Títeres y titiriteros: la inteligencia artificial en la educación y el futuro de las aulas

“La tecnología es un espejo: refleja tanto nuestras virtudes como nuestras miserias”


La educación en tiempos de algoritmos: promesas y paradojas

Imaginemos la educación como una obra de teatro. En escena, los docentes son los actores principales, quienes con pasión y creatividad construyen aprendizajes. En el fondo del escenario, la inteligencia artificial (IA) aparece como un titiritero invisible, jalando los hilos de los procesos educativos, mientras los estudiantes se mueven entre la fascinación por la tecnología y el temor de ser convertidos en simples títeres. Así, la irrupción de la IA en las aulas ha sido tan impactante como un toro irrumpiendo en una cristalería.

Promete personalización y eficiencia, pero a la vez plantea serias dudas sobre la esencia del aprendizaje. ¿Estamos ante una revolución pedagógica que democratizará el conocimiento o una distopía tecnológica que reducirá a los estudiantes a números y patrones?

De la imprenta al algoritmo: una historia de saltos tecnológicos.

La historia de la educación está marcada por hitos que en su momento fueron revolucionarios. La imprenta permitió que los libros dejaran de ser joyas exclusivas de los monasterios. Luego, la radio y la televisión se convirtieron en «tableros electrónicos» que llegaban a los hogares más alejados. Hoy, en la era de la Cuarta Revolución Industrial, los algoritmos prometen ser los nuevos profesores estrella.

Sin embargo, no hay que olvidar que en Colombia el camino de la tecnología ha sido desigual. En las zonas urbanas, los colegios privados pueden presumir de tableros digitales, mientras que, en zonas rurales, un tablero verde y unas tizas siguen siendo artículos de lujo. Como diría un campesino: «Aquí todo está conectado, menos el internet».

La IA: ¿un superhéroe educativo o un vendedor de humo bien vestido?

Figuras como Sundar Pichai y Sam Altman promocionan la IA como si fuera el Capitán América de la educación, prometiendo salvar a los estudiantes del aburrimiento y la mediocridad. ChatGPT, por ejemplo, puede responder preguntas complejas, redactar ensayos y hasta dar consejos de vida (aunque, ojo, sus consejos para el amor todavía son algo robóticos).

Pero, como lo muestra un reciente análisis académico, esta tecnología no es infalible. Sí, ChatGPT puede brillar en problemas matemáticos o programación, pero se queda corto cuando se trata de tareas prácticas como experimentos de laboratorio o la defensa oral de proyectos. Es como ese amigo que te ayuda con los exámenes, pero desaparece cuando hay que presentar el trabajo en grupo.

Por ejemplo, cuando se le pidió resolver un problema de física cuántica, ChatGPT pudo describir las ecuaciones con la precisión de un reloj suizo, pero falló en contextualizar el problema y ofrecer una solución completa. La IA, por ahora, no puede reemplazar el pensamiento crítico que los humanos desarrollamos al enfrentar la incertidumbre.

La IA en Colombia: ¿futuro brillante o realismo mágico?

En el contexto colombiano, hablar de inteligencia artificial en la educación es como hablar de autos eléctricos en medio de un trancón bogotano: interesante, pero lejano. Mientras en algunos colegios de las grandes ciudades se discute sobre cómo integrar la IA en el aprendizaje, en las zonas rurales todavía hay niños que cruzan ríos en canoas para llegar a la escuela. Y no olvidemos a los valientes estudiantes que deben caminar kilómetros para llegar a un colegio donde la electricidad es tan inestable como un político en campaña.

En este escenario, la promesa de una educación personalizada basada en algoritmos suena más a ciencia ficción que a realidad. La brecha digital sigue siendo un desafío que la IA, por sí sola, no puede solucionar.

¿Qué pasa con la evaluación? Una tragedia educativa en tres actos

Uno de los mayores desafíos de la IA en la educación radica en su impacto en la evaluación. Actualmente, los métodos tradicionales, como los exámenes escritos y las tareas, están siendo puestos a prueba por estudiantes que usan herramientas como ChatGPT para «optimizar» (léase: copiar) sus respuestas.

Un análisis reciente exploró cómo ChatGPT enfrentaría un programa universitario de física. Los resultados fueron reveladores: la IA sobresale en áreas como programación y cálculos sencillos, pero tiene problemas en tareas prácticas, evaluaciones orales y problemas interdisciplinarios. En otras palabras, ChatGPT es ese compañero que sabe todo, pero que nunca se ensucia las manos.

Además, el uso no autorizado de IA plantea un problema ético y práctico para las instituciones educativas. Si los estudiantes pueden generar respuestas perfectas con solo un par de clics, ¿cómo podemos garantizar la autenticidad del aprendizaje?

Humanidad vs. algoritmos: un dilema ético en las aulas

La educación no es solo una cuestión de datos y fórmulas. Es un proceso profundamente humano que implica interacción, empatía y la construcción de valores. Como decía Paulo Freire, «la educación verdadera es praxis: reflexión y acción para transformar el mundo».

Sin embargo, la IA carece de esa capacidad de empatía y contexto. Por más avanzado que sea un algoritmo, no puede reemplazar la mirada de un docente que comprende las emociones de sus estudiantes o que adapta su enseñanza a las dinámicas de un aula.

Además, depender exclusivamente de tecnologías desarrolladas en el extranjero podría amenazar la soberanía educativa de países como Colombia. Yuval Noah Harari advierte que la tecnología no es neutral; está impregnada de los valores y objetivos de sus creadores. En este sentido, es vital que las soluciones tecnológicas se adapten a los contextos locales y no sean meras imposiciones externas.

Imaginemos la educación como un jardín. Los docentes son jardineros que cuidan cada planta, adaptando sus técnicas a las necesidades de cada flor. La IA, en cambio, es una máquina de riego automatizada: eficiente, pero incapaz de distinguir entre una rosa y un cactus. ¿El resultado? Algunas plantas florecen, otras se ahogan y otras quedan secas porque, claro, el algoritmo no entendió que los cactus necesitan menos agua.

Y hablando de algoritmos, si seguimos así, ¿qué será lo próximo? ¿Tostadoras impartiendo clases de historia? Aunque, pensándolo bien, algunas tostadoras parecen más emotivas que ciertos directores de colegio.

Ante este panorama, la integración de la IA en la educación requiere estrategias que combinen innovación y humanidad. Estas son dos propuestas clave:

  1. Reformar las evaluaciones: Métodos como exámenes presenciales, laboratorios supervisados y evaluaciones orales son esenciales para garantizar que los estudiantes demuestren competencias reales. Estas estrategias no solo reducen la dependencia de la IA, sino que también preservan la autenticidad del aprendizaje.
  2. Adoptar la IA de manera crítica: Más allá de resistir el cambio, las instituciones educativas deben enseñar a los estudiantes a usar la IA como una herramienta complementaria, no como un sustituto. Esto incluye desarrollar habilidades de pensamiento crítico, análisis ético y resolución de problemas en contextos reales.

La inteligencia artificial es, sin duda, una herramienta poderosa, pero no puede reemplazar lo que nos hace humanos: nuestra capacidad de razonar, empatizar y adaptarnos a la complejidad del mundo.

En un país como Colombia, donde las realidades educativas son tan diversas como sus paisajes, es crucial encontrar un equilibrio entre la innovación tecnológica y los valores fundamentales de la educación. La IA puede ser un aliado, pero solo si se integra de manera reflexiva y ética.

Así que, mientras los titiriteros tecnológicos continúan perfeccionando sus algoritmos, no olvidemos que la educación es mucho más que eficiencia y datos. Es el arte de nutrir mentes y corazones, de transformar vidas y de construir un futuro que, esperemos, sea tan humano como inteligente. Y si eso significa que los estudiantes sigan dibujando en tableros verdes con tizas mientras otros usan tableros digitales, pues que así sea. Al menos, ambos tienen el mismo objetivo: aprender, crecer y soñar.

Carlos Alberto Cano Plata

Administrador de Empresas y Doctor en Historia Económica, con Maestría en Administración. Experto docente, investigador y consultor empresarial en áreas como administración, historia empresarial y desarrollo organizacional.

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