Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
En el libro Casa de las estrellas: el universo contado por los niños, escrito por el poeta colombiano Javier Naranjo, la voz infantil se hace presente para definir palabras y conceptos que algunos creerían están lejos del imaginario de niños entre 6 y 12 años. Sin embargo, encontrarse con la definición de Iglesia (lugar donde uno va a perdonar a Dios) que nos brinda Natalia Bueno, de siete años, es darnos cuenta de la profundidad del pensamiento de los más pequeños.
Muchas son las palabras que circulan por este curioso texto que podría fungir, muy bien, como un diccionario, a la manera del diccionario del diablo del escritor norteamericano Ambrose Bierce.
Pero es de la palabra muerte y en especial de su definición que nos interesa hablar en nuestra columna de esta semana. Jorge Andrés Giraldo, un niño de seis años, tuvo la osadía de responder que la muerte era el país, refiriéndose a su Colombia natal, una respuesta que asombra hasta al más defensor de la inocencia de los niños. Su raíz etimológica, aunque proviene del latín (mors – mortis), está asociada con formas de expresión en armenio (meranim), en lituano (mirtis), en irlandés antiguo (marb), en sánscrito (mrtih) y en anglosajón (morb); además, de su núcleo lingüístico derivan palabras como: moribundo, mortal, inmortal, mortificar, entre otras.
Para los antiguos romanos, la muerte estaba personificada en Mors (la variante griega de Tanatos), el cual era descendiente de la noche y estaba hermanado con el sueño. Los judíos, por su parte, hablan del Sheol, lugar en el que duermen los muertos a la espera de la resurrección; en cuanto a los egipcios, estos creían que el muerto transitaba por el inframundo cargado de sortilegios, con el fin de poder presentarse ante Osiris y ser juzgado, por él, con la prueba del peso del corazón. Por su lado, los hinduistas consideran que morir en la ciudad de Benarés permite al creyente liberarse del ciclo de las reencarnaciones y alcanzar el nirvana. Mientras que nuestros antepasados indígenas, rememoraban a sus muertos cada año, rindiéndoles culto y ofrendas, en una festividad que la religión católica convirtió en los días de todos los santos (1 de noviembre) y de los fieles difuntos (2 de noviembre).
En otros contextos, la muerte también ha sido protagonista. Freud, por ejemplo, la relaciona con una pulsión que se contrapone al eros; la medicina la denota como el final de la vida, el cual puede ser bueno, como en el caso de la eutanasia; la filosofía la considera el epílogo de la existencia material e incluso en el ámbito deportivo se habla de la “muerte súbita”, como una estrategia de desempate entre contrincantes.
No obstante, uno de los temas más curiosos en este contexto de la muerte es el del culto popular que se le rinde a la llamada santa muerte, en especial, en países del cono sur del continente latinoamericano (Paraguay, Argentina y Brasil). Una tradición arraigada entre personas que se sienten excluidas de la sociedad y también entre aquellos que eligen el crimen como forma de vida. No en vano, uno de los textos más populares de la década de los 90 en Colombia (aún lo sigue siendo) fue aquel del periodista y escritor Alonso Salazar, cuyo título sintetizó, de manera magistral, lo que los llamados sicarios pensaban sobre la muerte: “No nacimos pa’ semilla”.
Adenda: Otras palabras que puede encontrar en el libro de Javier Naranjo son las siguientes:
Anciano: Es un hombre que se mantiene sentado todo el día (Maryluz Arbeláez, 9 años).
Dinero: Cosa de interés para los demás con lo cual se hacen amigos y no tener esto, hace enemigos (Ana María Noreña, 12 años).
Envidia: Tirarle piedras a los amigos (Alejandro Tobón, 7 años).
Paz: Cuando uno se perdona (Juan Camilo Hurtado, 8 años).
Violencia: Parte mala de la paz (Sara Martínez, 7 años).
Comentar