Luis Tejada, el jovencito que revolucionó el “yo” en el periodismo colombiano | II

A través de la paradoja Tejada afirma cosas que se contradicen y desafían la lógica común, revelando una verdad oculta o generando reflexión. Así, cuestiona percepciones y provoca un pensamiento más profundo sobre la naturaleza de lo establecido


II

El “yo” narrativo en Colombia

Luis Tejada Cano nace el 7 de febrero de 1898 en Barbosa y fallece, a los 26 años, el 1924, en Girardot. Escribe las crónicas entre 1917 y 1923. Sus textos acogen la teoría del Periodismo Personal. Aunque no sea hasta la década de los cuarenta cuando, después de la guerra mundial, los medios americanos usan nuevas técnicas en la redacción para abordar la información del contexto. Aunque, tardaría veinte años para que surgiera el Nuevo Periodismo y el uso en el texto de la primera persona. “Esta forma de escribir ha sido llamada periodismo literario y a mí me parece un término preferible a otras propuestas: Periodismo Personal”. Así lo plantea Norman Sims en “Los periodistas literarios o el arte del reportaje personal”.

No obstante, se dan los primeros acercamientos a un periodismo más personal, en Colombia, en el siglo XIX cuando el presidente Tomás Cipriano Mosquera trajo de Venezuela una imprenta y, con ella, a Manuel Ancínar para que la manejara. Y esto da pie a que se funde, en Bogotá, la imprenta del periódico El Neogranadino. Gracias a esta publicación se pueden rastrear textos como: “La peregrinación de Alpa”, donde Ancínar recorre parte del país en mula y narra las fantasías y los mitos de la gente que visita. También, “Los trabajadores de tierra caliente” de Medardo Rivas, en 1850. Es una especie de diario de viaje protagonizado por un bogotano que se dirige a las orillas del río Magdalena.

Con la fundación de diarios, gacetas y revistas se hacen visibles más escritores. Por ejemplo, la gaceta El Papel Periódico Ilustrado, a principios de la década de 1880, reúne figuras como: Pedro Nel Ospina, Manuel Ancínar, Medardo Rivas, Rafael Pombo, Marco Fidel Suárez, Jorge Isaacs, entre otros. Fue el periódico de la independencia.

En el siglo XX se hacen más guiños a una narración periodística más próxima a la mirada del autor con textos como: “Secretos del Panóptico” publicado en 1905 donde el escritor Adolfo León Gómez narra una especie de diario desde la cárcel. Juan José Hoyos, en “Literatura de urgencia. El reportaje en Colombia: Una mirada hacía nosotros mismos”, afirma que es el primer gran reportaje. Hoyos, también se refiere a la evolución del periodismo patrio: “La modernidad en el periodismo colombiano nos llegó un poco tarde. Estamos hablando del año 1916, cuando Miguel Santiago Valencia y Abelardo Arboleda sorprendieron a los lectores colombianos con una revista gráfica de gran calidad que, con el tiempo, fue definitiva con el desarrollo del periodismo en Colombia. La revista empezó a circular con el nombre de Cromos”.

Entonces aparecen figuras como Miguel Ángel Osorio, más conocido como Porfirio Barba Jacob, quién se ganó la vida escribiendo periodismo. Redactó “El combate de la Ciudadela visto por un extranjero” sobre la revolución mexicana. El periodista y poeta antioqueño, con una escritura incendiaria, hizo comentarios personales en los medios impresos sobre dirigentes políticos que, luego lo exiliaron.

Pero no es hasta 1920, cuando Cromos reúne a los mejores periodistas de Colombia, que aparecen textos de Luis Tejada y Germán Arciniegas. Ambos, renovaron el periodismo objetivo y distante. Los dos entendieron que periodismo literario, como lo denota el mismo nombre: “periodismo literario”, está más cerca de la literatura que del periodismo. Por lo que tomaron decisiones personales. Aunque, para Arciniegas, el gran renovador fue Tejada:

“Tejada no utilizaba la paradoja para buscar verdades. Acariciaba la paradoja como un juguete, y por eso decimos, que con su pipa, era su juguete predilecto. Estos eran sus espectáculos, íntimos, de simplicidad extraordinaria. Cada vez que le daba vuelta a una verdad de las corrientes, cada vez que reducía a grano de arena todo el volumen de una montaña, para divertir a un amigo, todo él se bañaba de una felicidad ingenua, radiante… Para Tejada no hubo bibliotecas, sino frases inteligentes. Ni la gramática ni la academia le importaron, y todo lo reducía al gesto fugaz. La gloria del instante fugitivo”.

Arciniegas plantea la capacidad de Tejada para abordar la filosofía de las pequeñas cosas; la capacidad de contemplar de una manera única las cosas; la capacidad que requiere algo más que talento. Porque talento tienen muchos escritores, otra cosa en la mirada singular del mundo, como lo considera Raymond Carver en “Escribir un cuento”: “No se trata de talento. Hay mucho talento a nuestro alrededor. Pero un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas, y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones, tarda en encontrarse”.

Y desde la primera crónica, en 1917 en El Espectador, a los 19 años, Tejada agudiza la mirada, afianza el estilo, reflexiona sobre lo divino y lo mundano, polemiza, divierte, sorprende y se abre camino en la crónica literaria y el periodismo crítico. Impone su mirada del mundo y explora la paradoja, en apariencia absurda, para darle otro sentido a la existencia. En palabras de Tejada: “El mejor cronista es el que sabe encontrar siempre algo de maravilloso en lo cotidiano; el que puede hacer trascendente lo efímero; el que, en fin, logra poner mayor cantidad de eternidad en cada minuto que pasa”.

A través de la paradoja Tejada afirma cosas que se contradicen y desafían la lógica común, revelando una verdad oculta o generando reflexión. Así, cuestiona percepciones y provoca un pensamiento más profundo sobre la naturaleza de lo establecido. Algunos ejemplos:

En “Lo poético y lo prosaico” hace un elogio del dinero al decir que “convierte una choza en castillo, un limpiabotas en millonario, o un poeta en comerciante” y después hace “La apoteosis del vagabundo” para dejar claro que va en contravía de la sociedad del consumo, la que impone el dinero. Porque “el vagabundo es quizá el representante prematuro de la superior civilización del porvenir”, al encarnar el ocio y la pereza ante “el empleo creciente del maquinismo vertiginoso” de la organización del trabajo y “las sociedades atrofiadas por el instinto locomotriz”.

O en sus miradas sobre el hombre. Dice que “el hombre de hoy es tan cruel como el de ayer”, pero también es vulnerable cuando está desnudo: “El hombre que provisionalmente se encuentra sin pantalones, es un ser mísero, imponente, tímido, empequeñecido”. Fragilidad que se enfatiza en “el hombre que titubea ante todos los pequeños actos concretos”. El hombre que debió evolucionar a la inversa, que no debió dejar de caminar en cuatro patas ni perder “La cola” para, tal vez, sí evolucionar, ya que “al hombre le falta una batuta, una palanca, un índice que guíe y sostenga su equilibrio”. Hombre que debe ser el mejor animal para cazar y servir en la mesa: “La carne humana es verdaderamente el producto de una selección de alimentos nutritivos verificada en ese misterioso laboratorio del organismo; al comerla, es claro que nuestro cuerpo no tendría trabajo de eliminar nada o casi nada; todo sería en ella aprovechable y nutritivo. ¡He ahí el alimento completo, perfecto, integral!”. El alimento perfecto, el embutido de carne constituido por un nombre y un “yo”, para el cronista es “un infinito que camina” y que se parece a otros animales finitos: “Todos los animales, menos el automóvil, tienen algo de humano, un rasgo lejano, que parece hacerse resaltar y definir. Esa mosca que va sobre la mesa con las alas recogidas y sobándose una con otra las patitas delanteras ¿no se parece al abogado que se pasea por su despacho, de dorsay y sin sombrero, frotándose las manos con satisfacción después de haber ganado un pleito? Y la langosta, ¿no se parece al caballero de frac?”.

O su capacidad de hacerle un hueco al tiempo para profetizar los días futuros, estos, donde se celebra el centenario de Tejada. En “La canción de la bala” dice: “La civilización va a desaparecer víctima de una pequeña máquina hija de la civilización: el revólver”. Donde “la bala es la polilla de la humanidad; como microbio tenaz roe y pudre las entrañas de los hombres y convierte en polvo la carne”. ¿No es lo que ha pasado con el conflicto armado, los falsos positivos, la muerte a líderes sociales? O en “El optimismo” dice: “El optimismo es una aberración intelectual tan interesante, por lo menos, como el pesimismo, pero evidentemente más falsa, y hasta en cierto modo más perjudicial. El optimista es el ser racional por excelencia y precisamente por eso se encuentra siempre equivocado y su concepto del mundo es ilusorio”. Es como si describiera la generación de la era digital y de las redes sociales donde la comercialización del optimismo profundiza la desconexión entre la vida digital y la realidad cotidiana; donde usuarios de Instagram temen salir a la calle porque sin los filtros de la aplicación son feos y comunes; donde las personas niegan la inseguridad mostrándose exitosos cuando lo que quieren es desaparecer del sistema. ¡Nada más ilusorio y equivocado!

Nota: En la tercera entrega, miraremos como Tejada, en la década de los veinte, usó herramientas del Periodismo Personal o Literario que, en Estados Unidos, se institucionalizó en los sesenta y setenta, cambiando la forma de hacer periodismo. Y esa capacidad del cronista de ver lo extraordinario en lo ordinario, de resaltar las pequeñas cosas, por medio del “yo”, reveló aspectos profundos de la condición humana, acortando la distancia entre el creador y el lector.

Juan Camilo Betancur E.

Fredonia, 1982. Periodista. Publicó el libro de micro-cuentos Los errantes (2013), la novela La mujer agapanto (2017) y la novela El escritor mago. Libro 1: la sociedad (2021).

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.