Despertar, son casi mis 30. Fracasé con éxito 5 veces tratando de huir de aquí, de mí (…) El sol sale día a día en mi esfuerzo por compensar los sanos niveles de dopamina mientras corro, corro y me hago metáfora como el tiempo. Medrar es el olvido.
Los muros de esta fortaleza mental son tan altos que escucho mi silencio, he aprendido a estar sola con las voces en mi cabeza sin dejarme seducir por su dramático caos, soy consciente de la resistencia de mi cuerpo en la disciplina forjada en una escuela para hombres, no es solo suerte el hecho material de que todavía respire.
Comprendo la maravilla de mi biología reproductora, aunque sigo sin encajar en la superficialidad de los roles de género como esta sociedad ideologizada demanda, entro crisis con sus estándares cada noche al volver a mi cama, pero apuntalo mi cordura en el pensamiento de que percibimos una realidad absurdamente distorsionada. Lo cierto es que las flores se marchitan y la fertilidad al envejecer pasa.
En el mundo de las ideas me intimidó la arrogancia, así que opté por escribir a mano y en secreto mis propias lágrimas. Ahora observo cómo no estoy sangrando sobre la página y que mis heridas de abandono están cicatrizadas, que estoy conquistando la paz que tanto quise aun cuando mi corazón todavía palpita y en el romance aguarda.
A veces recuerdo cómo de niña en mi familia “egoísta” me llamaban por sucumbir largas horas a los libros y no a la aprobación de niños que creían que con el bullying solo jugaban; que Dios me perdone por quienes en mi alma estoy enterrando como abono para sembrar las espinosas enredaderas que adornan las paredes que como individuo autónomo de las opiniones del mundo me separan.
Quisiera algún día desahogar las noches en las que la libertad casi me mata para agradecer a los ángeles que, como inesperados extraños desconocidos, al rescatarme se revelaban. He hecho de mi vida una épica aventura que me cuesta la estabilidad con la que muchos sueñan pero que íntimamente yo ni por imaginación sentía merecer y menos experimentaba. El daño capaz de causarme, de cualquier afecto me distanciaba.
Solo en mi habitación esta oscuridad se ve clara, desde aquí pedir ayuda es empatizar con que no soy la única persona quebrantada, en mi lugar puedo hablar hasta dar con la declaración de rencillas insospechadamente acumuladas contra mí misma y contra quienes amaba. Idiotas los envidiosos porque no entienden del dolor que se transmuta para lograr una sonrisa que brille con esperanza.
Hacerme responsable me devuelve el poder que de las víctimas y de los pobres los tiranos arrebatan. Aceptarme hace que la culpa se redefina y mi humanidad comprenda la potencialidad de ser vulnerable al momento de transformar las circunstancias; todo, si así se elige, cambia.
Incendié mi hogar porque mi autoestima se quemaba.
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