Querido lector, la posesión de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela no es solo un evento político; es un símbolo preocupante de cómo el orden internacional y las normas que alguna vez regían la convivencia entre naciones están siendo ignoradas sin consecuencias reales. Este acto, respaldado por aliados como Rusia, Cuba y Nicaragua, representa un mensaje claro: los acuerdos, los derechos humanos y los pactos internacionales pueden violarse sin recibir condenas ni rechazos efectivos de la comunidad global.
El caso de Maduro deja una amarga lección. Las sanciones, las denuncias y los llamados a la democracia han resultado ineficaces frente a regímenes que encuentran respaldo en potencias decididas a desafiar el sistema global. Rusia, con sus flotas cerca de nuestras costas en San Andrés y su apoyo militar en Venezuela, muestra que está dispuesta a ignorar el derecho internacional mientras fortalece su presencia en el hemisferio occidental. Nicaragua, con sus reclamos sobre territorio colombiano y su alianza con Moscú, sigue el mismo camino.
¿Y qué ocurre con los guardianes del sistema internacional? Estados Unidos, que alguna vez lideró con fuerza el bloque democrático y capitalista, hoy parece ausente, ocupado en otras crisis globales. Este vacío deja a países como Colombia sin un respaldo firme, y peor aún, con gobiernos como el de Gustavo Petro, que adoptan posturas ambiguas o complacientes frente a estas amenazas. Este escenario no solo debilita nuestras instituciones democráticas, sino que envía un mensaje al mundo: infringir normas internacionales ya no genera condenas ni rechazo real.
Querido lector, este no es solo un problema de Venezuela, Rusia o Nicaragua. Es un llamado de atención para todas las democracias del mundo. Como advirtió Edmund Burke: “Para que triunfe el mal, solo es necesario que los buenos no hagan nada.” ¿Permitiremos que el desprecio por las leyes internacionales se convierta en la norma? El futuro de nuestras democracias y nuestra región depende de la respuesta que demos hoy.
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