“(…) gotas que se unen formando charcos de gente (…)” Tres H – El despertar.
Colombia vuelve a dar una razón más para reafirmar la sensación de que sus ideales están fragmentados y desconectados de sí mismos y que realmente nos da miedo enfrentar, con las responsabilidades que ello implica, los problemas que son evidentes en nuestra sociedad. En lugar de buscar soluciones colectivas claras y que ataquen de raíz los graves problemas sociales y políticos que enfrenta el país, lo único que prevalece es aplicar soluciones superficiales sobre un problema que tiene en pánico a la sociedad.
Recientemente, se aprobó en el Congreso un proyecto de ley, pendiente solo de la sanción presidencial, que modifica el artículo 154 del Código Civil, incorporando un nuevo numeral sobre las causales del divorcio y que se relaciona directamente con la reforma que se propone al artículo 156 de la misma norma, en tanto habilita a cualquiera de los cónyuges para presentar la demanda de divorcio. Esta modificación ha sido bautizada como “divorcio exprés”, ya que permite que, con la voluntad de uno de los cónyuges, la relación conyugal se dé por disuelta y se inicie el proceso de liquidación patrimonial.
Aunque esta modificación tiene ciertos aspectos positivos, como el avance hacia una mayor equidad dentro de la pareja y el reconocimiento de la individualidad de los cónyuges, el enfoque no resuelve la raíz del problema: la violencia intrafamiliar. Esta violencia no solo se perpetua en las dinámicas familiares, sino que de una u otra manera se va replicando generación tras generación.
Es cierto que es una medida en la cual, uno de los cónyuges puede finiquitar con la violencia que se vive dentro de su hogar, pero la observo como una medida desesperada, pues vivir en un entorno de violencia es algo desgastante y angustiante. En ese contexto, dicha desesperación puede llevar a tomar decisiones impulsivas que no logran resolver de manera integral el problema. Aún sigue faltando el ingrediente más importante para mermar de manera más drástica la violencia que puede haber dentro de los hogares y que puede repercutir en los niños de la manera más agria. El pensar solamente que con un “divorcio express” se le da fin a la problemática, da origen a la separación como forma de violencia, pues no solo es la violencia intrafamiliar la que genera un trauma grande en los niños, como seres que deben ser considerados como el futuro de nuestra sociedad. La separación, como forma de violencia, crea vacíos afectivos que se ven replicados en una baja autoestima que conlleva a una sociedad enferma mental y con falta de creencia en sí misma.
Hablando, como se dijo anteriormente, de la separación como un tipo violencia hacia el ser humano, en su esencia, parece buscar siempre una forma de hacerlo. Nos convertimos en seres fríos, indiferentes, desconectados no solo de los problemas sociales, sino también de los conflictos internos que nos afectan. La búsqueda constante de separación se ha vuelto una tendencia en nuestra sociedad, y todo esto tiene su origen en una desconexión espiritual que, de alguna manera, atormenta al ser humano. Nos cuesta enfrentarnos a nosotros mismos, y el proceso de autoconocimiento, lejos de liberarnos, nos paraliza, creando, por ejemplo, ideales políticos polarizados como “izquierda” y “derecha”, que en muchos casos solo buscan el poder en un territorio sin una verdadera convicción sobre lo que representan. Estos ideales, a menudo vacíos, siguen siendo usados para separar y dividir más que para unir.
La inclusión o la forma de unir, como forma de darle solución a la separación, no radica únicamente en la manera en que nos expresamos ni en las palabras que utilizamos para definir las situaciones. La verdadera inclusión comienza cuando, a pesar de nuestras diferencias, reconocemos al otro, escuchamos su opinión y aceptamos nuestras falencias. La inclusión verdadera invita a la reflexión sobre el amor propio, ese que nos permite reconocer que, a pesar de nuestras diferencias, estamos unidos en lo esencial. Aceptar al otro, pedir disculpas y reparar los errores que cometemos frente a él, es la base de una sociedad más humana.
Desde una perspectiva social, la historia nos muestra cómo los ideales de inclusión, por más pacíficos y constructivos que sean, han sido muchas veces censurados con una violencia desmesurada. Grandes figuras como Mahatma Gandhi, Martin Luther King o John F. Kennedy, quienes abogaron por la unión y la paz, fueron atacados con dureza por desafiar el statu quo de sus respectivos tiempos. La inclusión espiritual, que se basa en la comprensión de que todos somos parte de un todo, sigue siendo un ideal que pocos comprenden y que muchos temen.
Dicha incorporación, en el ámbito de la familia, como base nuclear de la sociedad, debe estudiarse o realizarse desde la enseñanza de valores como la tolerancia, el respeto hacía uno y hacia el otro, el perdón, la empatía, la solidaridad, la justicia, entre muchos otros que existen. La lista es tan larga que es por ello por lo que se dificulta realizarlo, sumándole que se deben enseñar de manera conjunta, pues un padre cuando forma o cría a su hijo lo debe hacer de manera integral y no optando por utilizar únicamente ciertos valores.
El filósofo Guru Pathik, personaje animado, en su profunda sabiduría, lo dijo con claridad: “La única ilusión que existe es la de la separación”. Y quizás, en este mundo tan dividido, esta frase debería ser nuestro faro para la resolución de problemas.
En conclusión, no se trata de defender la sacralidad del matrimonio o de afirmar que nunca debe disolverse, pues el conformar una familia, contraer matrimonia y disolverlo es una muestra de la libertad que poseemos y por lo tanto un derecho que debe ser protegido. Ni tampoco implica que dicho proyecto de ley sea inútil en su totalidad, pues es evidente que, en algún momento de una relación, el amor puede extinguirse, y ello puede llevar a la disolución del vínculo y más si hay violencia intrafamiliar de por medio. Sin embargo, si de verdad se quiere solucionar el problema de fondo, se necesita un enfoque más profundo y que sería el ingrediente necesario para empezar a mermar de manera drástica la violencia intrafamiliar sin tener que acudir a la separación: educar, de manera constante y progresista, a los colombianos en valores y principios que fomenten la empatía, la comunicación y la resolución pacífica de los conflictos. Optar por que el colombiano tenga un acceso constante a la educación racional y emocional que le abra la perspectiva de la vida y que no se quede con el facilismo, sino que, si se va a buscar una solución, sea la adecuada ante determinado problema.
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