El costo de la vida: subir para caer

«La paradoja de la abundancia es que a menudo genera escasez.»


La economía es un teatro donde los actores —precios, salarios e inflación— no siempre se alinean en una obra coherente. En Colombia, este año, el telón se levantó con una noticia alentadora: un aumento del salario mínimo del 9,53 %, superior a la inflación acumulada del Índice de Precios al Consumidor (IPC) a 2024, que se ubicó en un 5,2 %. A primera vista, esta decisión parecía una victoria para los trabajadores, una ráfaga de esperanza en un mar de incertidumbre económica. Pero en el trasfondo, otra historia se gestaba, una que pone en jaque las finanzas de las familias y el equilibrio de los mercados.

Cuando los bienes y servicios, en lugar de ajustar sus precios de acuerdo con la inflación, lo hacen basándose en el incremento del salario mínimo, se abre la puerta a la carestía, esa sombra implacable que recorre los hogares de los más vulnerables.

La inflación, esa «llama invisible» que todo lo consume, mide el aumento generalizado de los precios de una canasta básica de bienes y servicios. Cuando los precios se incrementan más allá de este indicador, como ha sucedido en Colombia, el resultado es un desajuste que recae directamente sobre el bolsillo del ciudadano común.

Imaginemos que la inflación es como un río que fluye lentamente, mientras los precios, al ritmo del salario mínimo, son rápidos torrentes que desbordan las riberas. Este desbordamiento se traduce en una pérdida de poder adquisitivo. Productos básicos como los alimentos, el transporte y la vivienda —necesidades primarias que deberían mantenerse al alcance— se vuelven cada vez más costosos.

Cuando un litro de leche o un pasaje en el transporte público cuesta más no por el costo real de producción, sino porque el salario mínimo subió, se genera un círculo vicioso que alimenta el desempleo. Las empresas, especialmente las pequeñas y medianas, no pueden soportar el incremento de sus costos operativos y reducen su personal o detienen sus operaciones.

El desempleo, ese monstruo silencioso, acecha en las esquinas de este fenómeno. Aunque un salario mínimo más alto es una victoria simbólica para los trabajadores, cuando no está acompañado de políticas integrales para contener la inflación y proteger a los empresarios, puede convertirse en un arma de doble filo.

Un propietario de una panadería, por ejemplo, que ahora debe pagar más a sus empleados, probablemente trasladará ese costo adicional al precio del pan. Sin embargo, si los clientes ya no pueden permitirse comprar ese pan debido a los precios elevados, el negocio enfrenta una crisis. Lo que comenzó como una medida para mejorar el bienestar de los trabajadores termina empujándolos al desempleo.

No obstante, no todo es pesimismo. Incrementar el salario mínimo por encima de la inflación también tiene beneficios si se maneja adecuadamente. Por un lado, fortalece el consumo interno al dar a las personas mayor poder adquisitivo, lo que puede dinamizar sectores económicos específicos. Por otro, es un paso simbólico hacia la reducción de la desigualdad.

Un salario más alto es como un faro que ilumina el camino hacia un desarrollo más justo. Sin embargo, este faro debe estar bien anclado en tierra firme: políticas públicas sólidas, generación de empleo y estabilidad económica.

Algunos países han demostrado que el incremento salarial puede convertirse en un motor de desarrollo, siempre que se acompañe de medidas complementarias, por  ejemplo en países desarrollados ha funcionado de manera apropiada:

Alemania: el salario mínimo en Alemania es revisado periódicamente y ha crecido significativamente desde su implementación en 2015. Este aumento ha ido acompañado de políticas de capacitación laboral y apoyo a las pequeñas y medianas empresas, lo que ha permitido un incremento en el poder adquisitivo sin perjudicar el empleo.

Australia: reconocido como uno de los países con el salario mínimo más alto del mundo, Australia ha logrado mantener bajas tasas de desempleo gracias a un sistema de negociación colectiva que equilibra los intereses de empleadores y empleados. Además, las políticas de subsidios a empresas han ayudado a amortiguar el impacto de los aumentos salariales.

Nueva Zelanda: en Nueva Zelanda, el salario mínimo se ha incrementado consistentemente durante la última década. Este país complementa los aumentos salariales con una sólida red de seguridad social y programas para mejorar la productividad laboral, minimizando el impacto inflacionario.

Estos ejemplos muestran que un incremento salarial no tiene por qué generar carestía o desempleo si se implementa dentro de un marco de políticas coherentes y sostenibles.

Para mitigar el impacto de la carestía y evitar que el incremento salarial derive en un problema social, es vital implementar medidas que estabilicen la economía y protejan a los más vulnerables. Algunas recomendaciones clave son:

Control de precios esenciales: establecer regulaciones temporales sobre productos básicos para evitar que aumenten desproporcionadamente frente al salario mínimo.

Fomento a la productividad: impulsar programas que ayuden a las empresas a mejorar sus procesos productivos y reducir costos operativos, lo que permitiría mantener precios competitivos.

Subsidios dirigidos: diseñar subsidios específicos para los sectores más afectados, tanto empresas como familias, asegurando que los productos esenciales estén al alcance de todos.

Reducción de impuestos a las pequeñas empresas: ofrecer incentivos fiscales para que las pymes puedan absorber los costos adicionales derivados del aumento salarial.

Educación financiera para la población: capacitar a los ciudadanos para que manejen eficientemente sus recursos en un entorno económico de alta inflación.

Diversificación del empleo: invertir en sectores estratégicos para generar empleo sostenible que contrarreste el impacto del desempleo derivado de los costos laborales.

Fortalecimiento del mercado interno: promover políticas que incentiven el consumo de productos nacionales y reduzcan la dependencia de bienes importados, minimizando los impactos de la inflación externa.

El incremento del salario mínimo por encima de la inflación es, sin duda, una decisión audaz. Sin embargo, si los precios de los bienes y servicios siguen esa misma escalada, la brecha entre los ingresos y el costo de vida no hará más que ensancharse. En este panorama, la inflación y el desempleo actúan como ecos de un sistema que necesita reevaluarse.

La solución radica en encontrar un equilibrio: un punto donde los salarios reflejen las necesidades reales, los precios respeten la capacidad adquisitiva y el empleo sea una constante, no una excepción. Los ejemplos de países como Alemania, Australia y Nueva Zelanda demuestran que es posible implementar aumentos salariales de manera exitosa si se apoyan con políticas públicas coherentes.

Si Colombia adopta estas lecciones y aplica las recomendaciones aquí planteadas, podrá transformar esta aparente paradoja en una oportunidad para un desarrollo económico justo y sostenible. Con un enfoque integral, el aumento del salario mínimo no será una amenaza, sino un motor de progreso que beneficie a todos los sectores de la sociedad.

Carlos Alberto Cano Plata

Administrador de Empresas y Doctor en Historia Económica, con Maestría en Administración. Experto docente, investigador y consultor empresarial en áreas como administración, historia empresarial y desarrollo organizacional.

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