disparos en la cabeza. La noticia indicaba que había quedado sin signos vitales ipso facto. El texto del meme decía: «ya no aguantan nada las señoritas». Es una ironía tan negra que supera al vantablack. Muchos lo leerán, algunos lo entenderán, pero pocos se escandalizarán. Naturalizamos el dolor y el sufrimiento mientras desnaturalizamos nuestra condición humana.
Las mujeres maduras, las jóvenes e incluso las adolescentes y sus emprendimientos exhibicionistas de la red del logo azul se ven constantemente amenazados por las imágenes y videos hiperrealistas de modelos generados mediante inteligencia artificial generativa. ¿Para qué pagar por un servicio que puedes encontrar en redes sociales de forma gratuita? Más aún, mediante ingeniería de instrucciones sencilla puedes generar tu estándar de belleza y prototipo sexual acorde a tus necesidades y expectativas, jugar con instrucciones o prompts más especializados para convertir en realismo puro de pantalla un ideal sexual en tu cabeza.
Un gran letrero de una startup prometía y garantizaba la felicidad. Un vendedor en la entrada invitaba a pasar:
—¡Venga! ¡Adelante! Aquí encontrará la felicidad de su vida…
—No creo eso, son patrañas.
—En cuestión de minutos, usted podrá tener una estructura ósea naturalizada con la morfometría y complexión de su preferencia, con una impresión 3D de la piel y el rostro que desee para convertirla o convertirlo en su acompañante sexual y sentimental…
—¿Puede tener la estatura y rostro de mi crush?
—Como ya le he dicho, puede crear su persona perfecta. ¡Adelante! Un servidor de inteligencia artificial también le ayudará a darle los rasgos de comportamiento y conducta que usted tanto ha deseado en un humano. La versión pro incluye treinta motores independientes en el rostro para darle mayor naturalidad al hablar…
—¿Cuánto cuesta?
—No se preocupe por el precio. Tenemos diferentes formas de pago. Incluso puede salirle demasiado barato si nos da acceso total a su biometría y análisis conductual, con seguimiento diario del mismo robot humanoide. No todos son seleccionados, pero al contar con suerte, usted contribuirá a la ciencia. Usted será nuestro Truman Show. Se convertirá en un ser trascendente…
—¡Voy pa’esa! Con permiso…
Tal vez leer este ensayo hasta aquí haya provocado repugnancia. Tal vez no. Tal vez lo hayas equiparado a una película de terror con litros y litros de líquido rojo emulando la sangre humana. Tal vez no. Lo cierto es que todo pasa a la vista de todos. Si necesitas ocupar algo hazlo a la vista de todos.
Entonces, ¿cómo vencer el odio? Este escrito revela, por contraste, el camino a seguir. No necesitamos que otros nos señalen lo que ya conocemos en nuestro interior. A través de la historia de la civilización, incontables mártires han entregado sus vidas para iluminar este sendero, un camino ya claramente visible en nuestra capacidad de discernir entre el bien y el mal.
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