“El derecho, como la poesía, es un intento de dar sentido a lo ininteligible, de proporcionar una estructura a lo caótico.” – Antjie Krog
El pasado no es un espectador silencioso en nuestra vida; es el músico que afina las cuerdas de nuestra existencia. La melodía que tocamos hoy lleva siempre el acompañamiento del pasado, es decir, la melodía de nuestra vida lleva el acompañamiento del pasado, sus ecos resuenan en cada nota, dándonos identidad, contexto y sentido. Esta frase, más que una reflexión poética, es una verdad que me ha acompañado desde el día en que alguien especial la compartió conmigo. Su inteligencia, luminosidad y delicadeza como un tulipán floreciendo en un jardín lleno de sabiduría, no solo me hizo escuchar estas palabras, sino que me inspiró a comprenderlas. Pues es una realidad tangible y una pieza esencial de cómo entiendo el Derecho, la Literatura y, en última instancia, la vida misma.
El Derecho, con su formalidad de dictámenes y códigos, pareciera carecer de esa musicalidad que la literatura despliega con facilidad. Sin embargo, basta observar de cerca para describir que sus principios se apoyan en la historia, en precedentes que actúan como un bajo continuo, marcando el ritmo de la justicia. Cada ley es un intento de armonizar conflictos del pasado para construir un presente más equilibrado. Pero, al igual que una partitura incompleta, las leyes no siempre capturan la totalidad de la sinfonía humana.
Es ahí donde la Literatura alza su voz, como un violín apasionado que interpreta aquello que el Derecho no puede abarcar. La obra de García Máruez en Crónica de una muerte anunciada es un ejemplo magistral de cómo el pasado, ese acompañamiento constante, guía incluso las decisiones más incomprensibles. ¿Cómo se explica que todo un pueblo, sabiendo del inminente asesinato de Santiago Nasar, no hicieera nada para deternerlo? La respuesta no está en la lógica, sino en la memoria colectiva, en los ecos de honor y culpa que resuenan más fuerte que cualquier norma.
El Derecho intenta, con sus herramientas, crear un orden para nuestra melodía. En un juicio, cada prueba presentada es una nota, cada argumento un acorde. Sin embargo, hay silencios entre las notas que el Derecho no siempre logra llenar. Esos silencios pertenecen al ámbito de la Literatura. José Saramago, en Ensayo sobre la ceguera, nos recuerda que las instituciones humanas pueden volverse ciegas cuando olvidan que detrás de las leyes hay personas, con sus historias, dolores y contradicciones. El Derecho regula, pero la Literatura interpreta; y en esa interpretación reside la posibilidad de comprender plenamente nuestra melodía como sociedad.
Pero, ¿qué significa que nuestra vida lleva el acompañamiento del pasado? Significa que no somos únicamente lo que hacemos hoy, sino también lo que hemos vivido, lo que nos ha formado y deformado, lo que hemos amado y perdido. En el Derecho, esto se traduce en la importancia de los precedentes: una sentencia no es solo la aplicación de una norma, sino también el eco de decisiones pasadas que buscan continuidad y coherencia. En la Literatura, este acompañamiento es aún más visible. En Cien años de soledad, la familia Buendía vive atrapada en un ciclo interminable de repeticiones, donde esta generación carga las notas que los anteriores dejaron en el longevo resonar.
La vida no empieza en blanco; cada acto que llevamos a cabo está condicionado por los ecos de decisiones previas. Así como una sinfonía no podría entenderse sin sus movimientos iniciales, una sociedad no puede comprenderse sin mirar atrás. En el Derecho, este acompañamiento es el principio de legalidad, la idea de que nada puede existir fuera de la norma establecida por quienes nos precedieron. Pero, ¿qué ocurre cuando el pasado no está en armonía con el presente? La respuesta, a menudo, está en las manos del intérprete.
La Literatura nos enseña que las notas discordantes también son necesarias para avanzar. Harper Lee, en Matar a un ruiseñor, desafía el acompañamiento de prejuicios raciales que guía a su comunidad, buscando una melodía más justa y humana. No se conforma con las partituras ya escritas; su defensa de Tom Robinson es un intento de reescribir la canción de su tiempo, de hacer que el pasado sirva de base, pero no de prisión.
Ambas disciplinas, Derecho y Literatura, coinciden en su necesidad de narrar. Narrar es, en esencia, un acto de memoria: traer al presente lo que fue para entender lo que es y proyectar lo que podría ser. Sin todos los elementos requeridos, el pasado y ningún relato podría tener sentido y por ende, ser entendido.
El desafío está en reconocer que ni el Derecho ni la Literatura pueden componer solos esta melodía. El Derecho necesita la empatía, la profundidad y la intuición que la Literatura aporta para no volverse una máquina fría de reglas. La Literatura, por su parte, encuentra en el Derecho el mar que le permite que sus ideas tengan impacto en el mundo real.
Porque, al final, la melodía de nuestra vida no busca la perfección: busca la verdad. Y esa verdad no es unívoca ni absoluta; es la suma de todas las notas de todos los pasados, que resuenan en nuestro presente, llevándonos hacia lo que anhelamos ser.
REFERENCIAS
Giacomán, L. (2023). ENSAYOS POÉTICOS TOMO i: TEMAS DE AMOR DE PAREJA. Lindy Giacomán.
Lee, H. (2015). Matar a Un Ruisenor. CreateSpace.
Oviedo, J. (1981). Garcia marquez, g. Cronica de una muerte anunciada, bogota, la oveja negra, 1981. Revista de la Universidad de México, 37(7), 38-42. https://biblat.unam.mx/es/revista/revista-de-la-universidad-de-mexico/articulo/garcia-marquez-g-cronica-de-una-muerte-anunciada-bogota-la-oveja-negra-1981
Ricoeur, P. (2003). Tiempo y narración: Configuración del tiempo en el relato histórico. Siglo XXI.
Saramago, J. (1995). Ensayo sobre la ceguera. http://ci.nii.ac.jp/ncid/BA32569896
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