El miedo a viajar: hodofobia y los viajes al exterior

“El mundo es un libro, y quien no viaja solo lee una página”.


Para los hodofóbicos, este libro se convierte en un volumen cerrado, custodiado por candados de miedo e inseguridad.

Salir de casa para muchos es un acto cotidiano: cerramos la puerta, revisamos que las luces estén apagadas y nos lanzamos al mundo con la certeza de que volveremos. Pero, ¿qué sucede con aquellos para quienes la mera idea de viajar, especialmente al extranjero, es un monstruo de siete cabezas? La hodofobia, ese pavor irracional a desplazarse, se convierte en un obstáculo monumental cuando el destino implica un cruce de fronteras, lenguas desconocidas y costumbres exóticas. Es una fobia que encapsula a sus víctimas en una burbuja de temor, aún más reforzada por los retos inherentes de los viajes internacionales.

Imaginemos a Clara, una mujer de mediana edad cuyo pasaporte es tan virgen como la nieve en las cumbres del Himalaya. Vive en un pequeño barrio donde el punto más exótico es la panadería que vende croissants congelados. Cuando alguien menciona la palabra “viaje al extranjero”, su mente no evoca playas paradisíacas ni monumentos históricos, sino un desfile de cámaras de seguridad, terminales de aeropuerto y pasaportes robados. Su corazón late con la intensidad de una fiesta electrónica, pero no de emoción, sino de terror puro. Porque, para los hodofóbicos, cruzar una frontera es tan intimidante como enfrentar un juicio por un delito que no cometieron.

En esta era de influencers que venden la vida nómada como el nirvana moderno, la hodofobia parece un chiste cruel del destino. “¿Viajar? ¿Yo? ¡Ni loca!”, exclama Clara mientras se excusa con frases como “el avión es peligroso”, “en otros países no se habla español” o “los hoteles son trampas para turistas desprevenidos”. En el fondo, su mayor temor no es el trayecto en sí, sino lo que significa: abandonar el conocido confort de su hogar por un caos imaginado, lleno de mapas ininteligibles y costumbres incomprensibles.

La sociedad, claro, no perdona. “¿Cómo es posible que no hayas salido nunca del país?”, preguntan con la superioridad de quienes acumulan sellos en el pasaporte como medallas de guerra. En un mundo donde viajar es sinónimo de prestigio, aquellos que sufren hodofobia internacional son etiquetados como “poco aventureros” o “encerrados”. Pero la realidad es más compleja. La hodofobia no es sinónimo de pereza o capricho, sino un trastorno real, una manifestación de ansiedad que encapsula el alma en una burbuja de inseguridad, aún más intensificada por la distancia y las diferencias culturales.

Los psiquiatras, cuentan historias que rozan lo trágico y lo cómico a partes iguales. Está el caso de Mario, un hombre de 40 años que canceló una oportunidad laboral en Alemania porque estaba convencido de que nunca podría aprender a pronunciar “Guten Morgen” sin sonar como un villano de película. O el de Ana, quien pagó un tour a París, pero no logró subirse al avión porque le pareció que la fila de inmigración en el aeropuerto era “una trampa para retenerla por siempre”. Las excusas el van desde lo pragmático (“y si pierdo el vuelo?”) hasta lo absurdo (“en ese país seguro no saben cocinar como aquí”).

Los psicólogos organizacionales también han identificado un impacto profesional significativo. En un mundo laboral globalizado, donde se valora la movilidad y la adaptabilidad, la hodofobia internacional se convierte en una barrera seria. ¿Cómo competir por un ascenso que requiere liderar proyectos en el extranjero cuando la idea de subir a un avión te hace sentir como si estuvieras escalando el Everest? Clara, por ejemplo, rechazó un ascenso porque implicaba asistir a una conferencia en Tokio. “Prefiero mi escritorio y mi café de siempre”, dijo, intentando disimular su ansiedad con una sonrisa forzada. Pero, ¿es menos valiosa como profesional por ello?

La hodofobia internacional también expone un contraste cultural interesante. En países donde viajar es visto como un lujo, el miedo al extranjero se disfraza fácilmente como “prudencia financiera”. Sin embargo, en lugares donde viajar es casi una norma social, esta fobia se convierte en un estigma. Pero la realidad es que la hodofobia no distingue entre clases sociales ni geografías. Puede afectar tanto al estudiante que rechaza una beca en el exterior como al ejecutivo que se pierde de cerrar un gran negocio porque no puede enfrentar un vuelo intercontinental.

Entonces, ¿cuál es el camino hacia la liberación? Tratar la hodofobia no es fácil, pero tampoco imposible. Las terapias cognitivas y conductuales han demostrado ser efectivas para desmantelar los miedos irracionales y reemplazarlos con pensamientos más adaptativos. Algunos pacientes encuentran útil empezar con “viajes simulados”: actividades donde se exponen a escenarios similares al viaje real en un ambiente controlado. Otros necesitan apoyo farmacológico para manejar los niveles de ansiedad. Y, en muchos casos, la comprensión y paciencia de sus seres queridos juegan un papel crucial.

Sin embargo, también debemos cuestionar la narrativa que glorifica los viajes internacionales como la única manera de crecer y aprender. ¿Por qué medir el valor de una persona por la cantidad de fronteras que ha cruzado? Algunos de los pensadores más brillantes de la historia pasaron sus vidas en un solo lugar, explorando los vastos paisajes de la mente en lugar de los físicos. Quizá, en lugar de empujar a los hodofóbicos a enfrentar sus miedos a toda costa, deberíamos encontrar maneras de incluirlos en la sociedad globalizada sin forzarlos a salir de su zona de confort.

La hodofobia internacional nos recuerda que, aunque los mapas modernos estén libres de dragones, los que habitan nuestra mente siguen siendo reales. Y quizá, solo quizá, el primer paso para derrotarlos sea aceptar que no todos estamos destinados a cruzar fronteras. Algunos, como Clara, libran sus batallas en los aeropuertos de su imaginación, con valentía y a su propio ritmo. Porque al final, no se trata de cuánto viajas, sino de cuánto creces, incluso si lo haces desde el lugar que llamas hogar. 

Carlos Alberto Cano Plata

Administrador de Empresas y Doctor en Historia Económica, con Maestría en Administración. Experto docente, investigador y consultor empresarial en áreas como administración, historia empresarial y desarrollo organizacional.

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