Tengo claro que la guerrilla del ELN no responde a ultimátums, que su disposición en los procesos de paz no se reduce al tiempo de un Gobierno o se limita al tejemaneje electoral, que no se anda con afanes o con premuras; total, es la guerrilla con más experiencia en procesos de negociación en la historia de la humanidad y con 60 años de “lucha armada” ya superó el récord de perdurabilidad para estructuras insurgentes que, en principio, se creaban para operar pocos años mientras el ímpetu revolucionario se tomaba “el cielo por asalto”.
Estoy seguro de que a los elenos poco les importa que Petro tenga el sol en la espalda, o, que su proceso de diálogo, siendo el que más ha avanzado en su extendida experiencia negociadora, llegué a un punto de no retorno con el Gobierno que ha demostrado tener la mayor disposición para incluir algunas de sus reivindicaciones históricas, articular sus agendas locales -solo hay que recordar los Diálogos Regionales Vinculantes-, y especialmente, no trazar líneas rojas en dos aspectos que el establishment tradicional y corrupto considera intocables: el modelo económico y el régimen político.
Personalmente, nunca creí que tras la victoria de Petro la cuestión elena se resolvería en algunos meses -el candidato Petro habló de tres meses-, no, tenía claro que sería un proceso difícil y que implicaría una negociación muy dura, pero sí creí, tal vez dominado por una expectativa ingenua, de que sí sería el Gobierno que crearía las condiciones para avanzar en agendas integradoras con todos los actores del conflicto, acordando transformaciones específicas y convirtiendo en “fin del conflicto” en una realidad más allá de la promesa incrustada en un papel.
Sí, ahora sé que fui bastante ingenuo, y en mi defensa, sentí que por la novedad de ver a la izquierda llegar por primera vez al poder en un país presidencialista, tanto el método de negociación como la disposición de los actores armados sería diferente al observado en los gobiernos de derecha. Dicha consideración formó parte del núcleo originario de la Paz Total, y bueno, ya sabemos eso en qué va.
Volviendo a los elenos, su disposición de arranque fue total aunque rápidamente perdió tracción. El proceso se empantanó en una seguidilla de acusaciones sobre incumplimientos varios; la confianza se erosionó a tal punto que la delegación de la guerrilla dejó de asistir al Mecanismo de Monitoreo y Verificación del Cese al Fuego Bilateral -uno de los mayores logros-, y X hizo de las suyas con el primer comandante Antonio García convertido en la caja de resonancia de una crónica del fracaso anunciado (para deleite de la derecha).
Hacia afuera las expectativas ciudadanas en torno al proceso también se fueron erosionando, y las encuestas -esos medidores tan necesarios como obsesivos de lo inmediato- empezaron a mostrar una curva descendente en relación a la confianza en la Paz Total en general y en el proceso con el ELN en particular. De ahí que la pregunta que más viene rodando entre expertos y advenedizos es: ¿Pero qué es lo que realmente quiere el ELN?
Para algunos, el conflicto social y armado ya perdió su dimensión política luego de concluido el proceso de diálogo con las extintas FARC y como consecuencia se degradó en una disputa por rentas criminales -con especial concentración en zonas de frontera-. Esta consideración, con la cual ha jugueteado el presidente Petro en una que otra intervención pública (o el camino de Pablo Escobar, o el camino del padre Camilo Torres, suele repetir), implicaría replantear lo que se entiende por conflicto social y armado en los días que nos asisten, así como las posibilidades para activar nuevos procesos de negociación en el mediano plazo.
Para otros, el ELN ya demostró con creces que no le interesa acceder la receta de curules y tierras que caracterizó el diálogo con las FARC; sus pretensiones ciertamente van más allá y pasan por defender sus imaginarios sobre el poder popular y la resistencia armada. Ya la toma del poder, si eso se traduce en llegar por vía institucional al poder Ejecutivo, no forma parte de sus objetivos, ni en primera persona o en cuerpo ajeno, porque los elenos descreen radicalmente del modelo demoliberal, su división de poderes y sus procedimientos. Su ethos es anti-electoral y anti-democracia representativa. De ahí la pregunta: ¿Entonces, qué quiere el ELN?
Los más avezados se han aventurado a responder: ¡Ni ellos mismos lo saben!
Por eso, no deja de resultar paradójico que esa democracia liberal en la cual descreen sea la que permita, a voluntad y discreción del Gobierno de turno, avanzar en cualquier proceso de diálogo. Y es eso lo que ahora está en juego, porque en pocos meses la cuestión elena estará sobre el tablero de un ciclo electoral que se anticipa complejo, donde la sociedad demandará resultados de continuidad a un Gobierno que prometió el “cambio” o exigirá un cambio del “cambio”; y tal vez, la continuidad de un proceso que no se sabe bien para dónde va no forme parte de sus prioridades más inmediatas.
Solo recuerdo que hacia el año 2017 el entonces candidato presidencial Germán Vargas Lleras -quien se asumía como presidente por derecho divino o línea sucesoria- afirmó en relación al proceso con los elenos que adelantaba Santos: “Tiene las horas contadas, se le va acabando el tiempo”. Esa es la lógica de la derecha.
Y así el ELN no se mueva con tiempos políticos o con afanes electorales, para la derecha el tiempo sí es oro y también es plomo. Así que sacar el devenir del proceso de esa dinámica electoral resulta siendo bastante absurdo, en plata blanca: es ahora o nunca. O por lo menos, si con Petro tampoco se pudo nos deberían responder a la pregunta: ¿Entonces, realmente qué es lo que quiere el ELN?. No me aventuro a dar una respuesta.
*En el portal Isegoría se puede encontrar una serie de columnas, boletines, documentos académicos, y reportajes periodísticos relacionados con el proceso de diálogo con el ELN y con la política de paz. Esta información se puede consultar en https://isegoria.udea.edu.co/
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