Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
Las palabras homógrafas son aquellas que se escriben igual, pero tienen significados diferentes. Bota, por ejemplo, es uno de esos términos que cumple a cabalidad (para nada es una referencia a Maria Fernada Cabal) con la norma referida. Existe la bota en la que se almacena el vino, la acción verbal que implica desechar algo y aquella (bota) que se refiere a un tipo de calzado que es usado en el campo por los campesinos, pero también por grupos armados (legales e ilegales).
Seguramente desconociendo mucho de esto, días atrás, un congresista de la República de colombia (Miguel Polo Polo) decidió bota(r) a la basura unas bota(s), artísticamente intervenidas, que las madres y familiares de los denominados “falsos positivos” (civiles ejecutados extrajudicialmente por las Fuerzas Armadas y presentados como guerrilleros dados de baja en combate) habían instalado en el Congreso para que ese crimen dejara de ser invisibilizado, máxime cuando en el país se han escuchado decenas de versiones de integrantes de la Fuerza Pública que han reconocido su participación en ese delito, y la JEP (Justicia Especial para la Paz), después de una juiciosa investigación, encontró pruebas para sindicarlos, por lo menos, en 6.402 casos.
Una curiosidad de todo esto es que la etimología de la palabra bota, en su acepción de calzado, proviene del francés botté que a la vez se relaciona con el concepto de sabotaje, asociado, este último, con los Sabots, personajes que en la Francia del siglo XVIII se dedicaban a sabotear/obstaculizar procesos, especialmente, de producción industrial. Además, Sabot es un cruce de términos franceses, bote (bota) y savate (zapatilla).
Por ende, no es descabellado pensar que aquellos que pusieron botas a civiles asesinados a sangre fría, otros que las impusieron a menores de edad para reclutarlos en sus filas y los que hoy las botan en las canecas de la basura, no son más que saboteadores/destructores de vidas inocentes, de familias, de infancias y de símbolos de memoria de las víctimas.
Hechos como estos deben hacernos reflexionar como sociedad y a pesar de las diferencias, entender, como lo afirma el padre Francisco de Roux, ex-presidente de la Comisión de la Verdad de Colombia: “Lo único que no nos puede dividir es el dolor de las víctimas”.
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