La Guerra: ¿Un ciclo sin fin?

Jayson Taylor Davis

En pleno siglo XXI, cuando parecíamos haber dejado atrás las grandes guerras mundiales, nos encontramos nuevamente atrapados en conflictos que desafían la lógica de una humanidad supuestamente evolucionada. Yuval Noah Harari, en su libro Sapiens, señalaba que la violencia organizada, aquella que durante siglos había moldeado las relaciones entre las naciones, había disminuido notablemente. Según su análisis, el mundo había llegado a una etapa de madurez, donde las guerras entre naciones ya no eran necesarias para imponer el orden o expandir el poder.

Pero la realidad actual nos cuenta otra historia. Hoy somos testigos de conflictos que no solo se prolongan, sino que se han transformado en enfrentamientos más complejos, con actores y causas diversas. Aunque los grandes choques entre potencias parecen ser cosa del pasado, la guerra sigue presente en el día a día de muchas sociedades.

Rusia y Ucrania: una guerra de poder y territorios

El conflicto entre Rusia y Ucrania es un claro ejemplo de cómo, incluso en tiempos modernos, las ambiciones territoriales y el poder político pueden llevar a una guerra destructiva. Lo que comenzó en 2014 con la anexión de Crimea por parte de Rusia, estalló nuevamente en 2022 con una invasión a gran escala que ha devastado a Ucrania y ha movilizado al mundo en su respuesta.

Este conflicto revela una lucha de poder mucho más profunda: por un lado, Rusia busca restablecer una esfera de influencia en las exrepúblicas soviéticas, mientras que Ucrania, apoyada por Occidente, lucha por mantener su soberanía e integrarse a la comunidad europea. A pesar de los esfuerzos diplomáticos, la violencia ha sido la única respuesta de ambos lados, demostrando que aún hoy, el ser humano no ha encontrado una manera efectiva de resolver sus disputas sin el uso de la fuerza militar.

La guerra en Ucrania es también una guerra de símbolos, de ideologías en conflicto: el autoritarismo ruso frente a la búsqueda de democracia de Ucrania. Y, como en muchas guerras, detrás de los discursos políticos y patrióticos, subyacen intereses económicos y geopolíticos más complejos. ¿Cuántas vidas se han perdido ya en un conflicto que podría haberse evitado con más diplomacia?

El conflicto israelí y las tensiones en el Medio Oriente

Otro de los focos de tensión más antiguos y complejos es el conflicto entre Israel y los grupos militantes como Hamas, Hezbolá, la Yihad Islámica, entre otros. Este conflicto no solo tiene raíces históricas profundas, sino que también está alimentado por diferencias religiosas, territoriales y políticas que han sido casi imposibles de resolver mediante el diálogo.

Los enfrentamientos entre Israel y estos grupos han causado miles de muertes y desplazamientos, y han perpetuado una sensación de inseguridad permanente en la región. Cada nuevo ataque, cada nueva represalia, aleja aún más la posibilidad de paz. Grupos como Hamas y Hezbolá han sido designados como organizaciones terroristas por varios países debido a sus ataques indiscriminados contra civiles, mientras que Israel, por su parte, enfrenta críticas por su uso de la fuerza y la ocupación de territorios palestinos.

Es un ciclo de violencia que parece interminable: un ataque seguido de una respuesta, y así sucesivamente, mientras los líderes políticos y militares siguen justificando el conflicto en términos de seguridad o resistencia. Pero detrás de esta narrativa oficial, subyacen otros intereses: el control de territorios estratégicos, la influencia en la región, y la pugna entre diferentes potencias globales que juegan un rol en el conflicto.

Intereses ocultos y el retroceso de la humanidad

Tanto en el conflicto ruso-ucraniano como en la lucha israelí-palestina, es evidente que, aunque las razones oficiales pueden ser territoriales, políticas o de seguridad, existen intereses mucho más profundos que alimentan y perpetúan estos conflictos. Las guerras se convierten en medios para imponer ideologías, para controlar recursos o simplemente para mantener el estatus quo de ciertos grupos de poder.

Harari afirmaba que habíamos superado la era de las guerras. Sin embargo, la realidad nos muestra que el ser humano aún no ha aprendido a resolver sus diferencias sin la violencia. Nos encontramos en un retroceso, volviendo a los tiempos en los que las armas eran la única manera de imponer nuestra voluntad.

El liderazgo que necesitamos: Hacia una paz auténtica

Si queremos cambiar el rumbo de la humanidad y superar la era de las guerras, es fundamental que surjan líderes auténticos, capaces de promover una paz real y no meramente simbólica. No podemos caer en el error de firmar acuerdos que, lejos de resolver los conflictos, solo sirven como tapadera para negocios o para satisfacer intereses particulares. La historia nos ha demostrado que una “paz” sin verdadero arrepentimiento, sin justicia ni reparación, es una paz vacía que deja un mal sabor.

Ejemplos de estos falsos acuerdos abundan. Acuerdos de paz que, más que soluciones, se convierten en transacciones donde los más afectados, las víctimas, quedan relegadas a un segundo plano mientras las élites y los intereses económicos siguen operando como de costumbre. Una paz que no viene acompañada de justicia es simplemente un cese temporal de hostilidades, una tregua superficial que, tarde o temprano, llevará a nuevos conflictos.

El verdadero liderazgo que necesitamos en el mundo de hoy debe estar dispuesto a abordar los problemas de raíz, a reconocer el dolor y las injusticias que han alimentado estos conflictos, y a trabajar por una paz que no sea una mera firma en un papel, sino un compromiso real con la reconciliación, la justicia y el bienestar de todos los involucrados.

No se trata de promesas vacías ni de un optimismo ingenuo. Se trata de entender que la paz genuina implica sacrificios, implica asumir responsabilidades, y sobre todo, implica arrepentimiento. Sin ello, cualquier intento de resolución será solo una fachada más.

La humanidad ya ha pagado un alto precio por su incapacidad de resolver los conflictos sin recurrir a la violencia. Hoy más que nunca, debemos exigir liderazgos que promuevan una paz auténtica, sustentada en la justicia y en la verdad, y no en intereses ocultos que perpetúan el sufrimiento. La paz, sin justicia ni arrepentimiento, no es más que un espejismo. Y en ese espejismo, lo único que se perpetúa es el ciclo de la guerra.

Jayson Taylor Davis

Soy un abogado sanandresano, especialista y estudiante de la maestría en MBA en la Universidad Externado de Colombia.

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