“[…] no podemos desconocer que la sanción a ciertas acciones que afectan la convivencia ha ayudado a mantener normas que tienen un soporte teórico válido, pero no toda corrección debe apelar a sentimientos negativos. Las experiencias significativas positivas son una alternativa a la cual las familias, la escuela y demás instituciones deben girar su brújula formativa.”
No existe un consenso respecto al periodo que abarca cada una de las generaciones sociales o demográficas que aparecieron durante el siglo pasado y las primeras décadas del presente milenio. Numerosas fuentes se refieren al asunto y dan cuenta de una serie de rasgos diferenciadores anclados al contexto que nos permiten entender en parte los conflictos y críticas que una generación hace de la otra. Y aunque hablar de generaciones sociales como un grupo uniforme en el cual deben estar contenidos todos los individuos nacidos en determinado periodo es una generalización apresurada, si conviene que destaquemos que esta propuesta teórica de clasificar a un grupo poblacional de acuerdo a su condición espacio-temporal nos permite identificar puntos álgidos que demandan una reflexión cuidadosa; más aún, cuando el vínculo tecnológico, especialmente el construido desde las redes sociales, ha unificado en gran parte los ideales de ser de cada individuo.
En este sentido, uno de los términos que más impacto ha cobrado en los últimos años es el de generación de cristal, para referirse de manera peyorativa a la también denominada generación Z, aunque en algunas fuentes se ha establecido una diferencia, ubicando a la generación de cristal desde el año 2010. Así, se dice por parte de algunos miembros de otros grupos generacionales, principalmente de los Boomers (nacidos entre 1946 y 1965) y la generación X (nacidos entre 1965 y 1980), que las últimas generaciones son “frágiles, débiles, flojas, perezosas o sensibleras”; algo que visto en detalle puede ser problemático, pues afirmar tales cosas de toda una generación desconoce la existencia de las particularidades individuales y termina por validar otro conjunto de estereotipos que se suman a los que ya existen a nivel de nacionalidad, grupo étnico, clase social, género o especie.
Pero veamos este fenómeno desde un enfoque más teórico:
Muchas de las luchas actuales están fomentadas por la noción de indignación, algo de lo cual bebe la generación actual. Sin embargo, este sentimiento de afectación por el presente y anhelo de un mejor futuro no es nuevo. Ya en la segunda mitad del siglo pasado con la perspectiva del poder desarrollada por Foucault y el auge de los enfoques críticos nacidos de una resignificación de la dialéctica marxista, toda la esfera cultural se convirtió en objeto de lucha de poderes, bien sea a través de los discursos o de las prácticas institucionales, y aunque debemos aclarar que tanto Marx como Foucault enmarcaron su trabajo a su contexto, la maleabilidad que presentaban sus postulados, ha permitido que gocen de vigencia hasta nuestra actualidad. De hecho, si trasladamos, a riesgo de desconocer el sentido real del autor, con la estructura dialéctica inaugurada por Hegel en el siglo XIX, podríamos explicar parte del conflicto generacional que ha hecho de la convivencia diaria un asunto de mayor cuidado.
En la Fenomenología del espíritu, principal obra de Hegel, a parte de la dificultad argumentativa, tenemos unos elementos formales que al ser puestos en un contexto nos permiten dar cuenta de la realidad del presente, y pese a no haber una mención a la estructura dialéctica como generalmente se explica: tesis, antítesis y síntesis, pues se trata de nombres acuñados posteriormente, si puede ser una valiosa herramienta de lectura para el presente, que es bastante similar a la que se ha usado para dar sustento a las distintas luchas sociales que se han forjado hasta nuestros días. En la dialéctica hegeliana, el movimiento que tiene el espíritu o razón a través de la historia deja como resultado maneras particulares de relacionarse con la totalidad de lo existente. Esto da como resultado la cultura. La cultura es la manifestación del espíritu haciéndose uno con el medio en favor de una continua búsqueda de afirmación lógica, es decir identidad. Llevado a nuestra discusión, la tensión que se ha venido desarrollando entre generaciones que abogan por un cambio o por mantener una tradición, dialécticamente obedecería a la necesidad de traer un cambio a un modelo cultural que no responde a las dinámicas que de fondo se están dando. Como consecuencia, la llamada generación de cristal se presenta como la antítesis de un statu quo que es la tesis forjada en siglos de tradiciones que en muchos casos tratan de huir de su caducidad. Ahora bien, con las dos anteriores restaría la síntesis: ¿Cuál es el resultado temporal de este choque de maneras de ver y existir en la totalidad?
Los efectos en muchos campos han sido preocupantes, pero en el fondo es un problema que parte de una base filosófico de antaño y consiste en pensar los límites semánticos y pragmáticos de los conceptos que dan forma a nuestro actual modelo cultural. La educación, por ejemplo, con el sistema de evaluación, los currículos, el acceso y por supuesto, el sistema de sanciones se haya en un momento bastante delicado, el cual se vio potenciado por la crisis tecnológica durante la pandemia COVID19. La autoridad de docentes y familiares se ve interpelada por la exigencia de las nuevas generaciones a actuar con mayor preponderancia en el sentir y la heterogeneidad que a un saber memorístico vacío que tenía en el modelo militar prusiano su estandarte. No obstante, al matizar la situación, vemos que hay más aristas que abordar. Centrémonos por un momento en la noción de sanción, llamada usualmente castigo, y que era usada como único recurso formativo en las escuelas y hogares. La máxima: “la letra con sangre” era el rótulo de enseñanza en muchos lugares. Un sistema de castigo como respuesta a una falta formó el carácter de varias generaciones, al punto que muchos individuos agradecen a ese modelo su “carácter trabajador, disciplinado y echado pá lante”. Ahora bien, no podemos desconocer que la sanción a ciertas acciones que afectan la convivencia ha ayudado a mantener normas que tienen un soporte teórico válido, pero no toda corrección debe apelar a sentimientos negativos. Las experiencias significativas positivas son una alternativa a la cual las familias, la escuela y demás instituciones deben girar su brújula formativa.
Finalmente, si hay algo que las generaciones anteriores a la millennial (nacidos de 1981 a 1996) han usado como símbolo de orgullo es su capacidad de resiliencia. Por supuesto, parte de una resolución dialéctica implica acoplarse y eso, de fondo, demanda resistir en favor de una superación de la negatividad. Pero una cosa es resistir y otra es soportar en detrimento de mejores posibilidades de realización. Así, conductas reprochables que están saliendo a la luz, como, por ejemplo, a través de denuncias, obedecen a una superación de la negatividad que representaba esa resiliencia. Las generaciones pasadas naturalizaron actitudes violentas bajo el marco de la tradición y las instituciones de su tiempo, tal es el caso de la institución familiar la cual se prestó a toda suerte de formas de violencia en favor de mantenerse unida. Este panorama nos revela que el conflicto generacional responde a cambios propios de la actividad humana. Sin embargo, esto no se traduce en una asimilación inmediata; a nivel psicológico, normativo e institucional pueden darse formas de negación aquellos cambios. Entonces, la aparición de la llamada generación de cristal obedece al movimiento natural del ser humano afirmándose desde su propia negación. Y aunque hay aspectos en la lectura hecha al presente por parte de la generación actual que revelan una radicalidad que no favorece el dialogo, este hecho no debe diluir la responsabilidad que las generaciones anteriores en anclarse en la idea de tiempos pasados mejores, pues cada época carga con sus dificultades y establecer críticas sin una evaluación del contexto nos lleva a emir juicios soportados únicamente en anacronismos.
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